miércoles, 3 de julio de 2024

Testimonio de Isabel

 


Testimonio de Isabel

Isabel se muda a Australia después de casarse. En la parroquia conoce a un matrimonio enviado desde Italia “en misión evangelizadora”. Nace entonces en esa parroquia una comunidad neocatecumenal.

«Caminamos en esta comunidad durante 28 años –dice Isabel– convencidos de que todas sus enseñanzas provenían del magisterio de la Iglesia Católica. Lamentablemente, después de muchos años, entre el shock y la incredulidad, dudamos que este camino sea un camino de fe, que sea una iniciación al Cristianismo, como está definido en los estatutos. Me sentía cada vez más juzgada por los katequistas y cada vez más infeliz. Se crearon dinámicas familiares que me hicieron dudar de la legitimidad del Camino y de los métodos de los katequistas, que hacen todo lo posible para denigrarte como ser humano y como cristiano».

En las catequesis iniciales se propone una visión idílica y feliz de comunidad. Sin embargo, a menudo se experimenta soledad, depresión, falta de comunión. En muchos casos se experimenta el ser aislado, ignorado o, peor aún, rechazado por los demás. «A menudo había conflictos dentro de la comunidad, discusiones, malentendidos, celos; solo se hace hincapié en el pecado, las imperfecciones y debilidades de la gente».

Según Kiko, la iniciación al Cristianismo solo es posible dentro del Camino Neocatecumenal, que contiene todo lo necesario para la práctica de la fe.

«Durante las convivencias mensuales –continúa Isabel– compartimos nuestra vida de manera muy profunda y personal, incluso en aspectos detallados e íntimos de la relación entre marido y mujer. Desafortunadamente, los hermanos luego hablaban de lo que se compartía, y lo hacían incluso fuera de la comunidad. Entonces se presentó la ansiedad y comencé a sentirme muy vulnerable porque hacían juicios sobre nosotros. Me dijeron que era una moralista y una justiciera, que me creía mejor que otros y por eso no aceptaba recibir injusticias y abusos de la comunidad. Compartí toda mi vida y, cuando dejé de hacerlo, el katequista me dijo que el demonio mudo quería que me guardara todo dentro».

Los katequistas reclaman ser consultados como guías en el discernimiento en cualquier acontecimiento de estrés, problema o dificultad. Los catecúmenos se vuelven así dependientes de ellos, hasta el punto de idolatrarles como "enviados de Dios". No está permitido tener opinión propia ni duda sobre el camino, de lo contrario serás considerados engañado por el demonio, endemoniado o desobediente a Dios o a los catequistas.

«Ahora que nos hemos ido –concluye Isabel– solo nos quedan nuestros hijos, que han abandonado la fe católica por los traumas sufridos en CN. Al haber crecido los ocho hijos en la vida comunitaria y al no haber tenido la oportunidad de hacer otros amigos, nos encontramos sin amigos y completamente solos. Estamos trabajando en las relaciones con nuestros niños, dañadas por la enseñanza de CN, con la esperanza de que puedan mejorar. Todo nuestro tiempo estuvo dedicado a la comunidad y a la posconfirmación organizada por el CN ​​con los mismos katequistas siempre a cargo de todo. Los katequistas siempre nos han dicho que fuera del CNC estaba la condenación y la pérdida de la fe». Pero fue en el Camino donde sus hijos perdieron la fe.

 

lunes, 1 de julio de 2024

Testimonio de Jaime

 

A medida que crecen los estudios sobre abusos de poder, psicológico y de conciencia en la Iglesia, se hace cada vez más evidente que en las “realidades eclesiales” los abusos a menudo no son cosa de individuos concretos, sino que nacen de una estructura diseñada desde su concepción con elementos abusivos. 

Ya sea por falta de formación o discapacidad de sus integrantes, que confunden cargos directivos y roles de acompañamiento espiritual, o por la existencia de praxis inaceptables, como ciertas formas de confesión obligatoria y pública, por no hablar de desviaciones o de deriva doctrinal, lo cierto es que se producen abusos sistemáticos y reiterados.

Para limpiar la Iglesia, es importante conocer a fondo los mecanismos y modos de funcionamiento de estas realidades, y para ello es fundamental escuchar a las víctimas, que sufren traumas o que son aisladas y castigadas o expulsadas por su disidencia. Familias devastadas, en una situación de sufrimiento que afecta a todos sus miembros, muchas veces de forma especial a las mujeres.

