jueves, 11 de octubre de 2018

Publicidad de inicio de curso 2018-2019 (VII)



El domingo 30, el escenario es el de una ‘uka’ (no puedo poner Misa porque veréis que no se respeta la liturgia de la Iglesia, sino que montan un “tinglao”. Y por lo mismo no pongo Eucaristía, que es un Sacramento). De hecho para que se vea el “tinglao”, el siguiente mitin es lo que llaman “Monición ambiental”.

No introduzco comentarios, que ya es sobradamente larga y pesada.

KIKO:
Ayer hemos visto un poco, en el cuestionario, dónde estamos, hacia dónde estamos yendo, en qué problemas nos encontramos, en qué situación estamos y hacia dónde estamos yendo. Sin duda yo veo que el mundo está yendo hacia la segunda venida de Cristo, que estará precedida por un enorme cataclismo y las estrellas del cielo caerán y todo será pasado por el fuego; todo será incendiado —dice S.
Pedro— porque esperamos nuevos cielos y nueva tierra donde habitará la justicia. ¿Lo creemos esto, que todo este mundo será consumido por el fuego, que no quedará nada y habrá una nueva creación? Seremos invitados a esta nueva creación de acuerdo con lo que nos ha sido revelado. No somos una secta que piensa cosas extrañas, no, esto ha sido revelado, es palabra de Dios, y la Segunda carta de S. Pedro dice que todo será pasado por el fuego (cf 2 Pe 3,1-16). Mientras llegan estos días, algo que no es muy difícil que suceda —pensad que hace apenas setenta años ha habido millones y millones de muertos con las dos bombas atómicas, las dos guerras mundiales— no sabemos lo que sucederá, si habrá una tercera guerra mundial con miles de muertos; no sabemos lo que sucederá, y somos invitados a vivir el instante, a vivir el hoy.

Y en este momento de hoy el Señor nos invita a la Pascua de la semana, a su Pascua. Nos invita porque quiere pasar en medio de nosotros ahogando al faraón, aquel que nos esclaviza, aquel que de alguna manera nos tiene esclavos de nuestros deseos, de nuestras concupiscencias, que potencian el pecado que habita en nuestra carne. Nuestra carne ha heredado de nuestros padres un pecado, el pecado de orgullo que, como hemos escuchado en el salmo responsorial, es el gran pecado. Por el pecado de orgullo el hombre tiene dentro un principio de autoafirmación, de autodeterminación, de autonomía moral, de independencia, que le lleva buscar en todo a sí mismo, en todo en todo busca estar bien y su propia felicidad. Esto es una esclavitud enorme. S. Pablo ha dicho que Cristo ha venido para que el hombre no viva más para sí mismo, sino que viva para Aquel que ha muerto y resucitado por Él. Cristo ha muerto y ha resucitado por cada uno de nosotros, y su resurrección es garantía del perdón de los pecados por medio del Espíritu Santo que habita en nosotros. Con esto Jesucristo está reconstruyendo y creando una nueva humanidad, Él es el primogénito de muchos hermanos, de una nueva humanidad que participa de la misma naturaleza divina. Por eso nosotros podemos atravesar la muerte, subir a la cruz. La muerte ya no tiene poder sobre nosotros, no estamos desesperados, no estamos obligados a separarnos en el matrimonio, ni hacer la guerra ni a odiar; ni todas estas cosas que hace la gente del mundo. La gente tiene dentro la muerte, dentro de todo hombre habita la muerte. Por eso, lo primero que recibimos como una liberación en el Bautismo, que perdona los pecados, es la vida eterna. ¿Y qué nos da la fe? La vida eterna dentro de nosotros. Ya no tenemos más la muerte dentro, de forma que ya no tengamos miedo a la muerte. Y cuando se acerca a nosotros un acontecimiento de muerte que nos hace sufrir, el miedo a la muerte nos obliga a escapar. Por eso dice la Carta a los hebreos que todos los hombres, por el miedo que tienen a la muerte, durante toda su vida son esclavos del demonio, porque siempre hacen la voluntad del demonio que les invita a escapar del sufrimiento como sea. Pero nosotros hemos sido liberados de esta esclavitud de buscar en todo el estar bien, estar bien, estar bien, de esta infelicidad, de este egoísmo. Y este pecado que habita en nosotros, que hace que en todo busquemos nuestro ser, el estar bien, buscando en todo nuestra felicidad, nos impide vivir en la verdad.
  
