No hace falta presentación, solo escucha desde el minuto 1:38:30. Dura unos 10 minutos.
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LA VIDA EN LA COMUNIDAD (por Marina)
...Como miembros del Camino debíamos estar preparados para la venida de Cristo en cualquier momento. Por eso no podíamos faltar a nada, catequesis, preparaciones, celebraciones y reuniones varias. En cada una de tales ocasiones, ¡el “señor” nos hablaba! Una palabra, un signo, un canto podía ser el detonante de la conversión de alguno de nosotros. Para subrayar la necesidad de conversión, se nos insistía incesantemente en que éramos pecadores. Todos éramos siervos inútiles y solo por nuestra voluntad jamás lograríamos nada, pero por la sola gracia nos salvaríamos siempre que perseveráramos en la comunidad.
Así arraigó en nuestra mente la idea de no poder hacer nada sin ayuda del Camino, en particular de los kikotistas. Cada vez que teníamos que tomar una decisión importante pedíamos ayuda a los kikotistas. Toda nuestra vida pasaba por sus manos, desde lo más banal hasta lo más serio. Los kikotistas tenían la obligación de no ser nuestros amigos (nos lo dijeron en la cara). Su relación con nosotros era solo por la kikotización y la desorientación espiritual. En todo lo demás, estaban completamente desapegados. Por ejemplo, en las cenas se sentaban en una mesa aislada.
Debido al distanciamiento con los kikotistas y con la gente de las comunidades más avanzadas en el Camino, imaginábamos a estos hermanos como ejemplos a seguir y esperábamos que algún día nosotros también podríamos hacer lo que ellos hacían. Los miembros de las comunidades más antiguas, los ejemplos a imitar, también se comportaban con desapego y se apartaban de los demás, como en el ágape del domingo de Resurrección. A las 5.30 todos los días de Cuaresma (excepto sábado y domingo) se reunían en la parroquia a la que pertenecía su comunidad, para rezar Laudes. Los mirábamos con admiración y esperábamos que algún día nosotros también pudiéramos llegar a tanto.
A quien entraba en el Camino se le “recomendaba” encarecidamente que no se uniera a otras asociaciones o grupos religiosos. Un día mi marido les dijo a los kikotistas que había decidido ser Ministro Extraordinario de la Eucaristía. Dudaron pero no pudiendo impedirlo le dijeron: "...pero procede con moderación, que no sea causa de que desatiendas la comunidad". No les gustaba que mi marido frecuentase esas misas llenas de religiosos naturales. Ni que yo le acompañase a ellas.
Dentro de la comunidad nunca se hablaba de la Iglesia, el Camino era un mundo aparte. Teníamos nuestros ritos, nuestras imágenes, nuestros cantos, nuestros seminarios, nuestros presbíteros, nuestra forma de orar. Cuando participamos en encuentros no organizados por nosotros (como la visita del Papa a Catania) teníamos que distinguirnos de los demás llevando nuestras imágenes y cantando nuestros cantos. Todo lo que nos distinguía era obra de Kiko Argüello: la Virgen pintada por él, el Cristo pintado por él, los cantos que se decían compuestos por él... ¡Todo era gracias a él!
En los encuentros de carácter nacional o regional, Kiko convocaba al escenario a todos aquellos que querían ser “misioneros”, presbíteros o monjas de clausura. Dentro del Camino, cada uno de sus escritos, cada una de sus obras era ley y nadie tuvo jamás la osadía de rebatir sus pensamientos. Todos teníamos consciencia de que podíamos ser críticos con la Iglesia, pero no con los “responsables” del Camino.
En toda celebración del Camino hay cantos, todos ellos con un ritmo monótono que se intercala con los "crescendos" del coro. Las guitarras, tambores y demás instrumentos repiten las notas con ritmo martilleante y todos han de acompañar cantando y dando palmas. Éramos invitados a cantar con todo el ser. En pocos minutos se desconectaba la mente, pero creíamos que así alabábamos a Dios. La inconsciencia que me asaltaba mientras cantaba y bailaba era la misma que muchos jóvenes experimentan en la discoteca. A veces durante el baile que se hace al final de la uka, me sentía un poco mareada debido a la atmósfera de irrealidad.
