domingo, 29 de septiembre de 2024

No confundir conveniencia kikil con ley divina

 

«Faltar a la comunidad es un pecado grave» (Kiko el acogedor).

 


En una ocasión, unos fariseos y escribas viajaron desde Jerusalén hasta Galilea con intención de sorprender a Jesús en alguna falta, la que fuera, el caso era desprestigiarle.

Ellos eran expertos en la ley, pensarían que no podía ser muy complicado pillar al pueblerino ese, al nazareno, en un renuncio. Pero aunque escuchaban atentos, no encontraban nada que les diese pie a acusarle de ignorante y reprocharle que confundiese al pueblo.

Al final, uno de ellos dio con una actitud generalizada que les iba a permitir acusar a los amigos de Jesús, a sus más leales seguidores, de regodearse en la impureza y no respetar la Ley de sus mayores. El asunto fue que este fariseo observó que muchos discípulos se sentaban a la mesa sin haberse lavado las manos.

«¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los antiguos? Toman el pan con manos impuras», le espetó a Jesús.

Era usual que la comida de mediodía se hiciese al aire libre, por lo que la falta fue observada por muchos. Y la costumbre de no sentarse a la mesa antes de proceder a una serie de abluciones no era un capricho, era una precaución higiénica, ya que salvo la cuchara, una sola, con la que cada comensal, por turno, se servía la salsa, no se disponía ni de tenedores ni de cuchillos. Las manos servían para todo, para poner los alimentos en el plato y para llevarlos a la boca.

Por tanto, las abluciones eran una simple regla de higiene, pero por tratarse de una costumbre antigua, los fariseos la habían elevado indebidamente a la altura de un ritual religioso cuya transgresión constituía a sus ojos una impiedad.

Ahí es nada.

El Maestro, lejos de regañar a los discípulos, censura el formalismo hipócrita de los fariseos.

Manos sucias no son manos impuras.

De hecho, el Antiguo Testamento contiene numerosas normas, algunas de carácter higiénico, pero nunca menciona la obligación de lavarse las manos ni de lavar copas, jarros y bandejas; esto forma parte de «las tradiciones de los mayores» de los judíos. Y los escribas cometen el error de convertirlas en Ley divina.

Alguno puede tener las manos muy limpias y, sin embargo, desagradar a Dios si su corazón no está limpio. La pureza de la persona reside en la limpieza de su conciencia, en la rectitud de sus pensamientos, en lo correcto de sus palabras. Lo que revela la impureza de su corazón son las palabras malas, ruines, difamatorias que salen de su boca. Esto es lo que ensucia al hombre, pero comer sin haberse lavado las manos no le hace impuro.

La reacción de Jesús es durísima. Tras llamarlos hipócritas, les hace tres acusaciones:

1) su corazón está lejos de Dios;

2) enseñan como doctrina divina lo que son preceptos humanos;

3) dejan de observar los mandamientos de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres.

El problema, según Jesús, es que el fariseo termina dando a esas tradiciones más importancia que a los mandamientos de Dios.

 

Escribo todo esto porque alguien que suelta paridas como que faltar a la comunidad es pecado grave tiene el corazón lejos de Dios, pretende hacer pasar por doctrina divina lo que son preceptos humanos y se salta los mandamientos de Dios para aferrarse a sus míseras tradiciones.

 

Consejo: Huid que quien pretende hacer pasar su conveniencia por ley divina.

 

viernes, 27 de septiembre de 2024

El grupo aparte no puede ser cristiano

 

De un comentario radiológico del padre Chevrot.

 

En una parábola, Jesús hace alusión al proceso de fabricar pan. Primero se añade agua y sal a la harina, a continuación se toma un poco de levadura, se suma a la masa y se remueve sin parar hasta que el fermento comienza a levantarla.

El quid de la parábola está en el contraste entre la cantidad de harina y el pequeño puñadito de levadura que, con tal que continúe amasándolo todo junto, trasforma toda la masa.

El Maestro compara la eficacia de la levadura con la acción del Evangelio en la humanidad, la acción de la Iglesia en el mundo y, con mayor precisión, la acción que los cristianos ejercerán sobre los demás para impregnar del espíritu de Cristo a la sociedad de la que forman parte.

Su apostolado no será otra cosa sino un contagio: por su contacto con los demás, por su comercio diario transformarán poco a poco el espíritu y las costumbres de los que les rodean. Mas para obtener este resultado es esencial que se mezclen constantemente con los demás en vez de hacer grupo aparte y encerrarse en pequeños círculos.

Si la casa cristiana encadenara puertas y ventanas para poner a todos los suyos al abrigo de los miasmas de afuera, dejaría en breve tiempo de ser un hogar cristiano: unos se morirían de asfixia, otros para no perecer ahogados huirían un día para no volver jamás. Para cristianizar al mundo el cristiano debe mezclarse con los demás hombres, vivir su fe entre todos los que coloca Dios a su lado, a su paso, a su alrededor. Si se fortifica todos los días en la atmósfera del hogar, sabe también abrir las puertas y acoger a los que necesitan de él. Otras familias frecuentarán su casa. Primeramente por simpatía. Luego, bajo el velo leal de una amistad recíproca, sin el menor amago de proselitismo, porque son cristianos únicamente los primeros, los otros llegarán a serlo lentamente.

