lunes, 24 de febrero de 2025

Leer antes de entrar en el Camino (IV)

 

Señalando un "muñequito"

Kikotistas y escruticidios (Marina y Concetto)

Los kikotistas siempre nos decían que tenían el "carisma de ser nuestros ángeles, enviados por la Iglesia" y nosotros lo creíamos ciegamente: eran nuestros guías y los mirábamos con veneración. Había que obedecer todas sus indicaciones, porque habían sido enviados a nosotros por la Iglesia.

En cada paso había "escrutinios". En ellos, los kikotistas hacían preguntas de índole personal a cada miembro de la comunidad y lo hacían delante de todos los demás (35-40 personas). Independientemente de los hechos ocurridos, preguntaban: "¿Estás en paz con la comunidad? ¿Con tu familia? ¿Estás apegado al dinero? ¿Cuáles son tus ídolos? Y más específicamente: ¿Le has pedido perdón a Tal o a Cuál?". El episodio en sí no era lo importante, sino que abandonásemos nuestra respetabilidad para darnos cuenta de que solo éramos unos miserables pecadores.

También preguntaban: "¿Estás abierto a la vida?" (¡Por lo tanto, se inmiscuían en la privacidad de todos!). "¿Por qué solo tienes un hijo?". Y a los solteros: "¡O te casas o te consagras!". Para ellos no había término medio. Según los kikotistas, estas preguntas eran fundamentales para nuestro crecimiento, porque nos hacían tocar el fondo y la suciedad de nuestra alma. Sin embargo, nunca se nos hicieron preguntas de naturaleza trascendente, nunca nos preguntaron sobre nuestra relación directa con Cristo.

Los escrutinios individuales tuvieron lugar en los salones parroquiales o del hotel de la convivencia. La persona escrutada debía sentarse frente al crucifijo y ante el equipo de kikotistas. Las reuniones eran tres o cuatro por semana, siempre después de las 21:00 horas (y a veces no terminaba hasta la 01:30 horas). Mientras tanto, nuestros hijos estaban solos en casas. Y, por supuesto, al día siguiente había que ir a trabajar.

El equipo de kikotistas estaba formado únicamente por laicos. En teoría, en los escrutinios debía estar presente un presbítero (para nuestra comunidad era el padre P.P.). Éste, sin embargo, se ausentaba con frecuencia e incluso cuando estaba los escrutinios siempre los dirigía un laico, de forma que el presbítero solo intervenía para justificar las decisiones tomadas por los kikotistas laicos. Al final de los escrutinios, los kikotistas se reunían y ponían en común las notas que habían tomado durante el "interrogatorio" de cada miembro. Al final tomaban la decisión de admitir o no a cada uno de nosotros al siguiente paso.

Un presbítero del Camino, ajeno al equipo de kikotistas, quizá uno que se “preparaba” para integrarse en otro equipo de kikotistas, seguía en ocasiones los escrutinios, pero de forma completamente pasiva. Se sentaba con los miembros de la comunidad y, cabizbajo, rezaba con su breviario. A veces, a petición de los kikotistas, respondía preguntas, normalmente del tipo: "Enrique (siempre se dirigían al él de 'tu' sin llamarlo nunca 'Don' o 'Padre'), ¿tienes algo que decir sobre este hermano? ¿es asiduo en la comunidad?". En general, su respuesta era breve.

A menudo el interrogatorio desembocaba en lágrimas o silencios dolorosos. El presbítero que a veces estaba presente seguía pasivo y nunca intervino para mitigar los tonos, a menudo dramáticos. Algunos confesaron haber consumido drogas; otros, en presencia de toda la comunidad, descubrieron de labios de su esposa que habían sido engañados durante años. Recuerdo un matrimonio que se enteró, delante de todos y directamente por su hija, de que ésta mantenía relaciones sexuales prematrimoniales con su novio.

Es imposible describir los rostros de los maridos traicionados o los padres que escuchaban ciertas experiencias de sus hijos: estaban avergonzados, conmocionados, derrotados. Se miraban congestionados y sudaban. Cuando sucedían estos episodios, todos permanecíamos en completo silencio. Nos miramos y nos comunicamos con expresiones faciales. Si la víctima era persona que se comportaba como "santo beato", nos complacíamos porque finalmente se había descubierto la verdad acerca de él mismo. ¡Nunca faltaron chismes en susurros!

Los kikotistas entraron en la vida de cada uno de nosotros, hasta en las intimidades más recónditas, "aconsejándonos" la conducta a seguir. Si después de algún tiempo no habíamos seguido ese “consejo”, no podríamos hacer el paso y por lo tanto tendríamos que quedarnos estancados en esa etapa, mientras nuestros hermanos avanzaban en el Camino. ¡Era, en definitiva, un fracaso! Quien era interrogado tenía necesariamente que abrirse por completo. A los que no tenían mucho que decir se les acusaba de ser un sepulcro blanqueado o uno que se resistía a la conversión. Y así espoleados salían pecados de todo tipo, incluidos algunos de cuya veracidad no estábamos seguros.

Incluso los presuntos 'testimonios positivos' nos hacían perder la dignidad. Recuerdo que en una asamblea regional, un hermano de otra comunidad declaró con candidez ante unas 300 personas (la gran mayoría desconocidas para él), que se había unido con su esposa durante el día en el hotel. En un escrutinio, una hermana relató los "deseos conyugales" de su marido, casi como para defenderse de las acusaciones de los kikotistas que consideraban a la pareja "cerrada a la vida".

Nadie nos habló nunca del concepto de "procreación responsable". Nos dijeron: "La Iglesia no permite los anticonceptivos, ni siquiera los naturales, porque un hijo siempre es concebido por voluntad de Dios". Nosotros solo teníamos que pensar en abrirnos a la vida, para lo demás solo necesitábamos tener fe en el Padre. Ante esto, las parejas que tenían muchos hijos eran las "ganadoras".

Recuerdo que al "confesarnos" durante los escrutinios empezamos a tener un cierto sentimiento de protagonismo, de forma negativa. Mostrar a todos que éramos pecadores era casi un motivo de orgullo, porque quien no tenía nada que decir era tachado de fariseo...

1 comentario:

  1. Pobre gente engañada por unos ladinos y mucha culpa tiene la jerarquía de permitir tales cosas.

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Antes de comentar, recuerda que tú eres el último y el peor de todos, y que el otro es Cristo.