jueves, 29 de diciembre de 2022

Despropósitos kikos sobre el matrimonio (VII)

 

Volviendo a la sexualidad, ¿dónde está el problema? 

¿Volviendo? ¿Acaso ha dejado el tema sexual en algún momento y yo no me he percatado? Todo este rollo, plagado de sofismas y falsedades va de sexo, que Kiko confunde con matrimonio.

En el matrimonio, los cónyuges son ministros de este sacramento: deciden donarse como Cristo se entregó a su Iglesia; esto es ¡totalmente! Este acto, esta donación se realiza con un signo exterior, un sacramento que es signo. ¿Cuál es este signo? Es que se entrega el uno al otro en el lecho conyugal, en el tálamo nupcial. Entonces en el hecho de que el hombre está haciendo el amor con la mujer, aparece el Espíritu Santo, se hace presente el Espíritu de Dios allí, es un altar. Es algo maravilloso, porque el contenido de este acto es el amor.

¡Qué liante es el tipo! Asegura que el acto sexual entre hombre y mujer invoca irremisiblemente al Espíritu Santo, pero sucede que el acto sexual es exactamente el mismo con independencia del estado civil de los implicados… ¿Se deduce de ello que cuando se adultera o se fornica se presenta el Espíritu Santo a convertir el lecho, o el lugar que sea, en un altar? No, lo que se deduce es que Kiko no tiene ni idea. O que si la tiene no le importa mentir.

Os diré algunas cosas más. Primero: ¿podría yo como cristiano vivir sin la Eucaristía? No, podría vivir, sí, pero faltaría algo muy importante para mi fe, que es alimentar mi Bautismo, porque la Eucaristía me alimenta. Bien: Dios ha instituido un sacramento y Él mismo se ha comprometido a hacerse presente a través del sacramento (como este corazón de pez) para luchar contra los escollos que tiene en sí mismo el matrimonio.

En ningún sitio adquiere Dios el compromiso de hacerse presente a través de no sé cual sacramento para luchar contra escollos matrimoniales. Es decir, tal presunto compromiso no existe en el Cristianismo. Es más, es notable que los sacramentos, los de verdad, requieren ser oficiados por un sacerdote, todos ellos, salvo el matrimonio… Es como que el matrimonio no está en la misma categoría que los demás sacramentos, por eso siempre se cita el último de todos.

Pero pensad que nosotros nos hemos dado cuenta, en nuestra práctica con los matrimonios (lo que se llama el "sensus fidei")…

Dado que Kiko gusta de cambiar el sentido de las palabras, a saber qué pretende hacer pasar por sensus fidei, que es el discernimiento sobrenatural otorgado por el Espíritu Santo al pueblo para entender aspectos de la vida de fe. En otras palabras, implica que el Espíritu Santo vela por su Iglesia para que los malos pastores no la confundan ni la pierdan.

…que hay muchísimos matrimonios que no practican este sacramento, quizás incluso durante años.

A lo mejor lo que sucede es que el sensus fidei hace que esos matrimonios sean conscientes de que el acto sexual no es un sacramento.

¿Por qué no lo practican? No porque se abstengan, no, sino porque lo hacen sacrílegamente; porque allí el sacramento no se da como signo.

Y ya ha incurrido en incoherencia, porque antes ha declarado que el acto sexual es el signo externo, sin más.

Porque, como dice el Papa, hay un lenguaje del cuerpo, un lenguaje profético del cuerpo. Si esta pareja pone un impedimento al sacramento del matrimonio usando un condón, por ejemplo -porque "él se unirá a la mujer y serán una sola carne" (hay un lenguaje del cuerpo)- se une a la mujer, se hace un cuerpo con ella.

¡Cuánto desatino! Es lo que pasa cuando el que va de oídas y sin experiencia propia se pone a dar lecciones. El matrimonio es muchísimo más que el sexo, que, por cierto, no tiene nada sacramental, con o sin preservativos. Y entre los muchos aspectos que pueden desvirtuar el sexo está el usarlo solo para procrear, como predica alguno.

Pero él dice: 'No quiero dar la vida' -lo que significa este signo como sacramento: que yo me entrego totalmente a ti y colaboro contigo en la procreación, es decir, que se da la vida a un hombre en la tierra- hago mal este gesto, obligo al cuerpo a hacer una mentira. En el fondo está diciendo: 'hago el signo, pero sin el contenido que Dios le ha dado'. Es como si se comulgara sacrílegamente, es como si tú dijeras: "Bueno, para comulgar debo estar en gracia de Dios, pero no quiero".

El contenido que Dios le ha dado es mucho más que la procreación, por eso solo unos pocos días del mes son fértiles, pero todos los días son válidos para el sexo.

El resultado de esto tiene consecuencias psicológicas y físicas muy graves. Este sacramento, que debe ser fuente de unión de los esposos, fuente de amor, se convierte en muchos casos en fuente de frustración. ¡El número de matrimonios en los que el acto sexual es fuente de frustración es altísimo! ¿Y por qué los frustra? Porque obligan al cuerpo a usar un lenguaje contrario al que Dios ha instituido como natural, y esto crea una disociación.

