De una homilía sobre la
Epifanía (con añadidos adaptados a la sensibilidad neocatecúmena)
En España y muchas regiones donde España dejó su impronta, la Epifanía es indisociable de los Reyes Magos, por lo que se confunde con la fiesta de los regalos.
Pero la Epifanía no conmemora la visita de unos magos de oriente al rey Herodes, ni el encargo de éste de averiguar si había nacido en Mesías, lo que se celebra es la manifestación de Dios a todos los hombres.
Etimológicamente, la palabra epifanía procede del griego, de un verbo que se empleaba para referirse a la aparición de la luz sobre la línea del horizonte en el amanecer, pero sobre todo se reservaba para referirse a la manifestación de Dios a un devoto, en suma, a una teofanía, que también es término procedente del griego.
Lo particular de la epifanía de Jesús es que se manifiesta simultáneamente a tres estamentos sociales.
En primer lugar, los ángeles se ocupan de hacer llegar la buena nueva a los pastores. Los pastores eran gente a quien su trabajo, la obligación de permanecer día y noche junto al rebaño que cuidaban, mantenía alejados del templo. No respetaban las ingentes normas y formalidades del judaísmo religioso porque su trabajo no les permitía acudir al templo en los tiempos señalados, no respetaban las festividades religiosas ni se preocupaban por la pureza ritual… Traducido al kikismo, eran de esos que anteponen el trabajo a la comunidad y que se permiten faltar por motivos de trabajo sin asumir que incurren en pecados graves.
En resumen, eran gente despreciada por los verdaderos creyentes judíos. Y, sin embargo, como para dejar claro que Dios no piensa como los hombres, envió a un emisario a esa gente que no pisaba el templo, ni participaba en los diezmos, ni hacía las abluciones prescritas, ni purificaba la comida, ni rezaba con la torá en las manos. No lo envió al sumo sacerdote, tan riguroso en el cumplimiento de la ley entregada por Dios a Moisés, sino a los pastores, a quienes eran tenido por medio herejes.
En segundo lugar están los magos de oriente, astrónomos que estudiaban el universo, paganos que se esforzaban por traducir los acontecimientos estelares en signos de los sucesos terrenos. Estos paganos vieron surgir una estrella que antes no estaba y, de algún modo, concluyeron que la estrella apuntaba a Israel, por lo que dedujeron que tenía que haber sucedido algún acontecimiento grandioso allí, en la zona señalada por la estrella.
Lo más probable es que los magos de oriente no supiesen nada del judaísmo, pero se pusieron en camino y al llegar se informaron de que los israelitas esperaban desde hacía siglos el advenimiento de un gran caudillo que ellos llamaban Mesías. Blanco y en botella, eso tenía que ser lo que manifestaba la estrella. Pese a ser paganos desconocedores del judaísmo, los magos no dudan, han visto la estrella, han visto la señal, por tanto el Mesías esperado es real y ha nacido ya.
Así que se plantan ante el rey Herodes y le preguntan dónde está el Mesías.
Los magos de oriente no representan a los alejados (estos son los pastores), sino a los que están fuera, los no evangelizados, los paganos. Y ambos, alejados y paganos, reciben señales de Dios que les hacen ponerse en marcha, al encuentro con el Mesías prometido. No son encaminados hacia una comunidad para ser adiestrados por unos maestros durante muchos muchos años, sino que son conducidos directamente hacia Dios.
Luego está el tercer grupo, el de los ilustrados, los cumplidores, los que se creían más religiosos que nadie: el propio rey Herodes, los sacerdotes y los escribas y con ellos, todo el pueblo, dice la Escritura. También estos reciben un aviso a través de los magos llegados de oriente, de los paganos que cuentan lo que han visto, lo que han deducido con su razón y lo que buscan.
Espoleados por los paganos, los conocedores de la Palabra de Dios son capaces de darles la información que precisaban: el Mesías había de nacer en Belén de Judea. Pero ninguno de ellos se mueve de su cómoda vidita para ir en busca del niño. Están demasiado ocupados con sus preparaciones, sus celebraciones, sus escrutes, sus convivencias en las que vuelan sillas, sus bolsas, sus diezmos, sus cantos… No tienen tiempo para el Mesías.
Quien tenga oídos para oír, que oiga; y quien tenga ojos para ver, que mire.
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