A continuación, la “monición” al salmo 50 arranca con una de esas tontadas heréticas que caracterizan a Kiko:
«La figura de David es importantísima. David ve que Dios se vuelve contra él, que está enojadísimo porque le ha traicionado, ha pecado profundamente».
El diosito de Kiko es como él: caprichoso, iracundo, lanzador de maldiciones y de pandemias mundiales, aficionado a volverse en contra de quien hasta hace poco era su favorito, porque su amor no es eterno ni sobrevive a las afrentas.
Y solo hay una forma de congraciarse con un diosito así: regodearse mucho en ser el último y el peor de todos.
«Los exegetas de Israel dicen: “¿Qué diferencia hay entre David y nosotros? David dice sólo una vez 'he pecado' e inmediatamente el ángel de la misericordia se presenta ante él; mientras nosotros decimos muchas veces 'he pecado, he pecado' pero nuestra vida no cambia y seguimos cometiendo los mismos pecados. ¿Cuál es la diferencia?". ¿Sabes qué responde Israel? Que David, cuando Natán le presenta la parábola del hombre que tenía una oveja (sabéis que David tomó la mujer de otro y lo mató), inmediatamente dice: "He pecado, haz conmigo lo que quieras", reconoce en su corazón que Dios tiene derecho a hacer con él cualquier cosa porque verdaderamente es un miserable, un pecador».
¿Veis? Hay que reconocer ante quien sea que no hay más ultimísimo y peorcísimo que uno mismo. Ese es el quid. Y para que se entienda que la confesión sacramental es lo de menos, que lo importante es estar dispuesto a dar todo tipo de detalles sobre lo ultimísimo peorísimo que es cada cual, insiste con un apabullante juicio sobre las intenciones de todo ser humano:
«Muchas veces decimos: “Sí, sí, he pecado” porque queremos quitar en ese momento esa manchita, esa incomodidad que tenemos por haber pecado, buscando sólo nuestra tranquilidad, estar en paz. ¡Pero el resto no nos importa!»
Habla por ti mismo, Kiko. Tu bola de cristal no sirve para ver mis intenciones, mis incomodidades ni lo que me quita la paz, por más que tú te creas igual a tu diosito para saber lo que pasa por mi mente.
Y todavía hay otro detalle maligno y pernicioso en la prédica kikil: «David entendió sólo una cosa: que la única salvación que tiene es humillarse, saciarse de humillaciones, porque sabe que en cuanto Dios ve a una persona humillada se conmueve, viendo -dice un Padre- a Su Hijo humillado, burlado. Cada persona humillada es su Hijo, incluso si esa persona no cree».
Y además es falso. Dios -el de verdad, no el de Kiko- no se complace en la humillación ni en la muerte del ser humano, y ninguna humillación puede equipararse al Sacrificio de su Hijo y ni la humillación ni el desprecio acercan a ningún no creyente a Dios. Pero de alguna forman, aunque sea burda, hay que intentar justificar y hacer pasar por buenas y por gratas a Dios las humillaciones reales que los kikotistas cometen contra los neocatecúmenos. Por eso dice Kiko:
«Mientras que los demás no ven nada, David comprende ahora que cada humillación que le llega es una gracia para su salvación; porque cada humillación que sufre se cuenta a su favor contra su pecado, sirve para perdonar sus pecados, para cubrirlos, para que el perdón llegue pronto».
Es mentira, por supuesto. Jamás la humillación trae el perdón de los pecados, solo la confesión puede obrar el prodigio, porque lo es. Pero a los pobres neocatecúmenos se les engaña al respecto para controlarlos mejor.
Y todavía insiste Kiko:
«David lo entendió todo, entendió el porqué de lo que le sucede, Todo lo que sucede en nuestra vida tiene un sentido, un motivo. Por eso Dios dirá de David: “He aquí un hombre conforme a mi corazón”. Porque aquí solo hace falta una cosa: humildad, ser humildes.. Porque los humildes aceptan sufrir, no murmuran contra Dios ¿Por qué no me ha de pasar esto a mí? ¿Quién me creo que soy? ¿Tiene que irte todo bien? Así piensan los orgullosos, no los humildes. Dios nos dé humildad. Es un don que nace también de la fe y del conocimiento porque el humilde es aquel que verdaderamente sabe; los necios, los orgullosos, no entienden nada».
No entienden nada los que contemplan impasibles como otros son pisoteados por unos que se hacen llamar katekistas. Esta es la verdad.