domingo, 23 de noviembre de 2025

¿Por qué lo llaman discernimiento vocacional si es coacción?

 


Tomado de aquí.

Buenas noches.

Quería compartiros una pequeña experiencia que tuve en el Camino Neocatecumenal, donde, mirando hoy hacia atrás, viví literalmente en una realidad paralela, sin darme cuenta del daño que me provocaba.

En particular, cuando asistí al centro vocacional [centro neokiko, por supuesto] de mi zona, tras levantarme para sacerdocio en un encuentro vocacional, pocos meses después de entrar en el camino. Pronto noté que los supuestos formadores intentaban por todos los medios cambiar mi perspectiva sobre el "discernimiento de la vocación". De hecho, según los hermanos de la comunidad, los catequistas y los formadores, yo estaba allí porque Dios me llamaba al sacerdocio. Varias veces intenté argüir que el discernimiento ha de ser personal, no comunitario; por desgracia, aún no había comprendido que detrás de este término que tanto emplean se esconde un nudo que se aprieta en cada encuentro. Por eso, en los “centros vocacionales” del camino, todo el que llega está llamado a ser presbítero mientas no se demuestre lo contrario, al revés que en los centros vocacionales diocesanos.

Así, además de la habitual culpa neocatecumenal que DEBE poseerte si no asistes a algún encuentro del centro vocacional (organizados en grupos de tres domingos, dedicados a Eucaristía, scrutatio y ágape, con descanso el cuarto domingo), la rumorología y las expectativas que se generan en torno al candidato a sacerdocio tiene el efecto de bloquear en este el pensamiento crítico, lo hace menos lúcido e influye en su capacidad decisión.

Aún más grave es que, para "facilitarme" la decisión, recibí parabienes de parte de personas ajenas a la comunidad y al propio camino, cuando ni yo ni mis seres queridos se lo habíamos mencionado a nadie.

Cuando el anterior párroco (que no pertenecía al Camino Neocatecumenal) agonizaba en el hospital, el presbítero neocatecumenal (entonces vicario) me impuso comunicarle mi decisión. Lo consideré fuera de lugar y protesté, y me dijo que «no había nada que ocultar» y que «ante Dios veía conveniente que él fuese informado». Mi decisión no era firme, estaba en proceso de discernir lo que Dios quería, pero se me presionó, dada la precaria salud del anciano, a ir a informarle como si el proceso de discernimiento estuviese cerrado y mis ideas clarísimas. Qué mezquino, visto desde la perspectiva actual. Qué miserable. ¿Son estos los verdaderos cristianos?

Otro episodio de esa infeliz etapa fue que, tras mi primer año en el centro vocacional, los catequistas regionales me invitaron a la misión de dos en dos. Me tomé muy en serio el asunto, siguiendo al pie de la letra las instrucciones (sin teléfono, sin dinero, sin ropa de repuesto ni comida, solo la Biblia, para entregarse por completo a la obra de Dios). Me decepcionó bastante que, una semana antes de partir, nos pidieron pagar 340 € para cubrir la logística (cuatro noches en el típico alojamiento sórdido de convivencia neocatecumenal).

Lo más grave fue que unos días antes de partir mi madre fue ingresada de urgencia en el hospital. Entonces, ante mi vacilación y preocupación por mis padres (gracias a Dios no caminantes, sino cristianos dominicales), se me dijo que "dejara que los muertos enterrasen a sus muertos" y que, como dice el Evangelio, "quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí".

Me avergüenza reconocer que, pese a que la vida de mi madre peligraba, les dejé y me fui. Mi madre se recuperó bastante rápido y, como no sabía a qué parte de Italia me había ido, llamó al formador del centro vocacional y amenazó con avisar a la policía si no le decía dónde estaba yo. Siempre le estaré agradecido por esto.

Regresé nada más concluir la “misión”; no me quedé los dos últimos días, en los que te dan su interpretación de la experiencia, porque sentía un profundo malestar interior y di por concluida la experiencia vocacional en el camino a la luz de las muchas distorsiones que había advertido y de una creciente incomodidad al presenciar repetidamente interrogatorios sobre temas extremadamente íntimos y privados.

Por supuesto, si yo hubiera sido un hijo del Camino, ¿cómo habría podido reaccionar libremente a esa incomodidad, o simplemente manifestar mi verdadera voluntad, si habría tenido a toda la familia y círculo social aplaudiendo? Recuerdo el caso de un chico que “se levantó” y entró al seminario porque su comunidad le instó a ello.

Recuerdo haber leído este blog en aquel entonces, y muchos de los comentarios me ayudaron a comprender el mundo del CN, sembrando en mí una semilla que creció y me llevó, tras unos años de vacilación, a abandonar la secta. Sin embargo, muchas veces, al leer las experiencias aquí publicadas, pensé que eran casos esporádicos, aislados, nada que ver con mi parroquia. Más tarde comprendí que la soga que mencioné es su modus operandi, lo que se llama chantaje moral.

Me entristece ver que la jerarquía eclesial aplaude al CN, pero ¡non praevalebunt!
Saludos,
Samuel Beckett

 

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