«Nadie
puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro» (Mt 6,24).
Nadie.
Aunque lo voy a centrar en los presbíteros.
Defendí en una entrada precedente que el orden sacerdotal no puede ser tomado a chacota, pues es un sacramento. En la ordenación el mismo Dios toca al varón elegido por Él y ratificado por la Iglesia y lo santifica, lo consagra para actuar en nombre de Jesucristo. No hay vocación mayor que llevar a Cristo a cada generación.
Y esa es la vocación del presbítero.
Por supuesto, el kikismo asegura que esa es la vocación del cristiano, de todo cristiano, que no es nada particular de los presbíteros. Pero el kikismo se engaña y engaña a los demás, pues solo el sacerdote recibe el mandato y el privilegio de actuar como Cristo, es decir, en el lugar de Cristo. El lugar de los demás cristianos es ser amigos, discípulos y seguidores de Cristo, el del sacerdote, además de lo anterior es ser Cristo para el otro, para todos.
Por eso, solo el ordenado reciben un poder sagrado para mediar entre Dios y los hombres, lo que se traduce en santificar (a través de los sacramentos), enseñar (abrir y partir la palabra de Dios) y gobernar al pueblo de Dios (función que no tiene que ver con dominar).
Pido a los lectores que apliquen un poquito de sentido común. Por la fe se sabe que Cristo elige por su santa voluntad a personas concretas para que sean sus amigos más cercanos y actúen en nombre suyo. A estas personas elegidas libérrimamente por el mismo Dios Él les da dones para que puedan ejercer su carisma.
Hasta aquí es fácil de entender, ¿no? Dios ama a todas sus criaturas, pero no todas están llamadas al sacerdocio, Cristo elige a quienes quiere en su círculo de amistades más próximas. Precisamente el rasgo que distingue a los mejores amigos de Cristo es el orden sacerdotal, porque la decisión de ser sacerdote viene en primer lugar de Dios, y luego la criatura la acepta y la Iglesia la corrobora. No se puede ser presbítero por puños ni porque lo digan los kikotistas, se es por gracia de Dios o no se es.
Y si se es, la dignidad recibida del mismo Dios exige, por coherencia y respeto hacia uno mismo y hacia Él, no aceptar la autoridad de ningún seglar, por muy sensible y gran artista que diga ser o por más que otros insensatos le llamen "nuestro Moisés". No se puede servir a dos señores, por eso el presbítero que de verdad lo es solo debe obediencia a Dios, en la persona de su obispo.
¿Qué sucede en la praxis del Camino Neocatecumenal?
Sucede que los responsables del CNC se pitorrean de la elección divina sobre los presbíteros. Su praxis demuestra que tienen en nada el sacramento del orden, pues pretenden que es mucho más importante, vinculante y, por supuesto, prioritario el ser neocatecúmeno antes que el ser presbítero. Lo primero, dicen, es una gracia de Dios, como si lo segundo fuese algo meramente humano.
En consecuencia, los kikotistas se pasan por dónde no voy a mencionar la elección divina a fin de reclamar que los presbíteros les obedezcan ciegamente y en todo, a ellos y en última instancia al sensible Kiko.
Lo recalco una vez más: Kiko y sus loros pisotean la dignidad de los ordenados, actúan como si el sacramento del orden no tuviese el menor valor, no reflejase la voluntad de Dios y no implicase que el ordenado está puesto por Dios como mediador entre Él y las demás personas. Antes bien, Kiko y sus loros usurpan el papel de mediadores entre Dios y los hombres, sean seglares o presbíteros, por lo que a todos exigen sometimiento.
Y es por esto por lo que los presbíteros neocatecumenales en realidad son presbikikos: porque su señor no es Dios, es Kiko.
En la próxima entrada contaré hechos concretos sobre el denigrante sometimiento de los presbikikos a sus kikotistas, de momento lo dejo aquí, con la esperanza de que la Iglesia recapacite y actúe, porque es la Iglesia jerárquica quien debería impedir el pitorreo kikil contra el sacramento del orden.
Con razón los kiko-curas son obedientes primero que todo a kiko Argüello y a sus kikotistas antes de obedecer a la Pastoral Católica de las Parroquias, a los Párrocos Diócesanos y al Obispo del lugar.
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