Me
apetece hablar de precariedad.
Precariedad
es uno de esos términos que la insistente matraca neocatecumenal adapta a sus
intereses hasta dotarlo de un significado diferente.
Hace
tiempo, en esta entrada, ya se trató el tema de la
precariedad en la vertiente de achacar a la incapacidad propia el no ser capaz
de hacer que los floreros leviten, por ejemplo. Porque según los kikotistas
cualquiera que tenga fe verdadera si le dice a un florero que levite, el
florero levita sin más. Así que si tú no puedes hacer que el florero se
tambalee tan siquiera es por la precariedad de tu fe, porque en tu precariedad,
dudas y cuando dudas, te hundes en el agua.
Pero
hay otra vertiente. Porque nada raro tiene que en el CNC se diga una cosa y su
contraria.
En
la otra vertiente, vivir en precariedad es una aspiración (o eso dicen), es el
ideal de su camino a ninguna parte, es estar en la voluntad de Dios.
Me
explico. Para ser buenos neocatecúmenos, los matrimonios han de estar abiertos
a la vida. Es decir, aceptar su precariedad de vivir sin saber que va a pasar,
dejando que sea Dios quien disponga si envía o no un nuevo embarazo por no
haber empleado un legítimo y lícito método natural de control de natalidad.
En
palabras de una de ellas, para que se entienda mejor (tomado de aquí):
«- Llegasteis con cinco hijos y allí nacieron otros cinco. ¿Cómo
reaccionaban ante una familia tan grande?
- En Japón solo se tiene un hijo o dos, pero me sorprendió no
recibir oprobios ni por el número de hijos ni por el de cesáreas. Mis dos
primeros hijos nacieron de parto natural pero como en el tercer embarazo tuve
que tomar sulfamidas por la toxoplasmosis, y ello podía afectar al niño, me
programaron una cesárea —entonces no existían las ecografías y me dieron la
oportunidad de abortar clandestinamente, aunque decidimos seguir con el
embarazo—. El niño nació perfecto. Si llego a abortar no me lo hubiera
perdonado jamás.
»Después de Pedro tuve dos hijos más con cesárea en España. Cuando llegué a
Japón, embarazada del sexto hijo, obligatoriamente tenía que nacer por cesárea.
Luego tuve tres más y han sido mucho más respetuosos que en España.
- Te han realizado siete cesáreas, ¿eras consciente de
que tu vida podía peligrar?
- Sí, claro, pero los cristianos sabemos
que Dios es quien da la vida a nuestros hijos, y la apertura a la vida conlleva
un riesgo. Yo soy una persona muy miedosa pero he visto que el Señor
sostiene a los débiles.»
En
otras palabras: un adicto a la kikotina siempre argumentará que la
responsabilidad por las siete cesáreas corresponde a Dios, que fue quien se
empecinó en progranar tantos hijos.
Otro
caso práctico. Para ser un buen neocatecúmeno, cada quisque tiene que dar el
diezmo. Es decir, aceptar su precariedad de saber que no llega a fin de mes y
dejar que sea Dios quien, si quiere, provea y si no quiere, a pasar necesidad.
Que se pudiera haber evitado el problema simplemente quedándote lo que es tuyo
y lo que la Iglesia no te exige ni te pide, es, según ellos, un engaño del demoño
que te dice que Dios no te ama y por eso te fastidia. Ya sabes.
Otro más: El neocatecúmeno está obligado a poner su vida entera al servicio de diosito (no confundir con el Dios verdadero). Ello implica que el trípode y las cosas de la comunidad están por encima de todo y de todos. Y esa esclavitud genera una inmensa precariedad, porque no puedes disponer de ti mismo para ir a acompañar a un pariente enfermo, por ejemplo, si tan acompañamiento interfiere en las cosas de la comunidad.
El
meollo es que para el Camino es importantísimo que los neocatecúmenos acepten
vivir en precariedad. Porque quien queda aislado de los suyos y carece de lo necesario, buscará ayuda y
apoyo a su sufrimiento. Y ahí te esperan, para venderte el falso consuelo de
que todo lo que te pasa es voluntad de Dios para ti, que te impone esa
precariedad para tu salvación.
Si
tú compras ese engaño, eres suyo. En ningún otro lugar te van a decir tales
cosas, ciertamente. Así que además añadirán, solo aquí te decimos la
verdad que el mundo no conoce porque está alienado. No les creas. Es justo al
revés. Solo ahí venden esa droga, la de provocar la precariedad para luego
decirte que es necesario que la ames o de lo contrario, si intentas escapar a
ella, te condenarás.
Dios
no envía la precariedad como arma para salvarse. Dios envió a su Hijo. Él es la
Salvación. Lo demás son cuentos carísimos que te cuestan la vida y no te llevan
a ninguna parte.