La Liturgia de la Iglesia no admite puertas cerradas

 

El 29 de junio se ha hecho pública la Carta Apostólica DESIDERIO DESIDERAVI del Papa Francisco dirigida a obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y a todos los fieles laicos sobre la Liturgia y la necesidad de que el pueblo de Dios reciba formación litúrgica.

Hay aspectos muy interesantes en dicha carta. Solo resalto algunos de ellos:

«12. Nuestro primer encuentro con su Pascua es el acontecimiento que marca la vida de todos nosotros, los creyentes en Cristo: nuestro bautismo. No es una adhesión mental a su pensamiento o la sumisión a un código de comportamiento impuesto por Él: es la inmersión en su pasión, muerte, resurrección y ascensión. No es un gesto mágico: la magia es lo contrario a la lógica de los Sacramentos porque pretende tener poder sobre Dios y, por esa razón, viene del tentador. En perfecta continuidad con la Encarnación, se nos da la posibilidad, en virtud de la presencia y la acción del Espíritu, de morir y resucitar en Cristo».

Al leerlo recordaba la tontada que se estila en el CNC de decir que una comunidad “nace” en tal fecha y la importancia que le dan a la altura de Camino. El único acontecimiento que marca la vida de todos los creyentes en Cristo es el bautismo, no el entrar en una comunidad o el estar en el paso patatín.

Pero yo he visto hechos concretos de esperar que se produjese una conversión mágica por llegar al paso tal o por recibir una túnica o por “ir a la Pascua de la comunidad”. A los neocatecumenales se les induce a esperar que por revestirse con túnica el demonio se aparte de ellos, porque la túnica le cause espanto y, en consecuencia, que puedan no pecar sin ningún esfuerzo, de forma totalmente mágica, que no natural.

 

«15. Sin esta incorporación, no hay posibilidad de experimentar la plenitud del culto a Dios. De hecho, uno solo es el acto de culto perfecto y agradable al Padre, la obediencia del Hijo cuya medida es su muerte en cruz. La única posibilidad de participar en su ofrenda es ser hijos en el Hijo. Este es el don que hemos recibido. El sujeto que actúa en la Liturgia es siempre y solo Cristo-Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo».

El párrafo no tiene desperdicio: la única posibilidad de participar en el único acto de culto perfecto y agradable al Padre es ser hijos en el Hijo, es decir, es ser Iglesia… Esa de la que la maledicencia y la calumnia neocatecumenal dice que está llena de obispos endemoniados, de Papas con puntillitas, de curas cuya fe no interesa a nadie, de religiosos naturales y de cuatro viejas mal contadas; motivo por el que ellos forma un gueto aparte, para no contagiarse.

 

«16. … Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea. La oración sacerdotal de Jesús en la última cena para que todos sean uno ( Jn 17,21), juzga todas nuestras divisiones en torno al Pan partido, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad [Cfr. Augustinus, In Ioannis Evangelium tractatus XXVI,13]».

¡Cómo no recordar a quien dice que la misa vale como 20 mientras que su tinglado vale 100! Demuestra ser un insensato que se cree capaz de mejorar la Liturgia bimilenaria de la Iglesia que procede de los mismos gestos y palabras pronunciadas en la última cena.

 «17. He advertido en varias ocasiones sobre una tentación peligrosa para la vida de la Iglesia que es la “mundanidad espiritual”: he hablado de ella ampliamente en la Exhortación Evangelii gaudium (nn. 93-97), identificando el gnosticismo y el neopelagianismo como los dos modos vinculados entre sí, que la alimentan.

El primero reduce la fe cristiana a un subjetivismo que encierra al individuo “en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos” (Evangelii gaudium, n. 94).

El segundo anula el valor de la gracia para confiar sólo en las propias fuerzas, dando lugar a “un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (Evangelii gaudium, n. 94).

Estas formas distorsionadas del cristianismo pueden tener consecuencias desastrosas para la vida de la Iglesia».

El subjetivismo que prima lo sentimental lo he visto infinidad de veces que tantas y tantas personas que aseguraban que en la misa de su parroquia no se enteraban de nada porque les faltaban las guitarras, los cantos, las palmas y el enterarse de lo que contasen los demás en los ecos.

Año tras año esa gente no iba por celebrar un sacramento y entendía que eso y solo eso era lo importante, iban por la parte folclórica.

Y luego está la otra pata, la de creerse que su fe es más robusta que la de los demás, porque en lugar de una celebración de cincuenta minutos, ellos están con el pandero pegado al metacrilato durante ciento veinte minutos.

¡No han entendido nada!

 «19. Si el gnosticismo nos intoxica con el veneno del subjetivismo, la celebración litúrgica nos libera de la prisión de una autorreferencialidad alimentada por la propia razón o sentimiento: la acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia, a la totalidad de los fieles unidos en Cristo. La Liturgia no dice “yo” sino “nosotros”, y cualquier limitación a la amplitud de este “nosotros” es siempre demoníaca. La Liturgia no nos deja solos en la búsqueda de un presunto conocimiento individual del misterio de Dios, sino que nos lleva de la mano, juntos, como asamblea, para conducirnos al misterio que la Palabra y los signos sacramentales nos revelan. Y lo hace, en coherencia con la acción de Dios, siguiendo el camino de la Encarnación, a través del lenguaje simbólico del cuerpo, que se extiende a las cosas, al espacio y al tiempo».

Cuando unos se apartan, se aíslan en una sala de usos múltiples, cierran la puerta y ponen barreras para que no entre nadie que no sea del gueto se incurre en una limitación. Eso es demoniaco, dice el Papa.

 

«20. Si el neopelagianismo nos intoxica con la presunción de una salvación ganada con nuestras fuerzas, la celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe. Participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra, como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos».

Que tomen nota los neohermanos: por más que tripodeen a destajo no se gana así la salvación.