Tenía desde hace bastante tiempo un par de recortes de un tostón (del curso 2022-2023 en concreto), a la espera de que me entrasen ganas de exponer la sarta de errores en los que Kiko incurre.
Presento primero el recorte.
Lo primero que suelta Kiko -un clásico- es que nadie va por su voluntad, libre y consciente a escuchar uno de sus tostones. Eso de ir dónde quieres y porque quieres se hace con los políticos, los músicos y demás, pero quienes van a escucharle a él es, impepinablemente, porque diosito los ha reclutado y llevado allí, a presencia del nuevo moisés del CNC.
El segundo detalle importante es que diosito está al servicio de Kiko, y no al revés. Es diosito quien junta y lleva a los integrantes de la asamblea, para que Kiko, el gran líder, pueda arengarles.
Lo tercero es que la arenga no sirve de nada, está destinada al fracaso, porque una y otra vez, por más que diosito tenga poder para llevarles, Kiko no tiene capacidad para convertir a nadie. Pero como es tan sensible en lugar de reconocer su impericia lo que hace es achacar el fallo a la audiencia y emitir acusaciones contra ella: «Te gusta pecar, te gusta fornicar, y caes». ¡Qué contento estará el acusador con mítines como este!
Entre tanto absurdo, no es difícil pasar por alto algo muy grave: Kiko siempre presenta el libre albedrío como enemigo e inconveniente máximo para la fe. De tal modo que, según Kiko, la causa suprema por la que nadie en el CNC ha alcanzado la fe adulta por más años de calentamiento de metacrilato que lleve a cuestas es, precisamente, el libre albedrío.
Ante tanto disparate y ya que Kiko alude, de forma distorsionada y engañosa, a San Agustín de Hipona, mejor que sea el santo doctor de la Iglesia quien responda con la Verdad:
«Lo que preguntamos, pues, es: si está en nuestro poder alcanzar la fe con que creemos a Dios o con la cual creemos en Dios. Pues por esto está escrito: Creyó Abrahán a Dios, y le fue abonado a cuenta de justicia (Gn 15,6); y también: Al que cree en aquel que justifica al impío, se le abona su fe a cuenta de justicia (Rm 4,3-5). Considera ahora si habrá alguien que pueda creer, si no quisiere, o no creer, si quisiere. Si esto es absurdo —porque ¿qué es creer sino asentir a lo que se nos dice como verdadero?, y el asentimiento, ciertamente, es un acto de la voluntad—, luego, sin duda, la fe está en nuestro poder».
Pero es que Kiko proclama a voces que la fe es una gracia, es decir, que requiere intervención divina, a lo cual responde San Agustín:
«¿Acaso el libre albedrío es destruido por la gracia? De ningún modo; antes bien, con ella le fortalecemos. Pues así como la ley es establecida por la fe (Rm 3,31), así el libre albedrío no es aniquilado, sino fortalecido por la gracia. Puesto que ni aun la misma ley se puede cumplir si no es mediante el libre albedrío, sino que por la ley se verifica el conocimiento del pecado; por la gracia, la curación del alma de las heridas del pecado; por la curación del alma, la libertad del albedrío; por el libre albedrío, el amor de la justicia, y, por el amor de la justicia, el cumplimiento de la ley. Por eso, así como la ley no es aniquilada, sino restablecida por la fe, puesto que la fe alcanza la gracia, por la cual se cumple la ley, del mismo modo, el libre albedrío no es aniquilado, sino antes bien fortalecido por la gracia, pues la gracia sana la voluntad para conseguir que la justicia sea amada libremente».
Por tanto, el libre albedrío no es el problema, pero es que además como a Kiko le gusta decir una cosa y su contraria, antes de achacar al libre albedrío la culpa de la falta de fe de los neocatecúmenos, ha soltado todo lo contrario, a saber, que según él -y dice apoyarse en San Agustín y en la Iglesia- la respuesta del hombre a Dios, diga sí o diga no, no es libre. Lo cual debe ser una herejía más de su colección.
Recurro de nuevo a San Agustín para deshacer el engaño:
«Le es posible al hombre el vivir sin pecado con el auxilio de la gracia divina, si no le falta la cooperación de su voluntad».
Es decir, poder y querer. Dios es el que puede y el hombre el que ha de querer, y han de darse ambas circunstancias, la gracia divina y la libre voluntad humana. De lo contrario, solo los autómatas podrían ser impecables.
Y un ejército de autómatas parece ser el objetivo de Kiko. Porque miente, quizá por desconocimiento, cuando suelta lo del catecumenado primitivo largo. Sin ir más lejos, el eunuco que se cruzó con Felipe tuvo un catecumenado de unas cuantas horas (Hc 8, 26-40) antes de ser bautizado. Y recibió el bautismo sin que Felipe lo escrutase y le hiciese contar públicamente sus pecados o le exigiese pruebas de no pecar. Y tampoco le exigió obediencia ni vivir sometido a él a partir de entonces.
En otras palabras, no le corresponde a Kiko juzgar la vida de nadie ni mucho menos disponer quien está en situación de ser bautizado, porque no le corresponde a Kiko ni a ningún kikotista medir la fe de nadie.
Y la Iglesia debería decírselo de una vez, que mucho daño ha hecho ya a muchos pequeños.