Otra característica es que todos los encuentros y celebraciones tienen lugar tarde y muchos, pese a estar físicamente presentes, llegan tan agotados que no se enteran de nada. A menudo, las cosas que nos decían las dábamos por buenas sin razonar ni cuestionar nada. Incluso cuando nos asaltaba alguna duda, estábamos persuadidos de que los kikotistas probablemente tenían razón. Esta forma de vivir en comunidad nos impulsó a aceptar todo lo que nos "sugerían". En las kikotesis y en las resonancias había una "inspiración divina".
Un amigo kikotista que me explicó que en las kikotesis debía atenerse fielmente a las pautas que le daban. También yo, que fui kikotista, recibí el mamotreto y “lecciones” sobre cómo dar kikotesis a los recién llegados.
Cuando se confiaban documentos de este tipo a kikotistas y responsables se explicaba el "método" a seguir y se recomendaba el máximo secreto. ¡Estábamos vinculados a este secreto como a un "secreto de familia"!
En las kikotesis todo estaba bien organizado. La "inspiración divina" tenía como objetivo aturdir la mente que, dados el horario y el ritmo desordenado y repetitivo, no permitían más que confiar en que todo lo que se decía estuviera bien, tanto más cuando si alguien pedía una aclaración, siempre se respondía que callase y escuchase, que lo entendería más adelante.
Al fin y al cabo todo lo que se escuchaba en las kikotesis tenía que ser correcto, ya que los kikotistas sostenían ser "ángeles enviados por la Iglesia".
Rescato un testimonio que antes podía encontrarse en más de una página web desaparecida de un día para otro.
Mi nombre es Marina, soy austriaca y estoy casada con Concetto. Tenemos tres hijos: Raffi, Eli y Alfredo.
Conocí el "movimiento neocatecumenal" o "Camino Neocatecumenal" a través de mi profesión de fisioterapeuta. Fue la madre de una niña a la que traté quien me lo presentó como una “realidad de la Iglesia” [¿Es que los demás grupos son imaginarios?].
Acepté la invitación para participar en los “encuentros” [Quizá sería más correcto decir “participar en la realidad de unas sesiones de monólogos” que hacen pasar por catequesis], porque desde hacía algún tiempo deseaba tener una experiencia religiosa que me pusiera en comunión con otras personas.
Mi marido y yo caminamos durante catorce años y aún hoy, nos afectan las ideas que nos inculcaron en ese grupo, especialmente que "el Camino" es "El" camino a seguir para alcanzar la Salvación. NO hay otro, dicen.
Los discursos martillazos que recibimos nos hicieron perder la conciencia de nuestra libertad y nos llevaron a sentirnos indisolublemente ligados al Camino, convenciéndonos, en nuestro interior, de que pondríamos en riesgo nuestra salvación eterna si lo abandonábamos.
Al principio, sentí que mi deseo se había hecho realidad. Estaba feliz y me sentía "amada" en la comunidad. Todo lo recibía con cierto entusiasmo. La catequesis (aunque muy larga y reiterativa), los hermanos, la Palabra de Dios, la mesa eucarística, las convivencias: todo me daba alegría. Pensé que había encontrado la verdadera Iglesia [la “realidad” de la Iglesia, sin sucedáneos ni imitaciones]. Después del primer paso, mi marido y yo fuimos elegidos responsables; más tarde, en el segundo paso, fuimos nombrados kikotistas, aunque ellos le llaman de otra forma. Mi esposo no estaba tan entusiasmado como yo, pero lo animé y lo arrastré, porque yo tomaba al pie de la letra todo lo que me decían los kikotistas. Poco a poco él también creció en fervor.
NUESTRA FAMILIA Y EL CAMINO
En la comunidad todo iba bien, pero en casa aparecieron las primeras nubes en el horizonte.
Por “sugerencia” (sugerencia que no admitía la posibilidad de ser desatendida) de los kikotistas, “quisimos” que nuestros hijos también asistieran al Camino. Me obsesioné con ello: ¡no podía desobedecer a los kikotistas! Porque ellos venían de parte de Dios y su palabra nos descubría la voluntad de Dios para mi familia.
Ante la negativa de nuestros hijos, los kikotistas siguieron sosteniendo que si no venían era por causa nuestra, porque no los animamos lo suficiente y no les dábamos las señales adecuadas. Era nuestro deber transmitirles, sobre todo después de cada paso y convivencia, esas experiencias tan conmovedoras. Resultado: la situación en la familia se volvió cada vez más insoportable.