Dios ha mostrado en Cristo la verdad, su naturaleza. Dios ha hecho este universo, la belleza de las plantas, el cielo, las nubes, todo lo ha hecho con ese espíritu que veis en el Crucifijo: Dios se ha donado totalmente a nosotros. Esta es la verdad, y nosotros estamos invitados a participar de su esencia, de su naturaleza, de su substancia, de forma que los cristianos viven cristificados. Pero vivir cristificados no es una condena, no es una maldición, un horror, un sufrimiento, sino que es una liberación: ¡poder amar es una liberación! Hay tanta gente que se pega un tiro porque no ama ya a nadie: se le secó el alma, se le secó el corazón y nada le satisface dentro. Está seco, muerto, y entonces prefieren quitarse la vida. Cada minuto, en el mundo, se suicida un hombre según dice la estadística mundial. ¿Estaremos aquí una hora más o menos? Pues sesenta hombres se habrán quitado la vida: son estadísticas. Cada minuto un hombre se pega un tiro y se quita la vida: para ellos esta vida es una porquería y ya no quieren vivir más. Nosotros, gracias a Dios, hemos sido arrancados de esta maldición, de esta depresión, de vivir en esta vida como muertos buscándonos en todo a nosotros mismos.
El verdadero pecado, la verdadera enfermedad, el verdadero sufrimiento, es que no podamos pasar al otro, no poder amar, no amar a nadie, no ser capaz de sufrir por los defectos de tu mujer; no te dejas crucificar, te debes defender, haces tácticas, detestas la cruz, detestas el sufrimiento que Dios ha hecho sagrado cuando Cristo ha tomado sobre sí el sufrimiento. Por eso debemos tener cuidado, si queremos ser cristianos, porque Cristo nos llama a participar con Él en la salvación de esta humanidad. Para esta misión que nos confía, en un Carisma nuevo de la Iglesia, somos invitados a dar testimonio del amor divino en nosotros de forma comunitaria. ¡Una verdadera novedad! Ya desde los primeros tiempos de la Iglesia, los monjes lo han intentado haciendo comunidades monásticas, para mostrar el amor y la unidad en medio del mundo. Pero nosotros estamos llamados, y no como religiosos, a mostrar en nosotros la acción del Espíritu Santo que nos concede participar de la victoria sobre la muerte. Entonces, si tú eres cristiano y tienes dentro la victoria sobre la muerte: ¡Demuéstralo! Demuestra que te dejas matar por tu marido, por tu mujer, por los otros; por la vida, por no tener dinero; por la gente que te odia. ¡Demuéstralo! Demuestra que te dejas matar por tu mujer, por tu marido, por el otro, por la vida, no teniendo dinero… ¡Demuéstralo! ¡Demuéstralo! Y si no, pues eres un traidor, no puedes estar aquí. Aquí estás para dar testimonio de Cristo resucitado, victorioso de la muerte. Por eso Cristo nos da este mandamiento: amaos en la dimensión del enemigo, atravesando la muerte por el otro. Amaos como yo os he amado, he dado la vida por vosotros cuando erais unos asesinos y me odiabais. Amaos como yo os he amado. 
Y esta es una consecuencia de su victoria sobre la muerte, que nos invita a un banquete, a estos manjares deliciosos que son la victoria sobre la muerte. En esta Eucaristía se va a hacer presente la muerte a través del signo del pan que se rompe, la donación de Cristo que se entrega a la muerte por cada uno de nosotros. Dirá el presbítero: «Este pan es mi Cuerpo que se ofrece en sacrificio por vosotros; este es el cáliz de mi Sangre para el perdón de todos vuestros pecados». Él nos da a participar de esta victoria sobre la muerte y querría que después de la Eucaristía, como consecuencia —y no como un sentimiento, que el sentimiento vale muy poco—, sino como una realidad profunda, que pudiéramos amarnos. Y viendo también los defectos de la gente que te odia, que te detesta, viéramos en eso una gracia, una gracia. Porque Cristo fue detestado, odiado, cuando era el Hijo de Dios, buenísimo; Nosotros no somos tan buenos como Él, por esto tienen razón quienes de alguna manera nos soporta mal.
 
Pero el Señor comprende que la misión que nos encomienda en medio del mundo pagano, ateo, es dificilísima. Aquí estáis un pequeño rebaño que Él mandar como corderos en medio de lobos. Por eso necesitamos, absolutamente, que nuestra alma sea fortificada, iluminada, y se haga diáfana, en plena unión con Cristo para cumplir la misión que nos encomienda, porque no hay cristiano que no evangelice. Si un cristiano no evangeliza no es cristiano. El Papa Francisco ha dicho que el ADN de nuestro Bautismo es que todos hemos sido enviados a anunciar el Evangelio al mundo. Y los que estáis aquí sentaditos sin anunciar el Evangelio a nadie, sin decir nada, tenéis que saber que esta no es nuestra vocación; nuestra vocación es anunciar el Evangelio. Yo me he pasado toda mi vida anunciado el Evangelio. Cuando fui a hacer el servicio militar en África, iba en el tren con otros tres militares como yo y me pasé todo el viaje anunciando a Jesucristo. Y uno me dice: «¿Tú? ¡Ah, todo son mentiras! ¿Por qué no vienes conmigo al prostíbulo? Si vienes conmigo al prostíbulo yo voy contigo a Misa». Pero es curioso como Dios me ha dado celo. Y no he visto otra persona en mi vida que haya anunciado constantemente a Jesucristo, que haya dado su experiencia y no haya preguntado a la gente si creen en Cristo, si van a Misa.
 
