domingo, 28 de septiembre de 2025

«Manda a Lázaro a casa de mi padre»

 

Dicen que esto vale 100...

...y que esto solo vale 20

Esta mañana, en la proclamación de las lecturas de la misa, he tenido el pensamiento de que todas ellas, la advertencia del profeta Amós, la exhortación y mandato de Pablo a Timoteo, y la parábola del rico y el mendigo Lázaro, incidían en lo mismo: No tendrás otro dios, no pondrás nada por delante ni por encima de Dios, no se puede servir a dos señores.

Por desgracia conozco bastante gente para quienes el Camino y la comunidad son más importantes que Dios. Dicen que van a la comunidad porque Dios les lleva, dicen que lo hacen por Él, pero se engañan.

Los neocatecumenales se parecen a los satisfechos israelitas de quienes se queja el profeta Amós, esos que se sentían seguros porque iban a templo, cumplían las normas, cantaban a voces en sus celebraciones y fiestas, inventaban instrumentos como David… Hacían lo que unos que decían hablar en nombre de Dios les contaban que agradaba a Dios.

Del mismo modo, los pobres neocatecúmenos hacen lo que unos kikotistas que aseguran hablar en nombre de la Iglesia les dicen que están obligados a hacer so pena de incurrir en el desagrado de Dios, que podría castigarles y destruirles si no se someten a sus designios.

Y así, entre persuasiones y amenazas, dejan al verdadero Dios a un lado («tartamudean como insensatos e inventan como David instrumentos musicales; beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José») para poner en el centro las cosas de la comunidad y la ley de Kiko.

Esa ley según la cual las exhortaciones de San Pablo a Timoteo («Hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre») son un moralismo anticristiano, puesto que el kikiano adulto es el que no se esfuerza, no se violenta y no gasta puños por agradar a Dios, sino que se complace en ser amado por Dios en sus pecados y su vileza, en la que se hundirá cada vez más hasta que Dios quiera, pues es Dios quien ha de regalarle ha virtud sin esfuerzo alguno por su parte.

Eso dice el kikismo.

En el Evangelio Jesús se dirige a unos fariseos, los presuntos creyentes adultos de su época, los que conocían toda la Escritura y se sabían todos los midrásh sobre el Padre Abraham, Moisés y los profetas, los que respetaban la ley, los que cumplían escrupulosamente las normas de la pureza y del decoro. Los fariseos eran los neocatecumenales de entonces, que se juntaban para rezar y comentar las Escrituras y animarse unos a otros con sus experiencias para mejor agradar a Dios, los que dedicaban tiempo y recursos a tener salas acondicionadas para sus reuniones, los que más donaban al templo, los que se sentían diferentes y mejores que los simples religiosos naturales que solo iban al templo cuando era preceptivo.

Pues a esos Jesús les dice que el miserable Lázaro, el inculto que ni siquiera sabía rezar bien, va al paraíso.

Es más, les dice que no esperen ningún signo extraordinario para convertirse, les dice que escuchen a Moisés y a los profetas, que escuchen bien, porque si no los entienden y siguen sin ver en el otro a un hermano, si siguen mirando por encima del hombro a los que no son como ellos, ni aunque un muerto resucitase se convertirían.

Así son los neocatecumenales que piensan que su “uka” vale cien mientras que la misa “normal” vale como veinte, los que no “sienten” nada si no están en su comunidad, los que necesitan cantos y bailes -y chismes- para experimentar que la celebración ha merecido la pena. ¿Cómo es posible que no se den cuenta de que han puesto la fanfarria, el grupo social, la fiesta o los cotilleos en el lugar que solo corresponde a Dios? ¿Cómo no son conscientes de que ellos no van en busca de Dios ni respetan los Sacramentos, sino que solo buscan el grupo social?

Porque si buscasen a Dios, mejor se le encuentra en el Sagrario de cualquier iglesita que en un salón de usos múltiples. Y si acudiesen a recibir el Sacramento de la Eucaristía, este es el mismo en cualquier misa de 12, con el mismo valor salvífico y la misma gracia. Pero ellos no van por el Sacramento, ni por la Gracia, ni por Dios, van por juntarse con otros como ellos.

Son idólatras y por eso no escuchan a Moisés y a los profetas y piden grandes signos y prodigios para convertirse.

 

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