domingo, 29 de septiembre de 2019

Sofá neocatecumenal para jóvenes



Cuando yo hice las kikotesis no había presbis RM. El primer seminario había sido erigido pocos años antes, así que los presbis que acompañaban a los kikotistas procedían de seminarios tradicionales. Y su función principal era ciertamente la de acompañar en silencio. 
Por lo que sé, pese a que ahora algunos presumen del enoooorme fruto de los seminarios RM y de que los presbis van a conquistar Asia –se conoce que lo de las salmonetas no ha funcionado–, resulta que ahora tienen tantas dificultades para enganchar a algún presbi que dan las kikotesis sin la presencia de ninguno de ellos. Pero las cosas no eran así cuando yo vi la propaganda kika en la puerta de una parroquia y fui a escuchar las kikotesis; en aquella época remota, el equipo de kikotistas estaba acompañado por un sacerdote que hacía la oración inicial y la despedida final y el resto del tiempo permanecía sentadito y callado –tampoco había sillas de metacrilato por aquel entonces- escuchando lo que decían los laicos.
Ya dijo kiko que el jefe de la caravana no tiene ni idea de cuál es el camino y por eso contrata a un guía que es quien sabe cómo llegar a la meta. En otras palabras, que los curas no saben nada de Dios ni de la fe y necesitan a un iluminado que, en su nombre y con su beneplácito, conduzca a los fieles.
Pero lo cierto es que hubo una sesión en la que el equipo de kikotistas dejó hablar al cura. ¿Casualmente? de los dos meses de rollo intensivo lo único que no he olvidado es lo que dijo este sacerdote. Pero no se trata de que lo recuerde porque me gustase o me convenciese, sino por todo lo contrario, me chirrió y me provocó malestar.
Con todo desparpajo, el cura se despachó haciendo burla de los jóvenes que acudían a la última misa del domingo. Dijo de ellos que acudían por obligación, bien porque sus padres les forzasen a ir –malo- o bien porque ellos mismos estuviesen aco…ngojados ante la idea de un dios vengador que se ensañaría con ellos si faltaban a misa; dijo que lo que les llevaba a la iglesia no era la fe ni el amor a Dios, sino la superstición, el temor al castigo divino; dijo que no conocían a Dios que es padre amoroso de todos. Y eso era peor.
Y además describió coloristamente cómo se comportaban estos jóvenes en la misa: se sentaban al final del todo, derrumbados sobre el banco, espatarrados, sin prestar atención al milagro que tenía lugar en el altar, con los ojos vacíos de vida y de alegría, sin vivir la misa, limitándose a calentar banco y a esperar que concluyera, con los brazos caídos y expresión de alelamiento. Fue hace tanto que los móviles todavía no eran un artículo común y los jóvenes no solían disponer de uno.
Su resumen fue que para estar así, dando un espectáculo lamentable de desconocimiento de la fe que en teoría profesaban, mejor sería que esos jóvenes no pisasen la iglesia. Y los kikotistas asintieron con gesto de que si de ellos dependiera, esos chicos no volverían a pisar una iglesia sin recibir antes un katekumenado serio para que entendieran que no se puede estar delante de Dios como quien está en el sofá de su casa.
Resultó que tras las kikotesis entré en una comunidad y empecé a hacer el trípode: preparaciones, palabras, preparaciones, ukas, anuncios, preparaciones, convivencias, preparaciones, bolsas… En mi comunidad había mucho adulto joven, algunos mayores y apenas niños. Pero hubo muchas ukas en las que nos juntábamos con otras comunidades que sí tenían niños… Y vi lo que hacían los niños y los jóvenes durante las largas ukas.
Se sentaban juntos, espatarrados sobre los asientos, con cara de hastío, se pasaban chuches y se las comían allí mismo, se molestaban unos a otros con pellizcos y codazos, hacían cualquier cosa para matar el rato menos prestar atención, pasaban olímpicamente de la uka.
Algunos catecúmenos -¡Qué ingenuos éramos entonces!- se quejaron de la conducta de los chicos, de su falta de respeto, de sus malos modales y recordaron que según el presbi acompañante del equipo de guías hacia la fe adulta, era preferible que no fueran antes que pasarse así toda la uka, provocando escándalo a otros.
Los kikotistas –padres de esos chicos, por cierto- pararon los pies de inmediato a los protestones, asegurando que Dios marcaba los tiempos y que Él sabría cuando convertir a esos jóvenes, que lo importante era que estuviesen allí, recibiendo una palabra que iría calando en ellos sin que se diesen cuenta, y que era preferible que se pasasen toda la uka rascándose las nalgas como quien está en el sofá de su casa antes que estar fuera, en el mundo, consumiendo alcohol o tabaco o estupefacientes y fornicando una y otra vez.
Luego llegaron los móviles y los chicos siguieron igual de espatarraos, igual de pasotas, igual de "estoy aquí porque me obligas a venir pero paso de todo", solo que sin parar de chatear o de jugar con el móvil y, por tanto, bastante más tranquilos.
Un milagro de conversión para algunos. 