Esta es la imagen que se desprende de un estudio realizado por el Laboratorio Rein-surrezione, una red que reúne a mujeres y hombres comprometidos en visibilizar las prácticas y conductas misóginas en la Iglesia Católica, pero también a personas que tienen una historia de manipulación y abuso en realidades eclesiales.

Los testimonios de esta y de las siguientes entradas proceden del trabajo de Clelia Degli Esposti, Cecilia Sgaravatto y Monique Van Heynsbergen que reúne diversos testimonios de abusos sufridos dentro del Camino Neocatecumenal.

Todo testimonio cuenta. Las denuncias públicas documentan las experiencias de abuso vividas dentro de las comunidades, para que la Iglesia las estudie y pueda intervenir, y también sirven para apoyar a quienes son expulsados ​​con enorme sufrimiento, desorientación y además aislamiento por parte de sus hermanos de la comunidad.

Es importante informar a la Iglesia (Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida) tanto colectiva como individualmente, mediante petición directa al Prefecto del Dicasterio de conformidad con el Canon 57 del Código de Derecho Canónico. Además, muchas de las conductas identificadas podrían constituir situaciones de delito o infracción civil. De hecho, sucede que, cuando se presentan quejas oficiales, se toman medidas para garantizar un mayor respeto por las personas. Si el respeto no surge por espíritu de caridad, es necesario solicitarlo con quejas.

 

Testimonio de Jaime (nombre ficticio)

Junto con su mujer y sus seis hijos Jaime vivió el Camino durante veintiséis años. Sus “hermanos de la comunidad” frecuentaban su casa, según el precepto no escrito de que las familias deben abrir sus hogares en prueba de fraternidad, amor y comunión… con los demás captados, porque está atrozmente mal visto que los padres consientan que los hijos tengan amistades de fuera del gueto.

Jaime cuenta lo siguiente:

«Uno de mi comunidad, que daba kikotesis en la cárcel, abusó de una de mis hijas».

Un día, llorando, la hija contó a su padre el acoso sufrido por parte del querido hermano kikotista neocatecúmeno.

«Para mí era algo inimaginable, pero luego recordé muchos sucesos anteriores, de cuando él venía a nuestra casa. Hacíamos los (sic) laudes, comíamos juntos, y mientras yo estaba en la cocina, él iba a fumar al salón junto a la ventana y luego cogía en brazos a las niñas en el sofá». Ahí se producía el acoso.

Al saberlo, Jaime se dirige primero al párroco, para quien al parecer la noticia no era nueva, y luego al obispo, que con cachaza le invita a perdonar, pues le propone que Dios ya habrá hecho justicia.

Sucede que uno de los hijo de Jaime está en el seminario y se prepara para el sacerdocio. «El obispo nos dijo a mi esposa y a mí que si persistíamos en buscar litigio, no podría garantizar la ordenación de mi hijo. Más tarde lo echaron, alegando simplezas como que era un orgulloso y no limpiaba la habitación».

La pequeña es entrevistada por un psicólogo y examinada por un médico: ambos reconocen los signos de abuso. Jaime decide presentar una denuncia civil al enterarse por otros hermanos de que el neocatecúmeno kikotista carcelario también había abusado de la niña que tenía en acogida.

Tras poner la denuncia, Jaime y su mujer son convocados por los kikotistas itinerantes. El presbítero del equipo, señalándolos con el dedo, lee el pasaje del Evangelio «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra».

Jaime encuentra dos testigos, que sin embargo, durante el proceso, se retractan, probablemente debido a la presión ejercida por los itinerantes. Por tanto el neocatecúmeno abusador es absuelto.

Para defender la credibilidad del Camino, tras la denuncia, el equipo de itinerantes se reunió con Jaime y su esposa en la oficina del párroco. Se les dice que ya no asistan a la parroquia ni al Camino, ya que su comportamiento se considera contrario a lo predicado por la Iglesia. Pensaron que recibirían ayuda de su pastor, pero en cambio son ahuyentados por unos cómplices que se hacen pasar por víctimas. Jaime también es acusado de estar poseído por el diablo y le invitan a visitar a un exorcista.

Desde que fueron expulsados, ninguno de los hermanos del Camino ha vuelto a interesarse por ellos.

Jaime se quejó ante el presidente de la CEI y escribió dos cartas al Papa Benedicto XVI y dos al Papa Francisco, pero no recibió respuesta. Los niños tienen repercusiones emocionales muy fuertes tras esta experiencia: una cae en la anorexia e intenta suicidarse; el hijo tiene una crisis cuando lo expulsan del seminario».