miércoles, 29 de enero de 2025

Mundo neocatecumenal (VIII)

 


A estas alturas, todos sabemos que el Camino se ha convertido en una iglesia paralela, más concretamente, en una iglesia que compite con la Iglesia mediante un diosito que compite con Dios.

Su punto de partida es doble. Por un lado, que la meta de la Encarnación no es la reconciliación de Dios con la criatura, sino la creación de la sociedad perfecta, la comunidad. Por otro lado, que la iglesia (la suya) es una estructura humana, una comunidad de comunidades creadas a imagen y semejanza del sensibilísimo Kiko.

En suma, la encarnación es la respuesta de Dios a la necesidad de transformar a la humanidad en comunidad de comunidades kikianas.

A partir de ahí, no es difícil convencer a aquellos atrapados en la red de Kiko de que son especiales, de que tienen alguna enseñanza secreta y original. Esto, combinado con la equiparación del CNC con la Única Iglesia Verdadera, significa que la mera idea de dejar el Camino, o estar en desacuerdo o cuestionar alguna regla, es traicionar a Cristo.

Así se llega finalmente a las dos facetas más aterradoras del CNC: sus verdaderos frutos espirituales y el apoyo que reciben de los obispos.

Lo peor es que por más que se intente razonar con ellos, los adictos a la kikotina no ven lo que les está haciendo ni cuál será el resultado final. Como dice el Señor, esta clase de demonio sólo se expulsa con oración y ayuno. Esto no es un juicio, es un hecho concreto, es un reconocimiento del gran peligro que corren quienes se aproximan al león. Por eso hay que advertir a quienes aún están a tiempo, antes de que sea demasiado tarde también para ellos.

La muerte de la justicia

En general, el primer daño causado al creyente individual en el CNC es la pérdida de la virtud, en particular la virtud de la justicia.

Incluso el pagano más supersticioso o el ateo empedernido ve la justicia como algo bueno y entiende que es absolutamente necesaria en la sociedad, porque sin ella la bondad humana es una filfa. No se necesita una revelación divina para saber eso ni ningún conocimiento espiritual especial. Sin embargo, en el CNC esto es un misterio desconocido, no pueden comprender que si algo carece de justicia, también carece de virtud.

Ahora bien, se entiende por justicia el dar a cada uno lo que le corresponde. Por lo tanto, si contrato a un chico para que corte mi césped, le pago por su trabajo. Y si le pago por hacer una tarea, me debe esa tarea.  En cambio, para Kiko la justicia es simplemente represalia, retribución o castigo. Por tanto, en el CNC justicia es igual a castigo. Esto es lo que sucede cuando se abandona la Tradición y el gurú de turno se encarga de definir lo que es bueno: siempre lía un caos moral.

La justicia es mucho más. La justicia comprende también la restauración de lo dañado a su integridad original. Esto va al corazón de lo que hace Cristo. La pasión, muerte y resurrección de Jesucristo son las armas para restaurar al hombre al plan original trazado por Dios: criatura creada para la comunión con Él. Cristo restaura nuestra relación con el Padre. Él restaura a los seres humanos individualmente y como un todo, la creación a lo que realmente es. Él restaura nuestras relaciones y restaura el orden y la belleza robados por el pecado y el mal.

Entonces, la restauración tiene que ver con Dios y Su amor Divino. Cualquier restauración humana surge de ello como efecto secundario. Pero en el CNC solo se entiende el perdón como aceptación de la historia personal.  Por eso, si el marido es agresivo, el “deber” de la esposa es aceptarlo tal y como es; si hay una situación de abuso en el trabajo o de acoso en el colegio, hay que aceptarlo. Lo único inaceptable es faltar a la comunidad. Dado que para Kiko la justicia es retribución y nada más, hay que rechazarla, ya que el perdón es la única ley moral. Así, la justicia como virtud –especialmente la justicia como restauración– queda abolida. Y esa eliminación tiene consecuencias devastadoras.

Primero, hace de la justicia un vicio y, por tanto, de la injusticia una virtud. Esto suena a exageración, pero en la vida moral, si se niega la justicia, entonces por definición se es injusto porque se promueve la injusticia. Dicho de otra manera, un hombre malo hace acciones malas; pero un hombre injusto enseña a otros a hacer obras malas. Sólo conoce su injusticia. La aceptación ciega de acontecimientos malos en nombre de la vida espiritual, o por encajar en un grupo, o por resignación y pesimismo de que le es imposible al hombre obrar el bien, promueve la injusticia y por tanto el mal.

Después de todo, la injusticia se enseña no solo por acción, sino también por omisión.

En segundo lugar, la supresión de la justicia en nombre del perdón sin reconocer el mal causado significa que cualquier daño carece de valor y significancia. Entonces, la redención del hombre que pecó repetidamente contra Dios no tiene significado, la historia de la salvación no tiene valor, ya que el perdón es absoluto y no se debe pensar nunca en el daño provocado porque es absurdo que el hombre crea que tiene poder para dañar a Dios.

 

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