Una cosa te falta...

 

Del Evangelio del día 13 de octubre de 2924:

«Cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”

Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.

Entonces él le contestó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven”.

Jesús lo miró con amor y le dijo: “Solo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”.

Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes».

 

La pregunta del desconocido es muy clara: «¿qué he de hacer yo para ganarme por méritos propios la vida eterna?». En otras palabras, qué he de hacer para no necesitar de ti ni de Dios ni de nadie para alcanzar la vida eterna, sino tener derecho a ella por mí mismo, por mis obras.

El desconocido no es mala persona, cumple la ley y las tradiciones de sus mayores desde muy joven, pero no es feliz, se da cuenta de que por dentro está vacío, de que le falta algo y no consigue descubrir qué es ese algo.

Por eso, cuando Jesús sale al camino, se le acerca corriendo. No lo hace cuando Jesús enseña a la multitud, quizá para no incurrir en impureza, porque alrededor de Jesús se juntaba lo peor de cada casa: los publicanos, las prostitutas, los ladrones, los embusteros… Y el desconocido no era nada de eso ni quería tener contacto con quienes sí lo eran. De modo que aguarda la ocasión y cuando Jesús sale al camino, corre a postrarse ante él.

Su actitud es impecable: humilde, respetuoso, antes de manifestar su petición reconoce en Jesús la bonhomía que solo pertenece a Dios. Se merece la respuesta correcta a su pregunta, tiene derecho a saberlo…

Jesús le mira con amor y con unas pocas frases le desmonta la vida.

Porque el desconocido no se ha enterado de nada, vive alienado como los kikos que por dedicar muchísimo tiempo, esfuerzo y dinero a su becerro de oro creen que se han ganado el derecho a mirar por encima del hombro a todos los demás, a desear la muerte a los Papas molestos, a imponer sus normas y leyes lapidarias en las parroquias kikotizadas, a echar de los colegios que ocupan a todos los alumnos que no quieren ser kikotizados, a destruir la tradición bimilenaria de la Iglesia en favor de las kikadas de uno muy sensible.

Pobre desconocido atado a sus bienes, y pobres kikos encadenados a sus comunidades, no quieren entender que ponen al becerro de oro por delante de Dios y que pretenden tener derecho a la vida eterna por perder la vida presente calentando metacrilato.