Una verdad ha dicho: en el CNC el número de matrimonios frustrados por una sexualidad desnortada es altísimo, pero fuera del CNC las cifras son otras.

También hay que tener en cuenta que pretender que el sexo sea fuente de amor es una mentecatez, más vale que el amor preceda al sexo, de lo contrario, buscarlo a través del placer es confundir la velocidad con el tocino.

También hay otro problema. Si Dios instituyó el sacramento es para ayudaros, porque estar en comunión espiritual o en comunión de mente es muy difícil; sin embargo es más fácil a través de la atracción sexual puesta por Dios, porque la atracción que tiene un hombre hacia una mujer es santa y buena. Pero la mujer o el hombre invierten este hecho y utilizan el Sacramento como un chantaje para que el marido sea más atento cuando el marido es un burro (normalmente los hombres somos desatentos, lo que hace sufrir mucho a la mujer. La mujer necesita una atención especial y el hombre normalmente es mucho más desatento, sería largo explicar psicológicamente por qué, pero el caso es que la mujer dice: "¡Esta noche no me toques!", es decir, utiliza el hecho sexual como chantaje). Esto crea una violencia horrible en el hombre, porque lo priva de algo que es importante para él, y es fuente de mucha violencia: gente que da portazos, se va con la secretaria o se va con prostitutas.

Ya salió la reacción misógina neocatecumenal: si el hombre ejerce la violencia o es adúltero, la culpa es de ella. Así de fácil. Repugnante no, lo siguiente.

En esto las mujeres están completamente equivocadas. Precisamente para que estés en comunión con tu esposo necesitas el sacramento del matrimonio. Por eso San Pablo dice que el cuerpo de la mujer no es de la mujer sino de su marido, es decir, que ella no puede privar a su marido.

San Pablo distingue lo que es y lo que no es sacramento, y como el sexo no lo es, ni dentro ni fuera del matrimonio, sucede que él desearía que todos se abstuviesen para siempre, pero porque sabe que no todos pueden dice lo siguiente: «Que el marido dé a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido», y Kiko, que sigue las enseñanzas de su padre, tergiversa al omitir la primera parte.

Nosotros hemos visto que muchísimas parejas que tenían frustraciones tremendas, en las que el hombre había llegado a la impotencia y la mujer se había vuelto frígida… ¿Qué sucedía? Les bastaba entrar en el camino y empezar a hablar con sus catequistas, y que les dijeran cómo debían realizar el acto sexual (¿cuánto tiempo hacía que no vivían el sacramento, es decir, que no habían de este acto un acto sagrado? bendecir al Señor antes y ofrecerse el uno al otro como Cristo se ofrece a su Iglesia) para que inmediatamente comenzasen a recuperar el placer sexual, para que el acto sexual comience a no ser fuente de frustración ni fuente de vicio o perversión.

Es palabra de Kiko: según se entra al camino, los kikotistas -jamás confundir con verdaderos catequistas- van a empezar a indagar en los higadillos de los captados, no en su vida de fe, que les importa un bledo, sino que van a ir derechos a estimular los más bajos instintos del ser humano.

 

martes, 27 de diciembre de 2022

La autocelebración no es de Dios

 

Coram Deo: ¡Ante Dios!

¿Por qué las asambleas neocatecumenales buscan la colocación en círculo? Para verse unos a otros y verse todos. La periferia se constituye a sí misma en el núcleo de lo que hay que ver y mirar, y usurpa la centralidad del altar.

¿Por qué tantos neocatecumenales aseguran que la Misa no les llega ni les llena, pero que la uka en comunidad sí? Porque no acuden a la liturgia en busca de Dios, sino que van a una reunión social alrededor de una mesa. Y esa es la razón por la que desde hace años desobedecen las instrucciones de Benedicto XVI, el de los zapatitos rojos que contra los deseos kikiles no se murió, para que las comunidades que han acabado el camino interminable se sume a las celebraciones parroquiales. 


 

La liturgia se celebra para Dios, ante Dios, delante de Dios. La liturgia es el actuar de Dios en la Iglesia: sigue hablando-revelándose, sigue comunicando su gracia, sigue entregándose. A Él escuchamos en la liturgia, a Él nos dirigimos y oramos con las oraciones de la liturgia y el canto de los salmos, ante Él estamos en amor y adoración, a Él lo recibimos y acogemos.

 Así la liturgia será sagrada y bella cuando lejos de convertirla en un discurso moralista constante, o en una catequesis didáctica, o en una reunión festiva donde nos celebramos a nosotros mismos, reconocemos la presencia de Dios en ella, el primado de Dios, y somos conscientes de que estamos ante Dios mismo. ¡Es obra de Dios la liturgia!