Sufrimientos continuos, incomprensiones, desconfianzas, acusaciones y amenazas estaban a la orden del día. Después de un tiempo convencimos a Elisa y Rafi para que entraran en el Camino. Rafi lo dejó inmediatamente después del segundo paso, mientras que Eli no quiso volver después de que los kikotistas la humillaran enormemente en el primer escruticidio.
Ahora es obvio que quienes actuaron mal fueron los kikotistas, pero a partir de entonces comencé a relacionar cada problema como consecuencia del abandono de la comunidad.
Otra causa de sufrimiento para nosotros fue saber que el novio de Rafi no era miembro del Camino. Los kikotistas eran categóricos al respecto, nos decían sin descanso: "Es muy importante que el matrimonio sea con otra persona del Camino, incluso indispensable para formar una verdadera familia cristiana". Si el novio de Rafi hubiera entrado en la comunidad, ambos habrían tenido que iniciar el Camino juntos. De hecho, cuando una persona se comprometía o se casaba, debía empezar de nuevo el Camino, junto con su pareja, sin importar la etapa alcanzada.
Durante años llevamos estas cargas sin darnos cuenta de que, debido a las exigencias de los kikotistas, nuestra familia, en lugar de unirse en el amor en Cristo, se desmoronaba por todos lados.
Durante catorce años no pudimos pasar una noche de sábado con nuestros hijos, que dejábamos abandonados a sí mismos y de cuya compañía nos privábamos a causa de la ley de la comunidad. ¡Nunca un paseo juntos! ¡Nunca una velada con familiares o en una pizzería! Hoy son adultos y no nos perdonan el haber sido abandonados cuando deberíamos haber estado más cerca de ellos que en cualquier otro período de su vida. Todos los sábados noche íbamos a la uka y regresábamos tarde.
Al día siguiente, después de invitarles de manera opresiva a rezar Laudes, nos consideramos libres de cualquier compromiso con ellos y los dejábamos ir solos a la misa parroquial de los religiosos naturales.
El domingo que tocaba nos íbamos a la convivencia de sillas voladoras, mientras ellos se iban a visitar a amigos o familiares porque se sentían solos. Recuerdo algunos domingos que pasamos juntos y en paz, como debe suceder en toda familia. Nuestros hijos siempre nos han acusado de esto. A sus acusaciones respondíamos que el Camino era más importante que cualquier otro compromiso, ya fuera familiar o religioso. De hecho, “invitados” a actuar así como “signo” para esta generación incrédula, tuvimos que anteponer los compromisos del Camino a cualquier otra cosa: cumpleaños de los hijos, compromisos familiares, representaciones escolares o fiestas patronales. Si cualquiera de estos eventos coincidía con una reunión comunitaria, no había opción: ¡El “señor” pedía prioridad absoluta! No se debía faltar a reuniones “importantes” como las “convivencias regionales” ni siquiera por motivos graves, como problemas laborales, familiares o de salud. Nuestro único interés debía ser participar en la vida de la comunidad.
Cuando hicimos la reditito, una hermana de nuestra comunidad no pudo ir poque su madre tuvo un ictus unos días antes. La siguiente vez que los kikotistas vieron a esta hermana la acusaron de apego al dinero, porque lo que tendría que haber hecho, según ellos, es contratar a una enfermera que cuidara de su madre para así poder ir a la convivencia. Ella rompió a llorar, pero esto no sirvió de nada: por supuesto, la obligaron a ir juntarse con otra comunidad para hacer esa convivencia.
Otra hermana, que tras décadas de vivir para la comunidad había llegado al final de la etapa de la "elección", el viaje a Tierra Santa, pidió a los kikotistas retrasar un día su viaje a Israel, porque su hija se casaba precisamente en el día previsto para la salida. Los kikotistas se opusieron. Esta hermana tenía que elegir: ir a la boda de su hija o viajar a Israel.
Estos episodios nos hicieron comprender cómo hay que cambiar para ser parte del Camino. Pero en lugar de espantarnos, quedamos convencidos de que "nada hace tanto por la Salvación como el Camino"...
La entrada precedente trató sobre la figura (carisma, le dicen) del ostiario, a quien se carga con muchos deberes y responsabilidades y cero autoridad. El ostiario en el CNC ha de servir a todos en silencio, sin quejarse jamás y sin recibir nada a cambio, que ya Dios, si lo tiene a bien, le premiará cuando le toque.
Hay otras figuras mucho más vistosas en el CNC.
