Hace
un par de días una mujer japonesa
se acercó al Museo del Prado.
Hasta ahí nada original, pues hordas de compatriotas inundan a diario la
pinacoteca. Ella no se dirigió, como cabría esperar, a la sala donde cuelgan
«Las Meninas» de Velázquez, ni a la que alberga «El Jardín de las Delicias» del
Bosco. Puso rumbo a las salas de
Murillo. Buscó y buscó un cuadro en concreto. Una «Inmaculada
Concepción». Posiblemente, se toparía en su camino con la hermosísima «Inmaculada
Concepción de Aranjuez» (procede de la real capilla de San Antonio, en el
Palacio de Aranjuez) o con la no menos espléndida «Inmaculada Concepción de los
Venerables» (fue encargada por Justino de Neve para el hospital de los
Venerables de Sevilla).
El
pintor sevillano llegó a hacer una
veintena de versiones de este tema, más que ningún pintor español de su
época, creando una iconografía propia del asunto con la que ganó un notable
éxito: representa a la Virgen vestida de blanco y azul, con las manos juntas o
cruzadas sobre el pecho, pisando la luna y mirando al cielo.
Pero,
volvamos a nuestra protagonista, a la que habíamos dejado tratando de localizar
el cuadro que busca con tanto ahínco: «La
Inmaculada del Escorial», un gran óleo de 206 por 144 centímetros
pintado por Murillo hacia 1660-1665. Es una de las versiones más emotivas que
pintó en su carrera. Se cree que pudo ser adquirida en Sevilla por Carlos III, quien la incorporaría a las
colecciones reales. Posiblemente, colgaría en la habitación del infante don
Carlos en el Palacio Real. Ante su desconcierto, la mujer pregunta a los
vigilantes de sala. Éstos le comentan que no se halla expuesta: está en el taller de marcos del edificio de
Moneo, pasando una puesta a punto. La obra fue prestada al Museo de Bellas
Artes de Sevilla, formando parte de la exposición central del IV centenario del
nacimiento del pintor, que mantuvo sus puertas abiertas del 29 de noviembre de
2018 al pasado 17 de marzo. Y en junio viajará al Museo de Bellas Artes de
Álava, en Vitoria, como parte del proyecto del bicentenario del Prado «De gira
por España».
Para
sorpresa de los vigilantes, la mujer
llora desconsoladamente. No saben qué ocurre. «Lost in Translation»,
cual Bill Murray y Scarlett Johansson en la película de Sofia Coppola, que
transcurre precisamente en Japón, deciden llamar a Minako Wada, restauradora de papel de la pinacoteca, que es
japonesa. Acude a las salas. La mujer le explica su conmovedora historia. En 2006
viajó a Japón una muestra con 81 obras maestras del Museo del Prado, comisariada
por Juan J. Luna, que fue un rotundo éxito de público: había obras del Greco,
Velázquez, Ribera, Zurbarán, Murillo, Goya, Tiziano, Rubens, Van Dyck... Su
primera parada fue Tokio, donde recibió más de 500.000 visitantes, y después
recaló en Osaka.
Fue en
esta ciudad donde la protagonista de nuestra historia acudió a visitar la
muestra. Tras dos horas de cola, entró y pudo contemplar la «Inmaculada del
Escorial», que le sacudió por dentro. Al parecer, se hallaba destrozada, porque
la vida le había golpeado muy duro y
ya no tenía ganas de continuar. «Si en este mundo hay cosas tan hermosas como
este cuadro, merece la pena seguir
viviendo», se dijo entonces. Aquella «Inmaculada» de Murillo le produjo
tal emoción que le dio fuerzas para no tirar la toalla. Trece años después,
viajaba a Madrid y quería volver a ver aquel
cuadro que le cambió la vida, que la salvó. De ahí su impotencia y sus
lágrimas.
Miguel Falomir, director del Prado,
suele pasear habitualmente por las salas del museo. Le gusta sondear las
reacciones del público. Allí conoció la historia de la desconsolada japonesa, a
la que, por supuesto, se permitió el
acceso al taller de marcos para que volviera a ver a su salvadora. Un
melodrama (¿no se quedan con ganas de saber más detalles?) con final feliz. The End.
Fuente: aquí.
Sólo invocar tu nombre "Inmaculada Concepción", obra de facto en mi alma, la co-redención.
ResponderEliminarP.D- mi Vírgen y Madre es negra, pero como la de Murillo, posee dedos. Ningún kikono tiene apéndices que puedan denominarse "dedos".
San Juan Pablo II (todo queda en Polonia) nos regaló a todas las personas católicas la capilla Redemptoris Mater. El artista fue el padre Rupnik que pintaba él de verdad (Basílica de San JuanPablo II en Polonia, capilla de la Trinidad en Fátima, otra en la Basílica de Lourdes, y otra en la iglesia de San Pío de la Pietrelcina). El inspirador y padre espiritual fue Tomáš Špidlík a quien San Juan Pablo II hizo cardenal.
Arte Sacro contemporáneo y 100% neobizantino. Reconocido hasta por los expertos no creyentes. ¡ Y dicen que no existe arte sacro contemporáneo salvo en su fundación de feísmo niñoDios con gafas de sol y cruz invertida satánica !
Redemptoris Mater (el de verdad, que hasta eso ha copiado)
http://w2.vatican.va/content/dam/vatican/virtualtour/redemptorismater/resources/tour-es.html Opción con música sacra ad hoc.
El pulmón oriental y occidental de nuestra amada iglesia, en la visión de San Juan Palo II. Iconografía neobizantina de la escuela Aletti.
Y eso que tan solo es un cuadro, magnífico, pero un cuadro.
ResponderEliminarQuienes han visto a maria de verdad, saben que la belleza que emana de ella es simplemente inconmensurable, y tan sólo con verla te puede cambiar la vida, igual o mas que a esta japonesa.
Decía algo asi jesucristo: la boca habla de lo que habita en el corazon.
Y yo digo: la pintura expone lo que hay en el corazón de quien pinta.