"SEGUNDOS ESCRUTINIOS": Anécdota

Lo que voy a referir sucedió durante los segundos “segundos escrutinios” de mi comunidad.

La protagonista es una mujer de mediana edad, simplona ella, sin otros estudios que los que fuesen obligatorios durante el régimen de Franco y sin otros conocimientos que los que le transmitiera su madre sobre cómo llevar una casa y atender a una familia. La vida, tan mordaz ella, le deparó un marido infiel que la abandonó por otra más de su gusto; así la protagonista quedó sola a cargo de los hijos y de la hipoteca, vio roto su sueño de princesa amada y le fue preciso ejercer de Cenicienta al servicio de otros para sacar adelante a sus hijos.

En nuestros primeros “segundos escrutinios”, a esta mujer le dieron cera de la buena por no haber perdonado a “la otra” o “la ladrona” como ella llamaba a la amante.

Pero eso había sido la primera vez, en la que a todos nos cogieron de pardillos porque no sabíamos a qué nos enfrentábamos (es lo que pasaba cuando en las comunidades no había hijos-de que pudiesen adelantarte de qué iban los pasos; en las de ahora, donde sobreabundan los listillos hijos-de, ya se lo saben todo, señal de que los padres de estos niños se pasan el arkano por un sitio que no ve la luz).

 

El caso es que ya no éramos los pardillos de un año atrás; en jerga neocat diríamos que “durante el año de gracia otorgado por los kates, Dios había manifestado en nuestra vida su fuerza y su poder, Él había derramado sobre nosotros su discernimiento para iluminarnos nuestra historia, para hacer gloriosas nuestras cruces, para permitirnos perdonar al enemigo que tanto mal nos había hecho y nos seguía haciendo, para poder bendecir y dar gracias por las cruces que nos había regalado”. En suma, ya sabíamos todos lo que teníamos que contar y contestar en la encuesta resaltando que (vuelvo a la jerga neockat) “veíamos que el camino y los katekistas eran instrumentos de Dios para nuestra conversión y que sin ellos no habríamos alcanzado ni la pizquita de fe nueva y verdadera que ahora teníamos”.

Si el fin es pasar "los segundos", vale cualquier medio

Estábamos preparados. Íbamos a triunfar a la segunda, porque habíamos desechado los escrúpulos propios de los religiosos naturales y sabíamos que de lo que se trataba era de convencer a los katekistas, fuese verdad o no lo que contásemos con tal de lograr su aprobación.

Y en éstas  le tocó sentarse en el sillón del escrutinio a esta mujer que se había aprendido de maravilla el discurso buenista-moralizante-kikokético que tenía que ofrecer a los katekistas (jerga neokat on, de nuevo): sí había estado ciega por el afán de recibir justicia humana, pero gracias a la comunidad y a los paternales y atinadísisisisisísimos consejos de los katekistas había visto que la amante de su marido era digna de lástima, que buscaba la vida en el afecto de un hombre, sin importarle que el hombre fuese de otra;  y al comprenderlo había podido perdonarla, pues ahora veía que por el miedo a la muerte esa pobre mujer adúltera vivía esclava de los afectos. Y también le había perdonado a él, que era otro triste esclavo; no como ella, a quien Cristo, a través del camino, había rescatado de la oscuridad de los que buscan la justicia, porque Dios quería hacer de ella una criatura nueva capaz de amar al enemigo y bla bla bla. Y además veía que gracias a la comunidad ahora tenía paz y alegría de vivir y más bla, bla…

Iba todo de rechupete, cuando al katekista responsable se le ocurrió preguntarle  si ella, la escrutada, amaba a su infiel marido.  

“Pues claro, es mi marido, el que Dios me dio”, respondió la aludida de inmediato.

 

¿El dictamen del katekista es infalible?

“¿Y se lo has dicho a él?”, insistió el katekista, en un fogonazo de iluminación. “Porque debes decírselo. Tú eres responsable de que tu marido se salve, tú, no la amante. Además te predigo que cuando él envejezca y necesite cuidados, ella le abandonará llevándose el dinero que hubiese sido de tus hijos. Es importante que cuando él se vea solo, enfermo y en la ruina, vea en ti el amor que no conoce. Así tú serás su salvación. Debes decírselo. Te preguntaremos si lo has hecho antes del rito de los segundos, si es que os encontramos preparados para el rito”.

Vaya papeleta. Ponerse en contacto con el marido, para declararle su amor incondicional. Pero sin coacción alguna, sino en su libertad de hija de Dios, sólo que teniendo muy presente que no obedecer implicaba no ser hallada digna de pasar los segundos... Lo que hizo esta mujer simplona fue telefonear al padre de sus hijos y decirle “Que sepas que yo te quiero”.

Las carcajadas del marido infiel ante semejante declaración fuera de lugar y el desprecio con que fue rechazado su desinteresado amor no lo puede olvidar esta mujer, lo lleva clavado en el alma.

P.D. Han pasado más de 15 años desde entonces y no se ha cumplido ninguna de las profecías del katekista, al contrario, el marido infiel se divorció de la primera y ahora está civilmente casado con la segunda que ni le ha abandonado ni ha devorado sus bienes. Es usual no acertar ni una cuando se pretende hacer pasar por profecías lo que no son sino aviesos juicios de intención.