 Esta primacía de Dios en la liturgia se descubre si miramos bien a Dios en la liturgia en vez de mirarnos unos a otros. Sólo Dios puede ser el protagonista de la liturgia y por ello la liturgia se vuelve sagrada y bella, y se cuida:

«En toda forma de esmero por la liturgia, el criterio determinante debe ser siempre la mirada puesta en Dios. Estamos en presencia de Dios; él nos habla y nosotros le hablamos a él. Cuando, en las reflexiones sobre la liturgia, nos preguntamos cómo hacerla atrayente, interesante y hermosa, ya vamos por mal camino. O la liturgia es obra de Dios, con Dios como sujeto específico, o no lo es. En este contexto os pido: celebrad la santa liturgia dirigiendo la mirada a Dios en la comunión de los santos, de la Iglesia viva de todos los lugares y de todos los tiempos, para que se transforme en expresión de la belleza y de la sublimidad del Dios amigo de los hombres» (Benedicto XVI, Disc. a los monjes de la abadía de Heiligenkreuz, 9-septiembre-2007).

La naturaleza de la liturgia nos lleva a descubrir gozosamente que es una acción sagrada ante Dios y con Dios, siendo Dios el centro único. La liturgia es la Iglesia en oración con el Señor; de ahí sus oraciones, prefacios, plegarias solemnes con los cuales el único sujeto-Iglesia une a todos en un solo “Yo” eclesial para dirigirse a Dios; de ahí también la importancia de las lecturas bíblicas y del Evangelio mismo con los que Dios habla a su pueblo y el pueblo cristiano responde con la oración, el silencio y el canto.

Podría decirse que la liturgia es dialógica, es decir, entabla un diálogo orante y de fe entre Dios y su pueblo, entre Cristo y su Esposa. Estamos, con reverencia, con adoración, ante el Misterio mismo de Dios.

Esta perspectiva queda totalmente desdibujada cuando introducimos una visión muy opuesta: una liturgia que parece más una fiesta en la que la comunidad se celebra a sí misma; en vez de ser Dios el centro, se convierte en centro a la propia comunidad; en lugar de oración-diálogo de Dios con su pueblo, se convierte en diálogo y acción interactiva entre los asistentes como si fuera una puesta en común, un congreso donde se habla, una charla informal entre todos (de ahí: la proliferación y verborrea de moniciones en cualquier momento; la intervención espontánea de cualquiera en la homilía, en las preces o en la “acción de gracias”, etc.). Cuando esto ocurre, se rompe la sacralidad de la liturgia para convertirse en algo humano, en terapia grupal, en un acto que refuerce la identidad del grupo… Los elementos que contribuyen a la solemnidad desaparecen, se omite cualquier silencio sagrado, y las oraciones litúrgicas, dirigidas a Dios, se despachan velozmente porque no se les ve sentido ni función alguna.

Se pasa así de estar todos mirando al Señor, vueltos a Dios, a estar mirándose la comunidad a sí misma, autocomplaciente, encantada con su “compromiso cristiano”, celebrando lo bueno que son todos. Es palpar cómo la teología se ha pervertido en sociología, la espiritualidad pervertida en espectáculo. Es el dato estremecedor que se ve en muchas liturgias hoy: «A veces se advierten celebraciones litúrgicas, bellas y atractivas en su desarrollo ritual, pero al final desazonan, porque dan la impresión de que el centro de toda la celebración sea, no la gloria del Padre de nuestro Señor Jesucristo, sino la misma comunidad, y no tanto la santificación de las personas, sino su satisfacción grupal» (Rodríguez, P., La sagrada liturgia en la escuela de Benedicto XVI, Roma 2014, 304-305). 

Hay que rebajar el protagonismo de los asistentes en la liturgia y acentuar más el protagonismo del mismo Señor. Hay que dejar de mirarse unos a otros, dando cada cual su opinión o interviniendo “espontáneamente”, para ungir la liturgia con el respeto y la sacralidad, con la mirada de todos hacia un único punto: Dios actuando y santificando.

Así la liturgia no tiene que estar inventándose una y otra vez, ni introducir algún elemento nuevo para captar la atención y ser creativo, ya que la liturgia no es algo “nuestro”, una actuación humana a gusto de los asistentes, sino que es Dios quien obra, actúa, interviene. Se trata de no quitar a Dios para ponerse en su lugar los asistentes, sino que todos juntos adoran a Dios, lo escuchan, se dejan santificar.

«Debemos tener presente y aceptar la lógica de la Encarnación de Dios: él se hizo cercano, presente, entrando en la historia y en la naturaleza humana, haciéndose uno de nosotros. Y esta presencia continúa en la Iglesia, su Cuerpo. La liturgia, entonces, no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino que es la presencia viva del Misterio pascual de Cristo que trasciende y une los tiempos y los espacios. Si en la celebración no emerge la centralidad de Cristo, no tendremos la liturgia cristiana, totalmente dependiente del Señor y sostenida por su presencia creadora. Dios obra por medio de Cristo y nosotros no podemos obrar sino por medio de él y en él. Cada día debe crecer en nosotros la convicción de que la liturgia no es un ‘hacer’ nuestro o mío, sino que es acción de Dios en nosotros y con nosotros» (Benedicto XVI, Audiencia general, 3-octubre-2012).

 

Javier Sánchez Martínez, pbro.