viernes, 27 de septiembre de 2019

Peregrinación veraniega para neocatecúmenos




Este es un reportaje fotográfico de las kikílicas –que no idílicas- vakaciones a las que los padres muy kikos someten a los hijos que ya han superado la edad de jugar a padrinos y a campamentos con piojos.
De paso, por supuesto, es una forma de financiar ciertos rincones de la kikandad. Porque nadie se va de rositas cuando es llevado a tales sitios a ver y vivir la historia del Camino –o cosa por el estilo que les venden a los chicos-, sino que la visita guiada va acompañada de la correspondiente bolsa negra de dinero B. Apuesto que les resultaría más barato visitar el museo del Prado. Y mucho más instructivo y gratificante para la vista. Pero no, lo que manda la inmensa egolatría de algunos es que se hagan reportajes fotográficos de sus churros.
Visita a churrolancia, digo, al centro neocatecumenal de Madrid


La cara de entusiasmo de los chicos es todo un poema



Practicando la hincada de hinojos, porque los kikos no se arrodillan ante la Eucaristía, pero sí ante alguna piedra

Y luego, de guinda, en un lugar que dice ser un seminario, se enseña a los chicos a besar piedras al tiempo que piden un deseo en lo que se asemeja a un rito mágico-pagano de la new age supersticiosa.
Obsérvese el detalle de la columna negra en todo el medio. Un prodigio de diseño.

Empieza la sesión de genuflexiones a la piedra






Y los presbikikos no dudan en dar ejemplo de postración de hinojos.

Todo sea para que los chicos no desconecten en verano de la kikolatría.


miércoles, 25 de septiembre de 2019

Traditio symboli (XXII)



