Tostón publicitario. Adviento 2019 (IV)

Bueno. Ayer quedaron atrás las presentaciones, la posterior falsificación de lo escrito por el apóstol Pablo y el aporreamiento de la guitarra. Así que aquí empieza el verdadero espectáculo.

Como no podía ser de otro modo, Kiko empieza repitiendo una de sus ideas obsesivas: hermanos, ojalá este año el Señor venga sobre las nubes. Entonces no pasaremos por la muerte física, sino que seremos transformados y recibiremos un cuerpo que nos permita vivir eternamente sin dejar de ser nosotros mismos. En serio, está obsesionado con la muerte, será que nota que se acerca a él, y que eso de que morir es con mucho lo mejor, lo ve muy bien para los demás, pero a él no le apetece nada de nada.

Acto seguido toca el rollo de que ellos, los últimos y los peores, los asesinos si se tercia, los perros rabiosos a los que hay que tener encadenados, son los elegidos por el señor -no llegué a aclararme acerca de a qué señor se refería- que quiere darse a ellos, quiere amarlos, quiere que sean el alma de su pueblo, más aún, el alma de la sociedad.

Y para ello ese señor que está con ellos, dice Kiko, con los perros rabiosos, les da una misión: la misión de ayudarle en la obra de salvar a tantos hermanos. Porque a lo peor después de tantos años de calentar metacrilato todavía no sois conscientes de lo que el Señor quiere que hagáis -los demás, que Kiko está muy ocupado con sus cositas y no tiene tiempo para fruslerías- en el trabajo, en la familia, con los nietos, que hay que llevarlos a todos a Jesucristo -¿enseñando los dientes y ladrando mucho?-. O con la esposa, que en casa hay que ser el último -y el peor, ya sabes- poniéndote al servicio de todos. Porque si no eres el último y el peor de todos, no eres cristiano.

"Todo lo que te sucede es una gracia"

Esto es muy importante porque lo dice S. Pablo: «considerando a los otros —a tus hermanos— como superiores a ti». ¿De verdad, crees que todos son mejores que tú? Pídele al Señor que te permita considerarte el último y el peor de todos. Y considera que todo lo que te sucede es una gracia, una misericordia grande de diosito: si se estropea el coche, si se te queman las lentejas, si te cortan la pierna, si pierdes la visión… Diosito es así, solo trae disgustos y catástrofes de las que tú tendrías que estar muy agradecido porque lo que te mereces es estar en el infierno, pero en su infinita misericordia, en lugar de dejarte en el infierno, quemándote, diosito ha preferido meterte en un tostón publicitario.

Porque por si no lo sabes, hermano, es muy importante que en este tostón publicitario en Adviento, salgas de aquí considerando que ninguno de vosotros sois dignos de estar en la Iglesia y que es una gracia grande -de las suyas, de esas gracias que te dejan sin pierna para los restos- que el señor os tenga en una comunidad y que os haya dado nada menos que a unos viva la vida como catequistas, a Mario, a Carmen, a una de Tudela y a Kiko -el último y el peor de todos-. Pensad en todo lo que un ser tan sensible ha sufrido en las chabolas y en su vida, tantos hoteles de lujo, tantas mariscadas, tanto avión privado, tanto no dar un palo al agua… ¡Cielos, que angustia! Todo para que diosito le preparase para vosotros, para que se dé a vosotros.  

¿Y cómo se da? Pues imponiendo cargas que él no carga, como de costumbre. Por eso el señor les ha inspirado – al sensible y a la legión que le acompaña, supongo- invitar a los hermanos de las comunidades a rezar por las mañanas, antes de ir al trabajo. Se reúnen en una sala a celebrar, a cantar “los Laudes” (sic), a tener un tiempo de oración silenciosa, pero no espontánea porque incluso les dice lo que tienen que decir: «Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy un pecador». Una y otra vez hasta que te des cuenta de que ¡tú eres una porquería, hombre! ¿No lo sabías? ¿Todavía te haces un certificado de buena conducta? ¡No sé quién te ha engañado! -Yo sí lo sé, el discípulo del padre de la mentira-. Porque el quid es que si no salís de esa “celebración” con la convicción negativa de que no tenéis remedio, que todos sois unos pecadores, unos pobres, unos desagradecidos, que no vivís la vida llenos de gratitud a diosito por lo que os da: por los disgustos sin fin, los sufrimientos, la comunidad, un itinerario de formación en la fe que solo os lleva a ser perros rabiosos encadenados, es decir, que no sirve de nada. Si no sois capaces de reconocer eso, no os ha servido de nada tanto madrugón.

Pero para que no penséis que esto es palabrería, para que seáis conscientes de que todos vuestros esfuerzos y anhelos y todos los madrugones que os deis no van a servir de nada, Kiko da un hecho concreto de lo que os sucedería si tuvieseis amor a Dios, de tal forma que cuando no se produzca en vosotros -en él tampoco, fíjate como va siempre hiper abrigado- podías reconocer con hechos concretos vuestro fracaso. Porque resulta que en Oriente, cuando se repite sin cesar «Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy un pecador», llega un momento en que la oración se transforma en calor físico que les quema el pecho, como a S. Francisco Javier, que se le quemaba la camisa con el fuego interior y tenía abrirse la camisa y echarse al suelo porque se abrasaba; porque el amor se transforma en calor si es que tú tienes amor a Dios. Ahora ya lo sabes, este año también fracasarás, los puños no te servirán de nada, tu falta de amor se manifestará en que no te abrasarás, de la misma forma que no serás capaz de levitar.  

Y acto seguido se pone a contar una historia sobre san José de Cupertino, al que pone de tonto para arriba: subnormal, anormal, tonto, burro, todo lo hacía mal, esas son las lindezas que le dedica. Aunque peor es lo que dice respecto a uno de los monjes del convento en el que estuvo el santo, monje sobre el que directamente emite el juicio de que era un malvado. Kiko siempre tiene la lengua presta para condenar a sus hermanos a quienes está llamado a servir por ser él el último y el peor de todos. El caso es que cuenta que san José de Cupertino levitaba durante la oración y brillaba luminoso cuando la Inquisición quiso exorcizarlo por si se trataba de una posesión diabólica. Pero lo más chusco es cuando asegura que al pobrecito santo incomprendido lo ordenaron sacerdote contra su voluntad, porque él no quería recibir el sacramento del orden sacerdotal.

Y entonces le echa a Dios la culpa de la presunta tropelía, porque en el kikismo, Dios jamás respeta la libertad del ser humano, sino que le impone su voluntad, si hace falta con cánceres o piernas amputadas o lo que se tercie.