Y todo el tiempo, bum bum bum, anunciando a Jesucristo.
 
¡Cómo no anunciar la buena noticia de que Cristo ha muerto por todos los hombres, por todos! Y tantísima gente no sabe que tiene una herencia de millones.
 
Un pariente de Nazaret, una ciudad de Israel, les ha dejado en herencia la vida inmortal; y él no lo sabe mientras vive esta vida mortal y se pasa la vida defendiéndose de la muerte, siendo un egoísta, buscando su propia felicidad en las vacaciones, en las mujeres, los amigos, en todo buscándose a sí mismo. No sabe, nadie le ha dicho que es millonario, no sabe nada, nada de nada, y hasta detesta a la Iglesia, piensa que la Iglesia es opresora y todas esas cosas.
Bien, hermanos, espero que en esta Eucaristía el Señor se haga presente para todos nosotros y nos conceda participar de su victoria sobre la muerte y fortifique en nosotros la vida inmortal, la vida eterna, y salgamos de aquí, al  finalizar esta convivencia, para vivir en Él. «Ya no soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí». Y acabada la convivencia cogeréis el coche y regresaréis a Roma, y otros cogerán el avión para ir a Madrid. Y ¿qué haréis allí? «No sé, no vivo ya mi vida, vivo la vida de otro y Él me dirá lo que tengo que hacer en cada instante, en cada momento». «Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí. Esta vida que vivo —dice S. Pablo— la vivo en la fe en Cristo», porque Él me hace participar de su victoria sobre la muerte y me ha enviado para que le ayude en esta generación a anunciar la buena noticia, porque Dios ha querido salvar el mundo a través de la estupidez del anuncio, de la necedad del Kerigma. Dios ha querido salvar el mundo —dice S. Pablo— a través de la necedad del kerigma». Y lo llama necedad porque parece una cosa estúpida que de una noticia tan breve dependa la salvación del mundo; de una noticia, la noticia de un hecho. ¿Y por qué una noticia tiene tanta importancia que salva al mundo? ¿Por qué? Pues porque anuncia un hecho que está en acto, una onda gravitacional que ha explosionado en el universo entero, que está en expansión, y nosotros nos encontramos dentro de una galaxia caminando a miles de millones de kilómetros por segundo y no sabemos cuándo se detendrá, donde estamos, qué está sucediendo. Pues hay otro acontecimiento más importante todavía que este big bang que ha sido cuando Dios ha entrado en la muerte para destruirla. Esto ha sido un acontecimiento trascendental: Dios ha enviado a su Hijo para entrar en la muerte y liberarnos a todos del poder de la muerte.
 
Ánimo, hermanos, en esta convivencia, en este domingo, bendecimos al Señor y esperamos que sea haga presente en medio de nosotros gracias a este sacramento pascual, la Pascua de la semana. Esperemos que Él se haga presente, cure nuestras heridas, le quite el poder al faraón, del demonio en nosotros, de modo que liberados de su poder, de su influencia en nosotros, podamos hacer la voluntad de Dios para la salvación de esta generación. Entonces, estemos todos atentos para que esta Eucaristía sea verdaderamente participada, para que pueda realizarse en nosotros aquello que significa y realiza.

5 comentarios:

  1. Cantinflea a lo divino. Dejó pequeño a Cantinflas, que ahora no le llega ni a la suela de sus zapatos.

    Ya no nos salva ni el Chapulín Colorado. ¡Chanfle!

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  2. Despues de leer a K en todas las entradas de la konvi de inicio de curso lo que siento es pena por todas las personas que han tenido que soportarlo. Son dignos de pena. Dejar sus vidas, trabajos, hijos o lo que sea para ir allí a escuchar al kuervo quemao ponerles a parir.

    Les ha llamado traidores, que no tienen fe, que son como una prostituta, que deberían estar en la cárcel, que no tienen el espíritu santo..y esos gritos neuróticos ¡demuéstralo! ¡demuéstralo!

    Para mi que quien recibe esos piropos y esa violencia no se siente muy alentado ni esperanzado para nada. Mas bien sale de allí machacado y en la parálisis mental que les deja este falso profeta.

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  3. El "Bum, bum, bum, evangelizando" ha resonado profundamente en mi corazon. Debiera ser el próximo temazo de Shakira.

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  4. «¿Tú? ¡Ah, todo son mentiras! ¿Por qué no vienes conmigo al prostíbulo? Si vienes conmigo al prostíbulo yo voy contigo a Misa».

    ¿El soldado fue a misa? :-)

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Antes de comentar, recuerda que tú eres el último y el peor de todos, y que el otro es Cristo.