Entonces escuchemos esto, hermanos. Está claro que para escuchar el kerygma es necesario abrir un poco el oído, tener los oídos abiertos. A los apóstoles no los escuchaban en absoluto, por eso San Pedro tuvo que curar a un lisiado. "¡En el nombre de Jesús de Nazaret, te digo, levántate y anda!". Uno que toda su vida estuvo ahí, con los huesos torcidos, se pone en pie para caminar, y esto abre los oídos a los hermanos, y escuchan y les pueden anunciar el kerygma.
A mí me suena a que la fe sin obras es fe muerta. Pedro da testimonio de su fe con la curación del lisiado y por eso es escuchado. En cambio no se sabe que la fe de Kiko haya curado a nadie nunca.
Bien, también vosotros tenéis más o menos los oídos abiertos, no sé hasta qué punto los tienes abiertos; pero también por las casas, vosotros mismos, caminando así, llamando al timbre, arriesgando un poco vuestra vida en lugar de quedaos en casa a ver la televisión, siendo capaces de perder un poco la vida, sin dinero, eres una noticia, eres un acontecimiento que puede ayudar a abrir los oídos.
Atención, porque la fe viene por la predicación. Y todos nosotros tenemos una fe débil, necesitamos que nuestra fe aumente, aumente. Por eso estáis aquí, una escuela de catequistas, verdaderamente, os estamos preparando para anunciar el Evangelio; y para anunciar el Evangelio es necesario como primera cosa la fe, no las nociones teológicas que vosotros tenéis -que también eso es necesario-, pero más importante, más que eso, es qué fe tienes.
Hay algunos que se creen dispensadores de fe en spray. Primero asegura estar preparando a gente para anunciar el Evangelio, luego remata con que para ello es imprescindible tener fe; en suma, su pretensión es que la preparación que da a otros otorga fe. En realidad, lo único que hace es rociar con saliva a los oyentes, pero dada la falta de nociones teológicas de estos, cuela.
Por qué el kerygma no es nociones teológicas: la Iglesia tuvo un momento en el que tuvo que ir a la escuela porque se enfrentaba a conflictos gravísimos, como dijo Carmen antes. Esto no significa que no se deba estudiar teología y estas cosas muy, muy importantes, sobre todo cuando la Iglesia pasaba por momentos en los que tuvo que defenderse de herejías; por esta razón, casi todo lo que se estudiaba era apologética, y la Escritura se razonaba en este sentido apologético para defenderse, porque eran atacados. Hoy, gracias a Dios, estamos en otro momento: ya no hay necesidad de esto. Antes había necesidad de esto porque la fe se daba por supuesta, todos tenían fe religiosa, todos.
Hoy estamos en otro momento, no se trata tanto de discutir apologéticamente sobre la pureza de la fe como de buscar fe: hoy se cuestiona la fe, se cuestiona a Dios y se duda de Dios. Por eso necesitamos testigos, testigos, testigos de la presencia de Dios. Por eso el Señor nos toma, nos hace testigos y nos envía, a todos nosotros, a anunciar la buena nueva, una bella y gran noticia. Como vemos aquí Pedro y Juan, dos hermanos, como iréis vosotros de dos por dos, que anuncian una buena nueva a los hermanos. Por eso digo: ¡atención, porque la salvación viene por la predicación!
Entonces, cuando yo os anuncio el kerygma, en este momento aumenta vuestra fe, en este momento se da la salvación.
El chiste es malo, malo, malo. Por eso no se lo ríe nadie.
