lunes, 31 de marzo de 2014

¿Por qué el que obedece al catequista no se equivoca?

KIKO: Sabéis que Dios, para preparar la venida de su Hijo y enseñar que existe un único Dios y que ese Dios es amor, y que nos invita a una relación de amor (cosa que el pecado original ha roto, porque rompe la relación de amor con Dios; el arte es relación, el amor en relación, el pecado rompe la relación, por eso el divorcio rompe la relación, la destrucción del matrimonio, romper, dividir, diabolos: el que divide, el que rompe) elige un pueblo y lo lleva el Monte Sinaí. Y entonces sabéis que cuando le dice Dios: “Amarás a Dios con todo tu corazón”, Dios le va a enseñar a amar con todo su corazón.

Y ¿qué es lo que hace? (aunque ya os lo sabéis, lo repito rápidamente) Lo que hace es que le lleva al desierto y en el desierto no hay carne, no hay patatas, no hay cebollas, no hay pescado, no hay nada, había un manjar, que los hebreos llamaban miserable, que era el maná. Y este pueblo entonces empieza a murmurar. Era muy religioso y murmura contra Dios que les había sacado de Egipto. ¿Por que murmuran contra el? Pues porque están mal, hace calor, se come muy mal. Se acordaban de las cebollas, del pescado, de la carne, de las sandías, de los melones de Egipto. Ellos quieren comer.

Sabéis que con el corazón se ama, con el corazón se detesta, con el corazón se odia, con el corazón se murmura. O sea murmurar quiere decir: Dios es malo conmigo. Murmurar contra Dios es hacer de Dios un ser malvado, que se está comportando mal porque me está haciendo sufrir. Y no me importa nada. El amor a mí mismo me lleva a detestar a Dios que a mi me hace sufrir. Y yo estoy sufriendo porque no como. Comer y vivir. La vida y la muerte.

Si no obedeces iré a por ti 
Entonces Dios, para que se den cuenta hasta que punto este pueblo está cometiendo un pecado muy grave (porque la murmuración es un pecado gravísimo porque destruye la fe, también en las catequesis quien murmura contra los catequistas lo destruye todo), les manda serpientes venenosas. Y cuando se están muriendo todos, porque estaba todo lleno de serpientes y no podían defenderse, entonces claman a Moisés y dicen: ¡Hemos pecado, hemos pecado! Y Dios les manda levantar una serpiente de bronce y mirarla. Y no es que se curasen por el hecho material de mirar a la serpiente; se curaban por la obediencia a la fe, por la fe, por la obediencia a lo que había dicho Dios: Levanta la serpiente. ¡Que la miren! Se curan porque han vuelto a la obediencia de la fe, cosa que habían destruido murmurando, habían destruido la relación con Dios.


Mamotreto de la convivencia de cuaresma 2014

domingo, 30 de marzo de 2014

Anécdota del viaje final del Camino Neocatecumenal

 

He comentado en alguna ocasión, que al viaje a Israel también van los que no son ‘investidos’ con la túnica de los elegidos, incluso van los que no han sido hallados dignos de escribir su nombre en la gran Biblia de plata de la comunidad.

No tiene nada sorprendente que vayan todos: hay muchos gastos y mucho catequista que va de gratis, así que cuantos más sean para pagar, mejor. Además así hay más maletas para transportar licores de cuasi-contrabando para abastecer el bar de la domus Galilaeae.

Bueno. Pues el caso es que nos fuimos a Israel con los licores y la sábana blanca en la maleta (quien la tuviera), que, dicho sea de paso, se arruga con mirarla.

También he comentado en anterior ocasión que entre los viajeros había un matrimonio no-tunicado: A los catequistas no les dio la gana darles la túnica como castigo por no haber obligado a sus hijos a caminar (eso fue con los mayores, luego aprendieron la lección y a los medianos les están obligando inmisericordemente a caminar sí o también).

Pero, claro, como no queda bien exponer abiertamente que en el CNC los padres han de asegurarse de que sus retoños caminen, cueste lo que cueste, incluso recurriendo al chantaje, a la extorsión y a la exasperación de los chicos, pues intentaron enmascarar lo de no ponerles la túnica con un paripé lamentable, con sospechas de que su matrimonio iba mal pero no querían confesarlo, con acusaciones de que él no sabía asumir su papel de cabeza de familia y con lindezas por el estilo.

El viajecito en sí está bien. Se visitan muchos sitios y se va en plan turista con posibles, nada de pensiones baratas ni de menús de medio pelo. Y todos los días hay una Misa, digo, Eukaristía, en la que todos se revisten de blanco, menos los catequistas y los castigados, para que resalten bien.

El primado de Pedro, lugar que se visita para celebrar uka

Fue en el contexto de una de estas Misas por Tierra Santa, tras varios días de peregrinación visitando los lugares en los que vivió Jesús, cuando la esposa de este matrimonio castigado hizo el eco más esperado por todos, el eco que demostraba que la corrección no fraterna de los catequistas había sido asumida y que ella estaba ya preparada para aceptar la siguiente vuelta de tuerca.

Porque ella empezó el eco asegurando, varias veces, que “No le faltaba nada”, que se sabía una privilegiada por poder estar donde estaba (como si el viajecito se lo estuviesen regalando), que veía que todo era bueno y que todo estaba bien hecho y que no le faltaba de nada, que Dios tenía sus tiempos y que ella veía que era bueno no haber sido investido con la túnica fantasmal. En suma, que los catequistas no la habían tratado mal, ni le habían quitado nada que por derecho le perteneciese, porque no le faltaba nada…

Me sentí apenada escuchándola. Me hizo entender que lo normal tras tantos años de acondicionamiento intensivo es sentirse mal por no haber recibido la túnica de marras; aún más, que lo esperado es que el castigado se obsesione con ello y no pueda dejar de darle vueltas a lo qué paso, a lo que hizo o dijo mal para haber acabado así: siendo negado por los catequistas su merecimiento a recibir una túnica chapucera que, tanto si te autorizan a ponértela como si no, la pagas y la adquieres junto con el resto de la comunidad.

La procesión de las túnicas

Como el concepto que yo tengo de mí misma y de mi vida, no depende de la aprobación de unos catequistas que nunca han sido mis amigos, ni de la opinión que yo les merezca a mis amados hermanos de comunidad, no capté que aquellas Misas diarias rodeados de fantasmas blancos pudieran ser motivo de humillación, de pesar y de disgusto para alguien hasta que no escuché este eco.

Me hizo entender también que durante aquel viaje se esperaba que yo demostrase pesar y compunción para acabar aceptando que “Dios me permitía ver” que lo que decidieran los catequistas sobre las vidas de los demás estaba bien. Y que si no me ceñía al papel que se esperaba de mí, posiblemente declarasen que era por mi desmedido orgullo, porque sólo los humildes pueden reconocer la obra de Dios.

Por supuesto, asumí las consecuencias y me salté el guion.