«Le tengo antigua devoción a esta imagen, una pintura del escocés William Dyce, un artista romántico, de estilo entre los nazarenos alemanes y los pre-rafaelistas ingleses.
Aparecía en una ilustración del misal de mi madre, un incómodo grueso volumen de Chicago Press, una exquisita edición del Misal de Juan XXIII de 1962, ricamente ilustrado con grabados, viñetas y una colección estupenda de reproducciones en color de cuadros, una cuidada selección de iconografía cristiana. Fue un regalo de mi padre por el santo de mi madre, en Julio de 1964.
Como misal, era cuasi inmanejable. Mi madre nunca lo llevó a Misa y continuó usando su manoseado misal relleno de estampitas y sujeto con un elástico negro. Quien más lo utilizaría sería yo. Los días que guardaba cama porque estaba malo, lo primero que pedía era el libro de misa de mamá. Lo sacaba de su caja de cartón rojo, lo abría, olía sus páginas, y me pasaba horas viendo las ilustraciones y leyendo el latín que no entendía; el comentario al pie de las imágenes estaba en español y me fui aprendiendo nombres de artistas: Van Eyck, Rogier van der Weyden, Dierick Bouts, Gerard David, Mantegna, Bellini, Durero, Ricci, Zurbarán, Rubens. Guardo ese misal como un tesoro muy personal.
El cuadro de W. Dyce representa las últimas escenas del Viernes Santo: Nicodemo y José de Arimatea han cerrado el Santo Sepulcro y salen del jardín; postradas frente a la entrada de la tumba, dos de las Marías lloran desconsoladas; en primer plano, la Virgen, triste, serena, doliente, guardando en su corazón la pasión del Hijo, camina de la mano de San Juan Evangelista, el hijo recibido aquella misma tarde, iuxta Crucem.
El rostro de la Virgen Madre no es joven, está demacrado, contiene el dolor y concentra su mirada en la corona de espinas del Señor, que lleva en una mano; la otra descansa sobre la mano de Juan, que la mira entristecido.
Al fondo cae la tarde pascual, con nubarrones tormentosos que clarean en la
línea de los montes, por donde declinó el Sol, con un cielo abierto de suave
azul crepuscular más arriba.
Así, como esa escena de suave y recogida intimidad, de dolor profundo y
esperanza recóndita, de esa forma imagino también el retorno de los que
estuvieron junto a Él en el Calvario, la vuelta a la Ciudad Santa de quienes le
lloraron y pusieron su Cuerpo en el sepulcro. Aquella tarde».
+T.
Un catequista que vio en mi biblia una imagen Católica me increpó y me calificó de beatorro y religioso, después tuve la oportunidad de ir a su casa y esta estaba llena por todas partes de las imágenes que pinta kiko, al igual que su biblia, pero como era el catequista no pasaba nada. Por fin ya no estoy en esa secta.
ResponderEliminarNo, no es que no pase nada porque sea Katekista, por lo que no pasa nada es porque lo que viste es su adoración a Kiko y su Kkamino.
EliminarLos "signos" que llaman ellos, no es nada más que la parafernalia que se inventó un esquizofrénico y que desde los kikocuadros hasta el gotelé rugoso de las paredes, todo es el entorno de la secta.
Cualquier cosa que el Amo no haya pintado, modelado o inventado, es de beatorros y va en contra de la obediencia ciega al Neo-invento; por eso un rosario será algo de la "religión natural" o "infantil" ( o de viejas beatas), hasta que te lo entreguen en protocolo Kiko en Loreto...y así, todo.
Lázaro
Es cierto, si llevas contigo iconos de kiko o cualquier artículo de kiko no te dicen nada pero si llevas contigo iconos o artículos de la Iglesia Católica te critican.
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