domingo, 27 de octubre de 2024

Razones de Lino Lista

 


El Camino es etimológicamente (es decir, en razón de su origen y de su existencia -su praxis-) una secta.

Lo es, en "hechos concretos", porque a sus seguidores se les inculca la falsa noción de que han sido iniciados en un camino de perfección, un camino solo posible para una “élite” de personas predestinadas que, no por casualidad, son infaliblemente los últimos y los peores de todos.

Porque se encierran en salas de usos múltiples inaccesibles para los de fuera, la gente corriente, vulgares mortales que no han participado en la iniciación preliminar, o engañados por el demonio que lo han dejado.

Porque sus documentos iniciáticos son arcanos secretos, disponibles solo para los "maestros kikotistas".

Porque impone silencio y secretismo a sus seguidores y arremete contra los "judas informantes" que escaparon.

Porque tiene su propia "jerga especial del grupo", el neocatecumenol, específico de la secta y que les permite identificarse entre ellos sin conocerse.

Porque, además del neocatecumenol verbal, tiene un neocatecumenol simbólico de ritos e iconografía -naturalmente sincrética- propios de la secta.

Porque tiene su propio "profeta", su “Moisés”, quien transmite a los demás las disposiciones que recibe procedentes del otro mundo… Conviene recordar que el infierno es otro mundo.

Porque la impureza, el pecado y el diablo dominan en su filosofía.

Porque se sustenta con donaciones pecuniarias y bienes de sus seguidores, donaciones regladas y obligatorias, puesto que si no se cumple con ellas no puede avanzar en el itinerario.

Porque ejerce un control total sobre las ideas, afectos e intereses de los seguidores.

Porque... (aquí se queda, pero podría seguir durante varias semanas) .

Lino Lista

 

viernes, 25 de octubre de 2024

"Cuatro pantominas"

 

He localizado un rollete carmelitano con ocasión de una penitencial.

No hay imágenes de Carmen en el confesionario, pero sí en ágapes


Algún despistado pudiera pensar que se trate de una magna explicación sobre el sacramento de la reconciliación, sobre la necesidad de dejarse reconciliar con Dios o sobre el increíble don concedido a los que reciben el orden sacerdotal de poder perdonar pecados, es decir, que Dios, a través de ellos, perdone los pecados reconocidos.

Pues no.

La cosa no va de eso.

«Yo le había dicho a Kiko que quería decir algo del salmo 50, porque el culto y la liturgia del templo debieran servir para la conversión del corazón, como es esta liturgia que la Iglesia ha renovado, Sacramento de Reconciliación que debía servir para experimentar la dulzura inmensa del perdón, la destrucción del odio, y convertirlo en amor, de la muerte en Vida».

Carmen se refiere a la forma de la celebración penitencial, que según ella ha recibido una renovación impresionante por el hecho concreto de que en caso de multitudes no suele haber confesionarios suficientes y los sacerdotes se reparten como mejor pueden por el terreno disponible.

Esta es para ella la gran renovación.

En el fondo es una suerte que reconozca que no tiene para agarrarse sino el signo externo del confesionario en su afán por vender la gran renovación «del culto y la liturgia del templo», que es expresión harto confusa, porque los cristianos tienen iglesias, lo del templo es cosa del judaísmo, cuyo culto y liturgia quedaron caducadas por la nueva alianza de Dios con los hombres por medio de Jesucristo.

¿Será que Carmen todavía no lo ha entendido?

Sigue la cosa:

«O sea, que son dones inmensos, enormes, el culto, la liturgia, los Sacramentos están al servicio de realizar esto que significa.

En Israel el templo se convirtió en todo lo contrario: en sustituir la conversión del corazón por culto. Por eso, dice el salmo [50] al final: “De que me sirven a mí tus novillos ni nada de eso, eso no me sirve para nada”».

La afición por trastocar y deformar las citas es parte de la praxis neocatecumenal, y Carmen no iba a ser menos. En realidad, lo que dice el salmo es «Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías» (sal 50,18).

 «Y así, el templo será completamente destruido».

Y la alianza antigua completamente abandonada, candelada, caducada. Por eso tiene todo el sentido que el templo, símbolo visible de una alianza muerta, cayese. Pero Carmen no entiende la relación entre la caducidad de la vieja alianza y la desaparición del templo.

Ya no hay templo, ahora hay Eucaristía. Pero Carmen no lo capta.

«Yo tenía miedo también que este maravilloso salmo 50, a fuerza de que hay que hacer la penitencial y hay que hacer este salmo 50, convirtamos en rutina la liturgia en lugar de estar al servicio de la conversión del corazón. O sea, en lugar de estar a tu servicio la Misa, “basta con ir a Misa” y no significa nada en tu vida todo esto. 

Fíjate, dice aquí: “el culto sustituye la conversión”. Tentación constante de coger los dones de Dios y decir: son míos, la tierra es mía, el templo es mío, garantía de salvación, en vez de recordar la continua necesidad de dejarse convertir, de dejarse salvar para poder alabar a Dios como origen de todo».

