Hubo una entrada, hace tiempo,
en la que a cierto ser ultra-sensible le daba por comentar las cualidades y el
simbolismo de la sal en las Escrituras. Y dado que dicho individuo no muestra
el menor reparo en inventarse interpretaciones que nada tienen que ver con la
doctrina de la Iglesia Católica, no dudó en relacionar la sal con la
piedrecita blanca mencionada en el libro del Apocalipsis.
Los dichos y la falaz
interpretación kikiana, tal y como figuran en los arkanísimos mamotretos,
pueden leerse aquí.
Hoy recupero y recuerdo esa
falsa interpretación porque el lunes pasado don Jacinto, santo sacerdote que se
afana por exponernos con rectitud las razones de nuestra fe, proporcionó a
quienes acudimos a sus charlas la recta interpretación de la piedrecita blanca
del Apocalipsis.
La cita es la siguiente: «El que tenga
oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré maná
escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la
piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe.» (Ap 2,17).
Este
fragmento pertenece al mensaje que el narrador recibe en una visión. El mensaje
procede de Cristo y se dirige en particular a la Iglesia en Pérgamo y en general
a todo el que lo escuche, puesto que es un mensaje pensado para ser leído en
público.
Pérgamo
era una gran ciudad, fue capital del Imperio Romano de Oriente pero conservaba
sus raíces helénicas. En Pérgamo había grandes templos en los que se adoraba a
Zeus, a Atenea, a Dionisos y a Asclepios (en latín, Esculapio, el dios de la
medicina y la curación, representado por una serpiente). Además fue la primera
ciudad que recibió permiso para construir un templo dedicado al culto al
emperador y a la diosa Roma. En este ambiente, los cristianos eran gente
subversiva que no participaban en las bacanales en honor de los dioses; un
cristiano no comía «de lo sacrificado a
los ídolos».
Pero
dice Cristo a la Iglesia en Pérgamo: «al
vencedor le daré el maná escondido».
En el
libro del Éxodo se relata que Dios ordenó a Moisés preservar una vasija llena
de maná para que las generaciones futuras pudieran conocer el pan que Dios dio
a sus ancestros: Dijo Moisés: «Esto manda
Yahveh: Llenad un gomor de maná, y conservadlo, para vuestros descendientes,
para que vean el pan con que os alimenté en el desierto cuando os saqué del
país de Egipto.» Dijo, pues, Moisés a Aarón: «Toma una vasija, pon en ella un gomor
lleno de maná, y colócalo ante Yahveh, a fin de conservarlo para vuestros
descendientes.» Tal como Yahveh se lo mandó a Moisés, Aarón lo puso ante el Testimonio
para conservarlo.
Esta
vasija se conservaba junto al arca de la Alianza como un don precioso.
Posteriormente, en el 2º libro de los Macabeos se hace referencia a que
Jeremías esconde todos los utensilios del templo para preservarlos hasta la
llegada del Mesías. En la carta a los Hebreos también hay una mención al maná
escondido. Es decir, los cristianos de Pérgamo que escuchan que a quien
persevere se le promete le maná escondido entienden que se les está hablando
del maná preservado para los descendientes de aquellos que murieron en el
desierto, del maná que Jeremías guardó para que el Mesías dispusiera de él.
Y
entienden que la verdadera descendencia de Abraham son ellos, no los judíos.
Pero
en el Apocalipsis se menciona además «una
piedrecita blanca» reservada también para los vencedores.
Pues
bien, ningún estudioso de las Escrituras –tal vez alguno infectado por el
kikismo, pero no me consta- relaciona dicha piedrecita blanca con la sal. La
verdadera explicación de la Iglesia se basa en las aplicaciones prácticas que
se daba en la sociedad de aquella época al símbolo de la piedra blanca.
En
primer lugar, una piedra blanca indicaba inocencia jurídica porque para
declarar a alguien inocente el tribunal usaba como símbolo una piedra blanca,
mientras que para declararlo culpable, el símbolo era una piedra negra.
En
segundo lugar a los vencedores en los juegos se les reconocía su victoria
haciéndoles entrega de una piedra blanca. Esta piedra era un salvoconducto,
quien la presentaba era admitido al banquete destinado a los vencedores.
Por
tanto, la piedra blanca es símbolo de inocencia, de victoria y de admisión en
el banquete. Y no es algo para comer ni tiene magia, como parece querer dar a
entender el gurú de los mamotretos.
Por
último, está lo del «nombre nuevo que
nadie conoce, sino el que lo recibe». Se trata de un nombre grabado en la
piedra entregada, por tanto, es un nombre otorgado por Dios, e implica en
primer lugar que Dios tiene dominio sobre lo nombrado, es decir, que reconoce a
aquel a quien nombra como criatura suya. En segundo lugar, recibir un nombre
nuevo es símbolo de recibir una naturaleza nueva, como se relata también en Is
62, 2 y en Is 65, 15.
También
es interesante que nadie conoce ese nombre nuevo, sino quien lo da y quien lo
recibe: sin intermediarios, sin kikotistas que exijan obediencia, sin
intérpretes de la voluntad divina, sin guruses que se crean Moisés, porque Dios
se relaciona de manera personal con cada una de sus criaturas.