Sin embargo, no habéis de ensoberbeceros por ello. No es el ama de casa la que hace crecer la masa, sino la levadura; ella se limita a mezclar y amasar. El cristiano no hace tampoco milagros: es solo Jesucristo quien eleva a los hombres hasta Dios.

 

Como la esperanza es lo último que se pierde, quién sabe si las palabras del padre Chevrot pudieran servir a algún neocatecumenal para entender por qué la misma base del CNC, que es el aislamiento en el gueto, es un error monumental.

 

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Errores carmelitanos

 

El mamotreto de las kikotesis iniciales (día 14), contiene un discurso carmelitano que, según pretende ella, desvela y descubre a los vulgares mortales el proceso por el que se escribieron los libros de la Biblia.

No otros, sino los canónicos que componen la Biblia.

Carmen vigilante por si el obispo equivoca el paso
 

Dice ella, la que pretende tener una sapiencia especial:

«¿Cómo se escribieron estos libros? Con el Nuevo Testamento se entiende mejor. Jesucristo no escribió nada. Los apóstoles después de recibir el Espíritu Santo se lanzan a predicar no cosas concretas o particulares, como pudiera ser la pesca milagrosa, sino que: “Jesucristo ha resucitado de entre los muertos y ahora habla a través de nosotros, que estamos llenos del Espíritu Santo”. Ellos van al eje, al embrión, al núcleo, que es el kerygma.

Ya después este kerygma tendrá una explicación.

Es decir, primero hay un kerygma y luego toda la enseñanza o catecumenado. Por esto los Evangelios van después del kerygma, como resumen de toda la catequización del catecumenado que tenía la Iglesia primitiva».

Para no variar, Carmen yerra con la explicación a por qué los primeros escritos del Nuevo Testamento están fechados en la década de los 60 d.C.

La realidad es que los apóstoles y sus discípulos estaban persuadidos de que la parusía era inminente. Es más, corría el dicho de que el mismo Jesús había asegurado que en cuanto todo estuviese dispuesto en el cielo volvería a por ellos, y más concretamente se aseguraba que Juan, el discípulo amado, no moriría antes de la segunda venida de Jesús.

Esta es la razón por la que la prioridad de los apóstoles era transmitir la Buena Nueva por todo el orbe de la manera más ágil posible, sin pararse a escribir nada.

Solo más tarde, cuando empezaron a morir uno tras otro, muchos de ellos por causas no naturales, decidieron que era preciso preservar el conocimiento histórico que solo ellos, testigos presenciales y amigos personales de Jesús, poseían.

De los cuatro evangelistas, Mateo, el que había sido publicano, y Juan estuvieron con Jesús durante los años de su vida pública; Marcos fue discípulo de Pedro y escribió aquello que Pedro contaba en sus predicaciones, y Lucas fue discípulo de Pablo y se entrevistó con cuantos testigos presenciales de la vida de Jesús pudo localizar, entre ellos María, para escribir su evangelio.

Todos ellos dedicaron su vida primero a la predicación y solo después a la preservación de lo que ellos habían vivido o bien recibido a través de otros testigos presenciales.

Pero la razón para que para ellos escribir fuese secundario, no prioritario, fue principalmente el convencimiento de que la parusía era inminente y solo después, al comprender que en verdad nadie sabía el día ni la hora ni los planes de Dios, y ante la importancia de custodiar fielmente las enseñanzas de Jesús, las pusieron por escrito.

No como un compendio de su predicación, sino como relatos históricos.

Las cartas sí tratan cuestiones doctrinales y dogmáticas, pero tampoco son ni pretendieron ser compendios, se centran en problemas y asuntos concretos de comunidades particulares.

 

El caso es que tras hacer un pan como unas tortas con su teoría sobre la formación del Nuevo Testamento, Carmen la emprende contra en Viejo Testamento:

«Lo más antiguo del Antiguo Testamento es un pasaje del Deuteronomio, que narra: “Mi padre era un arameo errante... El Señor nos sacó de Egipto... y nos dio esta tierra que mana leche y miel”. (Dt. 26,5-9). Después de este núcleo del Antiguo Testamento, habrá toda una explicación, como con el kerygma del Nuevo Testamento. Este es el kerygma del Antiguo Testamento; el credo más primitivo de Israel».

No es del todo descartable que Carmen morase en un universo paralelo en el que ese concreto fragmento del Deuteronomio fuese el primer escrito de todos. Sin embargo, lo que dicen los estudios históricos es que el texto más antiguo es la historia de Job. Ni el génesis, ni Abraham ni la milagrosa huida de Egipto ni la conquista de la tierra prometida, sino la historia de Job.

Qué se le va a hacer si la realidad se empecina en dejar mal a Carmen y su presunción de inventarse un credo para los judíos.

Pues todavía hay más.

«LA PALABRA PRECEDE, ACOMPAÑA Y SOBREPASA SIEMPRE A LA ESCRITURA. HOY EN DÍA ESTÁ VIVO SU ESPÍRITU, EN EL CUAL TOMA VIDA ESTA ESCRITURA. POR LO TANTO UNA ASAMBLEA CRISTIANA QUE PROCLAMA LA ESCRITURA ES SIEMPRE MUCHO MÁS QUE EL LIBRO: ES EL ESPÍRITU QUE LE DA VIDA».

Si esto no es una invitación a la interpretación libre que se hace en el CNC (bajo la excusa de que es el Espíritu quien habla y convierte la escritura en palabra) es que en todas las comunidades se ha malinterpretado a Carmen.