Del mamotreto de los dichos de Carmen (III)

 

En la anterior entrada sobre los dichos de Carmen puse algunas parrafadas de sus discursos en los que, de forma resumida, creo que lo único que trata de decir es que Dios vio que toda la Creación estaba bien hecha, incluida una criatura hecha a su imagen y semejanza y, por ende, libre y social.

De modo que la imagen y semejanza de Dios implica por un lado el libre albedrío: El ser humano no está predestinado y tampoco está abocado sin remedio al pecado -y cuando Kiko sostiene lo contrario, es la Doctrina Católica lo que contradice-, pues si no pudiese optar entre pecar o no pecar, no sería libre.

Por otro lado, la imagen y semejanza de Dios también implica que el ser humano es un ser social que requiere del prójimo, donde el prójimo no es el enemigo que te destruye -y cuando Kiko se empecina en lo contrario yerra de nuevo-, sino la ayuda adecuada que te completa.

Este segundo aspecto que deriva de la imagen y semejanza de Dios en el ser humano es lo que Carmen expone como una especie de teoría del otro. En 1973 decía al respecto:

«Lo santo no tiene ninguna categoría moral, o sea, no lo muy bueno es lo santo, sino que [la santidad] es otra cosa distinta; en todas las religiones, lo “santo” es cualquier cosa que es inalcanzable al hombre, no hacer muchas obras buenas. Lo santo es Dios: el “Qadosh” [santo en hebreo]. Para los hebreos es la aparición de lo santo en ellos que nosotros siempre decimos, con nuestras categorías… La aparición de Dios, del Santo, es lo que transciende al hombre, va más allá de sus categorías morales, intelectuales o racionales. Porque es Dios, es el otro totalmente» (Mamotreto de textos de Carmen, p. 4).

(Para empezar con fuerza, Carmen asegura que el otro, que es un religioso natural de misa de 12 y un rebotado que ha dejado de caminar, es Dios. Ahí queda eso. Claro que también asegura que la santidad es imposible para el ser humano, mucho más si se pretende que sea una santidad de kategoría superior).

«Imaginaos que misión tenemos: marchar contra corriente de toda nuestra sociedad, americana y rusa, todos dicen lo mismo: el aborto, el desear los bienes ajenos, el codiciar la mujer del prójimo, todos dicen lo contrario de estas Diez Palabras que se resumen en un solo mandamiento: amar a Dios, que es el fin del hombre, donde el hombre llega a su plenitud abandonándose a este inmenso Dios que no se le puede meter en la cabeza, y en esa el hombre está llamado a una dimensión infinita, que no tiene límite y amar al que tienes al lado, al otro. Esto sabes que es tu felicidad.

Por eso, la evangelización nunca se puede presentar dando cosas, sino como los últimos, porque incita al hombre a realizarse, que es amar al otro, entregarse al otro y el misterio de la historia es muy grande y no lo entiende nadie aquí, ninguno de nuestros “sapientones”, ningún científico. Nosotros mismos estamos viendo el misterio que nos rodea y que nosotros mismos somos un misterio, nuestros ojos, nuestro físico, nuestro espíritu, también es un misterio. Y las pruebas por las que pasamos y el sufrimiento –que no se puede quitar ni con las drogas ni con la morfina- tienen un sentido de encontrar la Vida Eterna.

Pero ¿Qué es el hombre? ¿A dónde vamos los hombres? ¿A dónde va la sociedad si no existe el cielo? ¿Para qué vives? ¿Para tener un hijito, para llevarlo a la escuela, para que luego se te muera? ¿No veis lo viejos que estamos ya?

Hay que hablar del cielo y hay que hablar de la Vida Eterna. Y si no, la Iglesia que se meta en la política y que deje los misterios de Dios. Porque, además, es lo que está deseando el hombre… porque Dios no deja al hombre abandonado, sino que lo deja LIBRE» (Ibid., p. 96).

