Otro testimonio. No deja de ser apabullante que en todas partes se denuncie lo mismo, una y otra vez. ¿Cuántas víctimas se necesitan para que alguien decida intervenir?
Viví 9 años de mi vida con ellos y al salir experimenté en mi piel y en mi conciencia un trauma, un sentimiento de culpa que me persiguió durante dos años. Tengo marido, hijos y un trabajo con horarios y responsabilidades en constante cambio, por lo que el cansancio, el compromiso imperioso, las cargas psicológicas que impone el Camino nos llevaron a mi esposo y a mí a animadas discusiones: controversias, malentendidos, acusaciones, juicios, etc.
El período verdaderamente duro y obsesivo comienza una vez finalizada la fase preparatoria de kikotesis, que consiste en reuniones larguísimas dos veces por semana, siempre de noche, de las que se regresa a casa con la cabeza golpeando como un tambor, de las ideas que te han lanzado, que te dejan sin aliento, que se convierten en motivo de discusiones, de malentendidos, de enfrentamientos, de incomprensiones con el marido o con los hijos.
La fractura se produjo cuando empezamos a faltar primero a la Eucaristía del sábado por la tarde y luego a las convivencias de tres días. Tenía que dejar a los niños en casa, para los katekistas era lo procedente, lo que había que hacer ya que los hijos eran 'ídolos'. Pero yo no tengo a nadie con quien dejarlos, ni madre ni hermanas. El gasto en niñeras era insostenible.
Hay una catequesis asfixiante para convencernos de que el trabajo, el hogar, los hijos son ídolos a los que debemos renunciar. Pero el maxicatequista tiene una villa de verano, un trabajo excelente, una esposa pediatra, su casa y una niñera para sus cinco hijos.
Sin vivir esas convivencias y recibir las kikotesis que se dan en ellas no podía continuar el camino, así que se me prohibió hacer el rito de entrega del salterio, no fui exorcizada ni recibí del presbítero el libro de las horas.
Soy católica desde la cuna, vengo de Acción Católica, impartí catequesis, he vivido por la gracia de Dios en la parroquia; entré a la comunidad por el deseo de profundizar en la Palabra de Dios. Los primeros años fueron sanos, porque fueron dirigidos 'estrictamente' por un sacerdote serio y coherente con la Madre Iglesia. Pude mirar dentro de mí, examinarme, tal vez incluso mejoré ante el Señor, ¡pero esto fue obra de Dios, no de la comunidad! ¿O me equivoco?
Los llamados lejanos, si se acercan al Camino, siguen alejados de la Iglesia (la oficial) tanto como pueden. Lamentablemente, en las reuniones de catequesis, que duran años, se habla continuamente mal de los sacerdotes y del clero, que en 2000 años no han podido hacer mucho. Esto se hace incluso ante los "pequeños" tanto en edad como en fe, en capacidad de discernir lo verdadero de lo falso; estos, escandalizados o asombrados, siguen el juicio negativo y acaban creyendo que la Iglesia hoy es el 'Neocatecumenado'.
Para conocer el movimiento neocatecumenal no basta con leer los mamotretos; una cosa es escuchar los discursos de algún maxikikotista, y otra cosa es vivir en comunidad, donde Kiko es la 'Palabra' a obedecer, donde los curas no entienden nada, porque para entender deberían dejar su seminario y ofrecer su vida como nuestros itinerantes. ¡Esta es la verdadera fe!
El trabajo de adoctrinamiento es constante, asfixiante. Se repite una y otra vez: “Si dejas el Camino dejas la Iglesia, te alejas de Dios. Estás asumiendo una gran responsabilidad, las consecuencias caerán sobre tu familia”.
Al final estábamos condicionados, asustados, incapaces de seguir los impulsos que la razón, aún no perdida del todo, hacía llegar ocasionalmente a la voluntad. Salir del Camino se vuelve cada vez más difícil, porque está el hecho traumático y perturbador de los escruticidios: Yo he pasado por dos escruticidios, memorial de mi vida, ante cuarenta personas que no están obligadas a guardar secreto.
Los kikotistas, en un clima que huele a inquisición, te dicen que estás frente a la cruz, tienes que hablar de ti mismo, de quién fuiste, de tus ídolos, de cómo y si los dominaste. Y empiezas a hablar. Es doloroso presenciar estas escenas. La humillación de quien cuenta sus miserias. Pero eso no es suficiente, el inquisidor mete el dedo cada vez más hondo, quieren enterarse de los secretos más íntimos.
