Este año no tengo ni idea de la publicidad que los neocatecumenales hayan repartido en su anuncio de estación, pero como siempre repiten lo mismo sé que han hablado de las tentaciones de Cristo. Y como lo que ellos trasmiten una y otra vez es una visión sesgada, voy a intentar resumir aquí algo del tesoro de conocimiento de la Iglesia relativo a ese singular episodio.
El papa San Gregorio Magno dejó dicho que las tentaciones que supera Jesús son las mismas con las que la serpiente engañó a nuestros primeros padres: «Pues le tentó con la gula, con la vanagloria y con la avaricia; y tentándole le venció, porque se sometió con el consentimiento. En efecto, le tentó con la gula, cuando le mostró el fruto del árbol prohibido y le aconsejó comerle. Le tentó con la vanagloria cuando dijo: “Seréis como dioses”. Y le tentó con la avaricia cuando dijo: “Sabedores del bien y del mal”; pues hay avaricia no sólo de dinero, sino también de grandeza; porque propiamente se llama avaricia cuando se apetece una excesiva grandeza. Y con esto fue con lo que el diablo sedujo a nuestro padre a la soberbia, con estimularle a la avaricia de grandezas» (S. Gregorio Magno, Cuarenta homilías sobre los Evangelios, Hom. XVI, 2, p. 597).
Adán y Eva tenían a su disposición cuanto necesitaban y aún más, pues según una antigua tradición judía, Dios había dispuesto que los ángeles les sirvieran. La creación estaba sometida a ellos y, sin embargo, en lugar de consultar a Dios cuando la serpiente les mete dentro la duda, desconfían de Él y deciden experimentar por su cuenta.
Y la consecuencia de sus actos es que son expulsados a un lugar que produce espinos y abrojos (Gn 3,18) y al que solo con gran esfuerzo se le saca el alimento necesario para vivir.
A ese lugar de espinos y cardos, al desierto, es conducido Jesús después de su bautismo. Nuestros primeros padres llegaron allí a la fuerza, expulsados del paraíso. Jesús entra de forma voluntaria.
Nuestros primeros padres estaban pletóricos de fuerza cuando fueron tentados, pues en el paraíso no había posibilidad de que enfermasen ni se debilitasen. En cambio, en el desierto, el enemigo espera, deja pasar el tiempo para que Jesús se debilite y es entonces cuando se manifiesta.
Y las tentaciones son las mismas, aunque los neocatecumenales, loros de repetición de Kiko, no de la Iglesia ni de san Gregorio, las presentan como tentación del pan («¿Cómo es que Dios os ha prohibido comer de todos los árboles del jardín?»; «Di que estas piedras se conviertan en panes»; «No solo de pan vive el hombre»), tentación de la historia («Seréis como dios»; «Tírate del pináculo del templo»; «No tentarás al Señor tu Dios») y tentación de los ídolos («Conoceréis el bien y el mal»; «Todo esto te daré si postrado me adoras»; «Al Señor tu Dios adorarás y solo a Él servirás»).
Sin embargo, Jesús triunfa donde Adán y Eva fracasaron. Y dice el evangelio que el demonio no se rinde, sino que se retira hasta otra ocasión propicia. Y también dice uno de los evangelistas que entonces, vencida la tentación y rechazado el demonio, los ángeles acuden y sirven a Jesús. En el desierto, en el lugar de muerte, el proceder de Jesús restaura el plan de Dios, restaura el servicio de los ángeles de que disfrutaban nuestros primeros padres en el paraíso.
Este es el mensaje, que solo a través de Cristo, verdadero y único camino, se puede dejar atrás al hombre viejo para que nazca un hombre nuevo.
El mensaje no es que pobrecito Jesús, cuánto ayunó, cuánta sed pasó; ni es que ahora toca a los demás padecer un poco rompiendo la noche, yendo a laudes a las 6:30 h, tragándose las injusticias de los hermanos abusones de la comunidad y obedeciendo a los kikotistas. Esto no vale para nada.
El mensaje es que Jesús vino a hacer la voluntad de su Padre a fin de obtener para nosotros la filiación divina.
Pero nada de esto se comentó en el rollete publicitario de temporada.
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