Me recuerda la actitud de uno muy sensible que va por la vida como si el CNC fuese suyo; las comunidades, suyas; los semivacíos y los presbikikos, suyos; los kikotistas, a su servicio…

Pobre desgraciado. Dice Carmen de quien va así por la vida:

«Por eso, largas y bellas celebraciones que no son en el fondo una conversión constante del corazón, son hipocresías falsas»

Y lo completa con un avisito muy en la línea de la praxis neocatecumenal para que nadie ose no contar pelos y señales en la confesión con el presbikiko:

«Por eso, nuestras liturgias pueden acabar en nada si este Sacramento es aquí una rutina y venís aquí a decir cuatro pantomimas».

Es que si no suelta el juicio que lleva dentro, explota.

Y que quede claro que la reclamación es para todos y que, vaticina Carmen tras consultar su bola de cristal, quien no obedezca se volverá pagano: «Vosotros los presbíteros no tengáis miedo de reconoceros pecadores, si no os reconocéis pecadores ¿qué tenéis que hacer en  el mundo? ¿A quién perdonaréis? Lo que haréis será haceros muy bondadosos: no, el adulterio no es pecado, la sexualidad no es pecado...».

 

miércoles, 23 de octubre de 2024

El cristiano no es quien forma parte de un grupo

 


De un comentario radiológico del padre Chrevrot.

 

Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra».

Esta sal no es la que se extrae de la tierra, sino la que está a ella destinada. La idea del Salvador es esta: los cristianos están destinados a tratar con sus semejantes desconocedores o refractarios al Evangelio y su acción puede compararse con los servicios que proporciona la sal en la alimentación.

¿Qué hay más soso que una sopa en que se ha olvidado de echar sal? Del mismo modo, en un mundo insípido porque Dios no es conocido, los cristianos están obligados a extender el sabor del Evangelio y con ello mejorar la sociedad.

En un mundo dañado y desnaturalizado por el hábito de pecar, tendrán que luchar contra la injusticia y combatir por la verdad, tendrán que servir y salvar a sus hermanos.

No obstante, el Salvador se enfrenta con la hipótesis de un cristiano que no siembra a su alrededor la influencia del Evangelio. ¿Lo califica, acaso, como un cristiano de segunda clase, de segunda calidad? De ninguna manera. Así como la sal insípida ya no es sal, aunque guarde de ella las apariencias y el color, del mismo modo un cristiano que no cristianiza todo lo que le rodea, que no vive el Evangelio, cesa de ser discípulo de Cristo.

Fijaos que no hace alusión el Maestro a ciertas actividades especiales a las que algunos de vosotros pueden entregarse, obras, asociaciones o cruzadas de todas clases. Él tiene en cuenta solamente la acción personal, directa del cristiano, aquella que emana exclusivamente de él, sin premeditación y sin cálculo. Por el mero hecho de que su discípulo piensa, obra y sufre cristianamente ya trabaja en bien del mundo. En la esfera en que se halla colocado cumple su misión de cristiano y extiende el reino de Dios.

El motivo es muy sencillo. Un cristiano auténtico extiende el Evangelio a su alrededor sin buscarlo, sin saberlo, sin quererlo. Por consiguiente, si el Evangelio no obra a través de nosotros sobre los demás, es que el Evangelio ha cesado de obrar sobre nosotros mismos. Un fiel amorfo, sin influencia, no es cristiano: su cristianismo no se manifiesta en el exterior porque no existe en su interior.

«¿Con qué recobrará su sabor una sal desabrida?», pregunta nuestro Señor. La sal no es para ser salada, sino para salar; si ya no sala, ha perdido su razón de ser.

Por su eficacia exterior conocemos si nuestra fe es viva.

La sal no endulza, no dulcifica las heridas, sino que quema la carne viva. El Evangelio no es un anestésico, es una llamada incesante al progreso, una protesta jamás interrumpida contra el mal, un remordimiento punzante contra todas las vilezas. O lo hemos dejado desvirtuar o no nos deja en reposo.

¿Somos cristianos? Eso no es sinónimo de ¿formamos parte de un grupo? ¿cumplimos los ritos usuales que a ello nos obliga?  En el verdadero significado quiere decir: ¿Nos consume realmente el amor que tiene Dios a los hombres? ¿Estamos perpetuamente inquietos por asemejarnos a Jesucristo, por cumplir sus preceptos? ¿Estamos persuadidos de que el Evangelio es la verdad que Cristo quiere realizar por medio de nosotros la felicidad de los hombres? No es una situación cómoda y descansada la de ser cristiano, sino una empresa hermosa y que vale la pena de consagrarle toda nuestra vida.

 

El texto es clarísimo y no precisa comentario, pero a los neohermanos de piel pétrea se lo recalco: El cristiano no es el que pertenece a una comunidad y se compromete mucho con ella y le entrega su vida; el cristiano no se esconde en una sala de usos múltiples con las puertas cerradas ni huye como de la peste de la orden vaticana de sumarse a la asamblea de toda la Iglesia; el cristiano no fabrica guetos.

El kikismo no es cristiano. Y no prevalecerá.