(Muy moralista me suena tanta prueba y tanto sufrimiento que no alivia ni la droga -¿lo diría por experiencia?-. Mucho afirmar que el Cristianismo no es un moralismo para caer en lo de siempre: el empecinamiento de que el sufrimiento es imprescindible. Lo que es, es inevitable, pero el sufrimiento por sí mismo no hace más ni mejor cristiano. En todo caso, Carmen no ve al otro como el enemigo, sino como la herramienta para realizarse, lo que suena muy utilitario y deshumaniza a ese otro).

«Y en toda esta grandísima creación, entre el misterio del universo está el misterio del hombre, de cada uno de nosotros. Para mí Kiko, que llevo treinta años con él, es un misterio inabordable, cada uno somos un misterio enorme. Y el misterio más grande es que “hombre y mujer los creó. A imagen suya los creó, hombre y mujer” o sea, que ya estableció una relación, un diálogo. El hombre ya nace en relación con otro. “Hombre y mujer los creó”, en relación, “a imagen suya los creó”. Y el misterio más grande de esta imagen, es que le puedan decir a Dios que NO. La imagen de Dios es esa libertad del hombre de poder decir a Dios NO. Eso es una grandiosidad enorme, grande, maravillosa» (Ibid., p. 294).

(Lo cierto es que lo de “varón y hembra los creó” aplica a casi todas las especies animales. Y la cualidad social, también).

«Un solo relato de la creación del hombre con diversas tradiciones para decir lo mismo: que el hombre está incompleto y que depende siempre de otro» (Ibid., p. 308).

(Lo que precede incurre en el fallo de emplear la misma palabra “hombre” para referirse tanto a la obra creada por Dios como al varón. La criatura creada por Dios a su imagen y semejanza no está incompleta por el simple hecho de que la imagen y semejanza de Dios no puede ser algo incompleto. Sucede que esa imagen y semejanza está en la suma de una criatura que fue creada como varón y varona (Gn 2,23); por tanto, la completitud son ambos, no uno de ellos).

En un fragmento del año 1998, usando el relato de la lucha de Jacob con Aquel, dice el recopilador de textos carmelitanos que Carmen habla del “Misterio del Otro. ¿Quién es el otro?”: 

«En esta lucha nocturna que tiene con este ser misterioso, que no se sabe si está luchando con un hombre o si está luchando Dios. Es una cosa misteriosa. Chagall, ese pintor hebreo [Marc Chagall (1887-1985). Pintor de la escuela vanguardista] que yo tengo esta pintura en mi cuarto, tiene la lucha de Jacob con este ser misterioso que por una parte parece un hombre, por otra parte, parece Dios.

(A mí me da que el pintor ha querido representar a un superhéroe disfrazado de hombre-polilla o a un ángel, pero jamás pensaría que “parece Dios”).

No sabe si es él que lucha consigo mismo, si es la pesadilla y la angustia que tiene de ver a su hermano que le va a matar, o sea la lucha con el enemigo, o es Dios mismo. Pero al final ve que es alguien más potente que él, y se conocerá a sí mismo, cojeando, y verá que hay alguien más poderoso al que dirá: “bendíceme”. Ya no es una bendición que roba, como se la robó a su padre y engañando a su hermano, sino que ya la recibirá conociéndose a sí mismo.

(Eso de que no la roba… Se aferra con uñas y dientes a la pierna de su contrario para obtenerla, eso no es una bendición ofrecida ni entregada por las buenas).

Que es lo que nos pasa a nosotros. Al final, por mucho que tengas hijos, y no sé cuántos, al final llega un momento en que te encuentras solo. (…) la lucha que tenemos con el otro es un espejo de la lucha que tenemos con Dios» (Ibid., p. 431).

Y este es el fragmento que según el recopilador expresa el “misterio del otro” -sin mayusculitis-, pero a mí me parece que no revela nada ni aclara nada y solo con esfuerzo puedo suponer que Carmen trata de advertir que convertir al otro en el enemigo -como hace Kiko- es luchar contra Dios.

Y esto es todo lo que dan de sí los textos carmelitanos sobre la teoría del otro.