martes, 15 de octubre de 2024

Solo una cosa es necesaria

 

He leído un librito del padre Chevrot en el que dos de los capítulos parecen dirigidos especialmente para los hermanos neocatecumenales.

El primero de ellos (el segundo quedará para otra entrada) enlaza con la entrada precedente y se basa en una anécdota que aconteció en Betania, cuando Jesús y sus discípulos pararon en la casa de tres hermanos.

Cuenta el Evangelio que Marta se multiplicaba para atender a todos los invitados, mientras su hermana menor, acomodada a los pies del Maestro, no movía ni un dedo. Pero no se perdía una sola palabra de Jesús.

La escena me ha recordado las muchas veces que vi a los neohermanos agotados y desfondados, funcionando en automático, por rutina, pero sin prestar atención por puro cansancio: una preparación tras otra, una celebración tras otra, temas que repartir y exponer, convivencias, pasos, salidas por las casa, por las plazas, laudes, rosario, vísperas, otra preparación, llevar a los niños a postcomunión, preparar la cena de garantes, la de la alianza, otra celebración más, otra bolsa, otro ensayo de kikirikantos, caminar también con la comunidad de los hijosde para que no se desmanden, otra salida a la plaza, una reunión con los kikotistas…

Acababan extenuados y secos, muy secos. Y no era inusual que, para “animarlos”, algún ilustre kikotista sacase a colación que no se podía ser cristiano -se refería a ser kikiano, por supuesto- sin comunidad, que era necesario ser un pueblo, conocerse todos, saber las penas de todos, los sufrimientos y las dificultades, porque de otro modo no se podía amar a nadie.

Y para alcanzar el grado de intimidad y conocimiento de la vida de los demás que hicieran posible llegar a amar a los neohermanos, era im-prescin-di-ble dedicar a la comunidad al menos tanto tiempo como a la familia o al trabajo.

Y ya embalado se comparaba la “plenitud” del agobio neocatecumenal con el desierto de los de fuera, pobrecitos alienados, que intentaban vivir toda la semana con solo media horita de misa de 12, que vale solo como 20, en la que la gente no se conoce, no se juzgan, no murmuran unos de otros, no se dirigen miradas asesinas ni intercambian pullitas en los ecos.

Pues a mí me ha dado por pensar que los cuestionados religiosos de misa de 12 son como María acomodada a los pies del Maestro, mientras que los acogotados neocatecumenales son como Marta, inquieta y agotada por tantas cosas, sin entender que solo una es necesaria.

Bien claro dejó Jesús que María escogió la parte mejor y nadie se la arrebataría.

 

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