Cuando
yo hice las kikotesis no había presbis RM. El primer seminario había sido
erigido pocos años antes, así que los presbis que acompañaban a los kikotistas procedían de seminarios tradicionales.
Y su función principal era ciertamente la de acompañar en silencio.
Por lo
que sé, pese a que ahora algunos presumen del enoooorme fruto de los seminarios
RM y de que los presbis van a conquistar Asia –se conoce que lo de las
salmonetas no ha funcionado–, resulta
que ahora tienen tantas dificultades para enganchar a algún presbi que dan las
kikotesis sin la presencia de ninguno de ellos. Pero las cosas no eran así cuando
yo vi la propaganda kika en la puerta de una parroquia y fui a escuchar las
kikotesis; en aquella época remota, el equipo de kikotistas estaba acompañado por
un sacerdote que hacía la oración inicial y la despedida final y el resto del
tiempo permanecía sentadito y callado –tampoco había sillas de metacrilato por
aquel entonces- escuchando lo que decían los laicos.
Ya
dijo kiko que el jefe de la caravana no tiene ni idea de cuál es el camino y
por eso contrata a un guía que es quien sabe cómo llegar a la meta. En otras
palabras, que los curas no saben nada de Dios ni de la fe y necesitan a un
iluminado que, en su nombre y con su beneplácito, conduzca a los fieles.
Pero
lo cierto es que hubo una sesión en la que el equipo de kikotistas dejó hablar
al cura. ¿Casualmente? de los dos meses de rollo intensivo lo único que no he
olvidado es lo que dijo este sacerdote. Pero no se trata de que lo recuerde
porque me gustase o me convenciese, sino por todo lo contrario, me chirrió y me
provocó malestar.
Con
todo desparpajo, el cura se despachó haciendo burla de los jóvenes que acudían
a la última misa del domingo. Dijo de ellos que acudían por obligación, bien
porque sus padres les forzasen a ir –malo- o bien porque ellos mismos estuviesen
aco…ngojados ante la idea de un dios vengador que se ensañaría con ellos si
faltaban a misa; dijo que lo que les llevaba a la iglesia no era la fe ni el
amor a Dios, sino la superstición, el temor al castigo divino; dijo que no
conocían a Dios que es padre amoroso de todos. Y eso era peor.
Y
además describió coloristamente cómo se comportaban estos jóvenes en la misa:
se sentaban al final del todo, derrumbados sobre el banco, espatarrados, sin
prestar atención al milagro que tenía lugar en el altar, con los ojos vacíos de
vida y de alegría, sin vivir la misa, limitándose a calentar banco y a esperar
que concluyera, con los brazos caídos y expresión de alelamiento. Fue hace
tanto que los móviles todavía no eran un artículo común y los jóvenes no solían
disponer de uno.
Su
resumen fue que para estar así, dando un espectáculo lamentable de
desconocimiento de la fe que en teoría profesaban, mejor sería que esos jóvenes
no pisasen la iglesia. Y los kikotistas asintieron con gesto de que si de ellos dependiera, esos chicos no volverían a pisar una iglesia sin recibir antes un katekumenado serio para que entendieran que no se puede estar delante de Dios como quien está en el sofá de su casa.
Resultó
que tras las kikotesis entré en una comunidad y empecé a hacer el trípode:
preparaciones, palabras, preparaciones, ukas, anuncios, preparaciones,
convivencias, preparaciones, bolsas… En mi comunidad había mucho adulto joven, algunos mayores y apenas niños. Pero hubo muchas ukas en las que nos
juntábamos con otras comunidades que sí tenían niños… Y vi lo que hacían los
niños y los jóvenes durante las largas ukas.
Se
sentaban juntos, espatarrados sobre los asientos, con cara de hastío, se
pasaban chuches y se las comían allí mismo, se molestaban unos a otros con
pellizcos y codazos, hacían cualquier cosa para matar el rato menos prestar
atención, pasaban olímpicamente de la uka.
Algunos
catecúmenos -¡Qué ingenuos éramos entonces!- se quejaron de la conducta de los
chicos, de su falta de respeto, de sus malos modales y recordaron que según el
presbi acompañante del equipo de guías hacia la fe adulta, era preferible que no fueran antes que pasarse así toda la uka, provocando escándalo a otros.
Los
kikotistas –padres de esos chicos, por cierto- pararon los pies de inmediato a
los protestones, asegurando que Dios marcaba los tiempos y que Él sabría cuando
convertir a esos jóvenes, que lo importante era que estuviesen allí, recibiendo
una palabra que iría calando en ellos sin que se diesen cuenta, y que era preferible que se pasasen toda la uka rascándose las nalgas como quien está en el sofá de su casa antes que estar fuera, en el mundo, consumiendo alcohol o tabaco o estupefacientes y
fornicando una y otra vez.
Luego
llegaron los móviles y los chicos siguieron igual de espatarraos, igual de
pasotas, igual de "estoy aquí porque me obligas a venir pero paso de todo", solo
que sin parar de chatear o de jugar con el móvil y, por tanto, bastante más
tranquilos.
Un
milagro de conversión para algunos.