Cuando le dije que hasta entonces mi vida había sido vivir para mis hijos y mi marido, a quien ahora intentaba amar como a un hermano en Cristo, mientras que antes me agobiaba no dar la talla para él, el kikotista respondió: "Tú no amas a tu marido". Imaginaos la situación, el juicio del megakikotista, el murmullo de los hermanos, el marido rojo de furor y vergüenza, yo abrumada por las lágrimas; mi párroco con las manos entrelazadas y la cabeza gacha, más rojo que yo.
Todos han de contar su historia ante los demás: algunos dicen que tienen amantes, otros dicen que han consumido drogas, uno declara delante de sus padres que mantiene relaciones carnales ilícitas, otro saca a relucir el odio y el rencor, tal vez enterrados desde hace años, hacia sus padres, que, no presentes, no pueden defenderse.
¿Con qué autoridad unos laicos que desconocen la teología moral se erigen en confesores de sus hermanos, a quienes exigen una declaración precisa y detallada de todas las miserias de sus vidas? Y mientras uno es interrogado, los presentes se miran temerosos de descubrir lo que nunca habían pensado sobre su marido, su mujer y sus hijos. Y a partir de ahí viven su fe en la angustia, en el chantaje moral.
Esto destruye la personalidad, la confianza. Se generan sospechas, división y odio. Los katekistas imponen penitencias horribles e irracionales como condición para superar el escrutinio. Y después de haberse abierto en canal, ¿adónde podría ir el pobre penitente? El grupo se convierte en su prisión.
Yo he vuelto a ser cristiana a secas, de domingo, la clase de cristiana que, según muchos de ellos, no sirve para nada; de los que van a la Iglesia sin entender la Palabra de Dios y no tienen mérito, porque el Espíritu Santo no es para todos y requiere de un canal sincronizado llamado Camino Neocatecumenal.
Nada puede ser más importante que la comunidad, ni siquiera un Sacramento. Si alguien falta a una convivencia, porque asistió a una boda, confirmación o primera comunión, es duramente reprendido porque la convivencia es superior a cualquier Sacramento: “Elegiste el entretenimiento y al Señor lo pusiste en segundo lugar”.
Después de tantos años de adoctrinamiento martilleante se pierde el discernimiento, tienes miedo de equivocarte en todo lo que haces. Y el chantaje amenazador está siempre en labios del katekista: «Has puesto tu nombre en la Biblia de tu comunidad, no incurras en traición». «Dijiste tu cruz delante de todos, no puedes darles la espalda». «Si no pones en la bolsa dinero, anillos, cheques, coche, casa…, no amas a Dios, eres de Mamón».
En una convivencia un sacerdote fue sometido a un interrogatorio de tercer grado solo porque tenía un reloj en la muñeca que no quería quitarse, tal vez era un recuerdo barato. Para desprestigiar a otro sacerdote llegaron a contar que se masturbaba. Todo vale con tal de someter a los neocatecúmenos.
Todavía extraño a estos hermanos con quienes compartía alegrías y miedos, a quienes di tantas horas de mi vida, pero como quien se va es etiquetado de endemoniado, ahora no existo para ellos. ¿Es esto el amor a los hermanos en la dimensión de la cruz, de la que tanto hablan y que llevan como insignia de su pertenencia al movimiento neocatecumenal?
Desde que salí, he experimentado todo lo contrario: «¡Ay de los que abandonan el movimiento! ¡Evitadlos por completo porque están poseídos por el maligno!». Algunos, sabiendo esto, no dejan del todo la comunidad para no ser marginados o aislados.
Para muchos es difícil pasar página a años de convivencia y amistad, y al condicionamiento psicológico y moral que han sufrido durante este tiempo. ¡Conozco sacerdotes destruidos en cuerpo y espíritu por el movimiento!
¡Los obispos no saben estas cosas porque nunca han participado en un escruticidio! Quizás lo que digo les pueda parecer una calumnia, pero es la pura verdad. Imploro al Espíritu Santo que les ilumine lo que no saben, para el bien de la Iglesia y de las almas de las que han sido nombrados pastores.