 ¿Por qué? San Pedro lo dirá aquí: hermanos, lo que escucháis es lo que Dios dijo a Moisés, cuando Dios se apareció en la montaña y comenzó a temblar la tierra -porque ¿cómo podría Dios tocar la tierra y que la tierra entera no tiemble, brrum?-; cuando todo se mueve, el pueblo está aterrorizado. ¡Habla con la gente que escucha el terremoto! Todo se mueve, es aterrador. Estaban tan aterrorizados, se veía humo, se oían truenos, la voz de Dios que tronaba, la merkabà de Dios tocó la tierra. En ese momento el pueblo estaba aterrorizado: "Moriremos todos, todos moriremos", y le dice a Moisés: "¡No, nunca más! Nuestro corazón no lo aguantaría, moriríamos todos. ¡No quisiera volver a tener esta experiencia en mi vida, nunca! No quiero que esto se repita en mi vida, nunca. Mira, habla tú con Dios y tú nos lo dices a nosotros, porque de lo contrario moriremos todos. Si en otra ocasión, estoy seguro -dijo el pueblo-, que si esta experiencia se repite otra vez, me muero, me muero, mi corazón no podría soportarlo más. ¡Es demasiado para mí! Entonces mira, habla tú con Dios. Nosotros Le obedeceremos, te lo prometemos, obedeceremos". Atención, esto es muy importante.
Se ve por donde va, ¿no? Primero se hace pasar por interlocutor de Dios y a continuación reclama obediencia. Pero resulta que falsea la historia: lo que narra el libro del éxodo es que desde el principio hay un interlocutor entre Dios y el pueblo. No que el pueblo pida ese interlocutor.
Entonces Moisés va a hablar con Dios y Dios le dice: "Mi pueblo ha dicho bien: no hablaré más como he hablado. Suscitaré un profeta" –hemos dicho que el Bautismo nos hace profetas todos- "y quien lo escuche vivirá".
Inútil buscar la cita en la Biblia, es falsa, como tantas otros embustes escritos en los mamotretos.
Entonces, la salvación, la vida viene de escuchar a este profeta, lo que te anuncia en el nombre de Dios. ¡Este profeta es Cristo, Cristo!
Ojo, porque luego vienen algunos, como el padrecito Pezzi, y pretenden que el profeta es otro distinto a Cristo.
Pero mi primo, mi hermano, que está casado con una sueca, es físico o lo que sea, tiene dos hijos, ya no cree en nada, nunca ha escuchado la voz de este profeta. ¿Dónde escuchará la voz de este profeta? Él dice que los sacerdotes dicen tonterías, no quiere escucharlos, nunca va a la iglesia, nunca. Y aquí se dice que mi hermano -mi hermano de carne, concreto, se llama Félix, mi hermano a quien amo, lo quiero mucho... Somos cuatro hermanos, yo soy el primogénito de cuatro varones, él es el último-, este hermano, yo sé que dice la Escritura que solo cuando escuche a este profeta... ¿Y dónde lo escuchará? A mí no quiere escucharme, nadie es profeta en su casa, piensa que estoy loco, que arruiné mi carrera, pero ¿qué...? Había hecho exposiciones en el extranjero, todos los periódicos, la televisión habían hablado de eso, y di una patada a mi carrera, y me fui allí a hacer el loco con los pobres, ¡a predicar, con los sacerdotes!
A ver si se aclara. Lo cuenta como si hubiera hecho cienes y cienes de exposiciones en solitario. Nada más falso. Y en otros sitios asegura que se fue con los pobres a ponerse a sus pies, pero nada de predicar y menos de juntarse con sacerdotes. ¿Fue mentira lo que dijo antes, lo de ahora o todo ello?
Él dice que soy... Pero a él, pobrecillo, ¿qué le pasa? Tiene conflictos en casa, apenas ama a su esposa, va a escalar, practica el montañismo, ecología, hace cosas así, no quiere tener más hijos, tiene dos y ya son demasiados, demasiados problemas, no sé si se separa de su esposa, no sé, tiene problemas. Tiene los problemas que tienen todos los hombres, todas las personas más o menos, ¿verdad?
Bien. Pero yo sé que mi hermano, ya que lo quiero bien, también él podrá conocer a este profeta, la voz de este profeta. Por eso estoy esperando que el párroco de ese barrio acoja el Evangelio, acoja el Evangelio.
Otra falsedad. Lo que quiere es que el párroco acoja una cosa que no quiere ser un grupito más de la parroquia.
Porque tal vez un día llegarán allí, a su casa, bum bum, ¿eh? Ese día mi hermano: "No, pero ¿quiénes son?". Le dice a la esposa. "No, no son testigos de Jehová, vienen de la parroquia, son católicos, quieren hablar con nosotros, tienen una buena noticia para nosotros".
 

