Pero, yo tengo que deciros en nombre del Señor, que
quiere que seamos santos, no quiere, es que necesita la Iglesia de Madrid de
nosotros, necesita que seamos santos. Y ¿en qué consiste ser santo? Pues en
vivir en la voluntad de Dios.
Y ¿cuál es la voluntad de Dios para mí? pues
pregúntaselo a Él. Tenemos que rezar al Señor, asistir a los Laudes, hacer el
oficio de lecturas, los salmos y sobre todo ser pequeños. Considérate el último
y el peor de todos, dicen los Padres de la Iglesia. Considérate el último y el
peor de todos, que no eres digno de estar en esta comunidad, tendrías que estar
quizás en la cárcel, no sé dónde, pero el Señor te quiere muchísimo. Por eso sé
agradecido al Señor y alégrate de vivir en su voluntad. Seamos agradecidos a
Dios y vivamos el día a día, cada jornada poniéndonos al servicio de nuestros
hermanos, alegrándonos de hacer algún servicio, de ayudarles.
Después
de 50 años, estaría bien que algún kiko se pusiera por una ver al servicio de
la Iglesia. Sospecho que se oirían trompetas en el Cielo ante tal prodigio.
Alegrémonos de las humillaciones, no es que las
busquemos, las que Dios permite, sea por la salud, sea por los conflictos de la
familia, sea con los hijos, sea con los nietos. Lo que Dios permita.
Démosle gracias de todo al Señor. Vivamos dando
gracias a Dios por la vida que nos da, por su amor, por su ternura, por su
presencia. Esa es la voluntad de Dios: que vivamos dándole gracias, haciendo la
oración constante: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy un
pecador”.
Es
decir, que la voluntad de Dios no es que tripodees, que diezmes, que prepares,
que machaques a tus hijos con la comunidad, que juzgues a todo el que deja el
Camino… A ver si te vas enterando.
Gracias, Señor, por tu amor y por tu bondad.
Concédeme ser manso, humilde, ayúdame a considerarme el último y peor que los
demás. Que no me considere superior a nadie, dirá S. Francisco, que se consideraba
el último y el peor de todos. Era la obra del Espíritu Santo en S. Francisco, que,
habiendo sido inundado (sic), tenía una luz dentro y se veía el último y el
peor de todos.
Lo del
santo inundado es nuevo. El abuelo ya no está para estas cosas.
Esto sucede en todos aquellos hermanos que han sido
visitados por el Espíritu Santo.
Eso: los
inunda a todos.
Considérate el último y el peor de todos, que no
eres digno de estar aquí. Hazte consciente de tus pecados y dale gracias al
Señor. Vivamos dando gracias al Señor por la vida que nos da, de su presencia,
de su amor, de su misericordia, de su bondad, de que te ha dado catequistas, de
que te ha dado una comunidad. ¿Cómo podríamos dar gracias al Señor por tener
una comunidad cristiana? En esa comunidad tienes la ocasión de ayudar a los
hermanos, tienes la ocasión de quererlos, tienes la ocasión de servirlos, de
recibir alguna humillación. Las humillaciones son muy importantes para nuestra
santificación. Todo aquello que nos humilla es santo. ¿Qué nos humilla? ¿La familia, los nietos, los hijos,
los cuñados, el trabajo, el que no tenemos dinero? ¿qué nos humilla?
¿Qué
clase de mente retorcida y deformada es la que puede poner a la familia, los
hijos o los nietos como causas de humillación?
Todo lo que te humille es una gracia. Vivamos dando
gracias al Señor, hermanos. Podría decir esto y muchas más cosas, pero, es
difícil, porque más importante de lo que yo pueda deciros es la acción de los
sacramentos, es la acción de la Vigilia Pascual, es el momento en que el
sacramento irrumpe en nuestro espíritu.
Pero, para ello tenemos que prepararnos a recibir el
Espíritu Santo, a participar realmente en lo que significan los sacramentos. El
sacramento de la Pascua significa que Cristo se hace presente con su muerte
para morir por nosotros. En esa Noche Santa Cristo se hace presente en el altar
y se ofrece en sacrificio por ti, para que tú te unas a Él y dejes sobre su
cadáver el hombre viejo y sea resucitado con Él. Porque no somos santos, no
somos apenas cristianos.
¿Solo se
hace presente una noche al año? ¿Las demás ukas son de pega? ¡Las barbaridades
que llega a decir el abuelo! No deberían dejarle hablar.
La Iglesia de Madrid, el Camino Neocatecumenal
necesitan de tu santidad, necesitan nuestra humildad, necesitan nuestro amor a Cristo.
¡Ay, si fuéramos cristianos, enamorados de Cristo! Amar a Cristo es la única
verdad, el resto es todo vanidad, decían los Padres del desierto: Recuerda,
hijo mío, que amar a Cristo es la única verdad. Amar a Cristo. ¿Tú amas a
Cristo? ¿lo amas? Y ¿cómo muestras tu amor a Cristo, dime cómo lo muestras? A
lo mejor estás distraído todo el día, ¿qué has hecho hoy? En este día de hoy
¿se ha visto el amor que tienes a Cristo? ¿no sé? ¿has rezado el rosario, has
estado rezando todo el día, has hablado con Él, le has dicho que le quieres, le
has dicho ayúdame a hacer tu voluntad? ¿no sé? Necesitamos amar a Cristo, amar
a Cristo es la única verdad, el resto es todo vanidad. Amar, amar a Cristo es
lo que haremos en el cielo, amar a Dios. Pero ya podemos participar del cielo
si amamos aquí a Jesucristo. Si nos levantamos y pensamos en Él, si le ofrecemos
el día, si le decimos: Señor, ayúdame, estate conmigo cerca, ayúdame, ayúdame a
hacer tu voluntad, a ponerme al servicio de los demás. Ayúdame. Y hablando con
el Señor, así poco a poco, debe ir creciendo en nosotros el amor a Cristo. Amar
a Cristo es la única verdad, el resto es vanidad. Y para amar a Cristo necesitamos
humillarnos.
Creo que
se confunde. El amor es humilde, pero la humillación no es mágica para poder
llevar a nadie a amar.
Señor, ayúdame a humillarme, a considerarme el
último, a decir que no soy digno de estar aquí con estos hermanos, que son
todos santos, yo soy un miserable, Señor, yo soy un pecador. Concédeme, Señor,
tu gracia y tu bondad. Concédeme ser cristiano, que viéndome los hermanos vean
en mi a Cristo.
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Antes de comentar, recuerda que tú eres el último y el peor de todos, y que el otro es Cristo.