lunes, 23 de septiembre de 2019

Los neocatecúmenos y el libre albedrío



Sigo con el tema de la falta de libertad de los pobrecitos neocatecumenales.

En la primera parte he intentado resaltar que los neocatecumenales compran con alborozo que ellos carecen de libre albedrío, por lo que no pueden optar entre el bien y el mal, sino que están irremediablemente abocados a obrar el mal y ser lo peor. Y que lo compran alborozados precisamente porque si no son libres para obrar de otra forma, entonces tampoco son responsables del mal de ocasionan a sí mismos y a los demás.
No es una actitud mentalmente sana, pero les hacen ser así:
1.     Convencerse de que son lo peor; más aún, convencerlos de que esforzarse por obrar el bien no solo es que esté fuera de su alcance, es que además es un moralismo que disgusta a diosito
2.     Comprobar con hechos concretos que obran el mal una y otra vez y caer cada vez más bajo y darse cuenta de que desde que están en la comunidad son mucho peores, que juzgan a todos y no soportan a los hermanos
3.     Sentirse muy ufanos y muy encantados de haberse conocido por ser como son y obrar como obran
Porque, insisto una vez más, les han convencido de que no pueden ser de otra forma. Es más, les han asegurado que antes estaban alienados y por eso no se daban cuenta de lo malos que eran y que es ahora cuando son ellos mismos y además han conocido como son realmente.
Este descenso a las tinieblas se ve ayudado por hechos tan concreto como que los kikotistas se esfuerzan por apartar a los captados de cualquier devoción previa: a quien practica el rezo del rosario le “invitan” a dejarlo, porque ya le dirán ellos cuando está preparado para entender qué es la oración y cómo ha de practicarse; a quien estén en otro grupo parroquial le dirán que no se puede servir a dos señores -¿comor? ¿el señor no es el mismo para todos los grupos parroquiales? No, claro que no, de señor el CNC es un tipo que se cree artista-; a quien sea amigo de peregrinaciones, le dirán que eso es folclore y turismo salvo que las lleven ellos…
Todo esto ya es malo de por sí, pero hay más.
Una vez que, merced a la perversión de la kikolatría, el neocatecumenal ha descendido los siete escalones y se ha hundido en lo más hondo de la piscina, es decir, una vez que ha sido destruida la persona que fue, da comienzo la segunda parte.
Porque otra cosa que aseguran los kikotistas pregoneros de la kikolatría es que Dios no puede rescatar a nadie hasta que no está hundido en la muerte, ahogado en el fondo de la piscina. Solo entonces Dios -mejor dicho, diosito- se manifiesta.
Por eso los religiosos de misa de 12 no se enteran de nada: porque como siguen empeñados en ser buena gente, en sus devociones, en su moralismo y tal y tal y no descienden los escalones  -es decir, no se regodean en las malas acciones ni en ser los peores-, Dios no puede ayudarlos. Por lo que nunca jamás podrán llegar a ser kikianos adulterados cristianos adultos.
Pero no así con ellos, los elegidos, los peores de todos, los que han conocido su debilidad, los que han tenido la guía de unos kikotistas que les han advertido que aún no estaban capacitados para rezar el rosario y que se dejasen de beaterías hasta que fuesen instruidos sobre cómo rezar, los que han caído una y todas las veces con el convencimiento de que no podía ser de otra forma y que no pasa nada, que todas esas caídas eran necesarias para que se conociesen a sí mismos y, no menos importante, para permitir que diosito actuase en ellos.
Y aquí se aplica otra receta mágica de la kikolatría, la que dice que no por tus obras, que son pésimas, ni por tus méritos, que no tienes, sino por pura misericordia divina, Dios te rescatará y hará de ti, gratis total, una criatura nueva, un hombre nuevo. Todo esto os suena a quienes habéis caminado, ¿no es así?
En el Camino se pone mucho énfasis en lo de gratis total. Es muy importante, porque lo que te dicen es que tú no vas a tener que esforzarte. Dios te lo tiene que regalar sin que tú muevas un dedo, puesto que esos son los términos de la alianza: tú te hundes en las aguas de la muerte y Él te salva. Si te tuvieses que esforzar sería como poner la mano en el arado y volver la vista atrás, como echar de menos las cebollas de Egipto, sería una vuelta al moralismo. Y los moralistas, no se te olvide, son unos alienados que se creen que son libres de optar entre obrar el bien u obrar el mal.
En el Camino se invita a los catecúmenos a confiar en que diosito lo hará todo. Es más, para ellos, la prueba de que algo viene de Dios es que lo puedas realizar sin ningún esfuerzo; si te cuesta, es que lo estás llevando a cabo por puños. Y los kikotistas te habrán advertido mucho muchísimo de que obrar por puños no es meritorio, sino todo lo contrario, es un moralismo.
Recuerdo un escruticidio, ya muy avanzado el camino, tal vez en el primer paso de la elección, en el que una hermana contó que durante un tiempo no había podido tragar a otra hermana, pero que ya estaba todo resuelto. El kikotista preguntó: ¿Te costó mucho reconciliarte? A lo que esta hermana repuso que no. Entonces el kikotista dictaminó que Dios había actuado, que un perdón sin esfuerzo es obra de Dios, porque para el hombre es imposible perdonar.
Lo que esta hermana no contó –a esas alturas de camino ya nos las sabíamos todas- es que en la convivencia de inicio de curso, desde el atril, en mitad de lo que en teoría era la proclamación del kerigma, nos refirió a toda la asamblea su malquerencia con la otra hermana. Claro, después de dejarla en evidencia ante todos, le fue fácil sentirse tan realizada que incluso la perdonó. Sin esfuerzo, solo con maña y triquiñuelas. Y lo que tampoco contó es que a raíz de esa actuación fue la otra persona la que se cogió un rebote de no te menees.
Este es el quid por el que año, tras año, tras año, los pobres neocatecúmenos constatan que siguen sin convertirse, que siguen tan pecadores como el primer día, que siguen siendo los últimos y los peores de todos: porque siguen sin mover un dedo, a la espera de que Dios lo haga todo, sin contar con ellos, sin respetar su voluntad de optar entre el bien y el mal. Porque los kikos no entienden el libre albedrío y esperan que Dios los obligue a ser buenos.
Y como eso no sucederá nunca, ninguno de ellos se convierte.