Por supuesto están los kikotistas, que no son catequistas, pues no reciben la formación precisa para serlo ni los nombra la Iglesia. Las comunidades nacen sin kikotistas, simplemente se nombra un grupo de responsables que son los encargados de representar a esta y de hacer que se cumplan las normas kikas sobre como caminar. Es al entrar en el neocatecumenado propiamente dicho (porque los primeros años son un preneocatecumenado para bautizados, es decir, un absurdo) cuando la comunidad, aleccionada y dirigida por los kikotistas, elige a sus propios kikotistas.
Lo normal es que el responsable pase automáticamente, sin votación ni zarandajas, a ser kikotista, por lo menos eso se hace cuando es dócil y maleable a los designios de los kikotistas “superiores”, y los demás son elegidos por la comunidad siempre que los mentados “superiores” estén de acuerdo, porque si no lo están no tendrán problema en señalar quien ha de ser excluido.
El flamante equipo kikotista de la comunidad será, a partir de entonces, quien la represente, acuda a las reuniones anuales de inicio de curso, dirija la reunión de transmisión y, si surge la ocasión de “dar” kikotesis, quien reciba (previo pago) el mamotreto secreto correspondiente y lo memorice para “entregarlo” a los captados.
Puede suceder que quien era corresponsable no salga elegido kikotista y se quede en el deslucido papel de corresponsable. Esta situación se daba en la comunidad de mis kikotistas.
¿Para qué sirve un corresponsable cuando hay kikotistas? Básicamente para dar avisos generales en ausencia del kikotista responsable, para buscar presbikikos para las ukas y para organizar las casas de convivencias. Quienes estaban en esta situación lo consideraban una humillación que Dios les mandaba porque no habían sido elegidos para kikotizar, sino solo para organizar las salidas.
Un puesto que muchos apetecen y que, de nuevo, llaman carisma, es el de salmista. Aquí no hay designación por parte de la comunidad y hay muy poca capacidad de decisión por parte de los implicados: quien sabe tocar la guitarra pasa “utomáticamente” a ser salmista por necesidad de la fanfarria kikil. No importa que tenga una voz desagradable, que desafine o que en lugar de cantar berree, al contrario, los berridos son muy estimados en el CNC, se trata de que toque la guitarra, que es lo que mandan las normas kikiles.
Así que quien sabe tocar la guitarra es salmista y algunos de ellos han de ser parte del equipo kikotista sí o sí, por necesidad de la fanfarria kikil.
En el equipo de mis kikotistas había dos salmistas. Ella tenía la voz más fea que he oído nunca, no desafinaba y tocaba muy bien la guitarra, pero su voz tenía un tono chillón desagradable, y él cantaba mal y a gritos. Eran los responsables de todos los salmistas.
¿Acaso no había alguna opción mejor? Sí que la había. Del mismo modo que también hay opciones mejores para que Kiko, que lo hace mal, no cante, pero no se trata de no lastimar los oídos de los oyentes, sino de premiar a los más kikotizados.
También he visto defender a un chico que soltaba unos gallos impresionantes para que se le diera el cargo de responsable de salmistas de una comunidad joven. El motivo era que los otros tres que tocaban la guitarra, cuando no se sabían un canto, preferían sustituirlo por uno de religiosos de misa de 12, mientras que a este le daba igual, lo iba a hacer mal de todo modos. Así que se le premió porque él se atenía al libro de kikirikantos en lugar de socorrerse de otros cantorales.
Quedan todavía un par de figuras.
Se designan lectores a aquellos capaces de leer sin trabucarse (nada que ver con el carisma de lector en la Iglesia Católica, que es quien catequiza). Parecerá una tontería, pero he visto a gente que tenía que silabear las palabras largas. El puesto no tiene más, se trata simplemente de que la audiencia se entere de lo que se lee y para ello se procura que los que leen tengan dicción clara y ritmo.
Y queda el cargo de maestro de niños, el didaskalo, que tiene dos funciones, una claramente bochornosa y la otra ilegítima. La bochornosa tiene lugar en la convivencia mensual, cuando el didáscalo se lleva aparte a los niños mayorcitos para “partirles” la palabra. En realidad se trata de que los niños hablen de sí mismos, de sus hermanos, de sus padres, que cuenten sus dificultades, sus problemas, con quién se llevan bien o mal, por qué les han castigado los papás… Ese tipo de cosas, conocimiento que no se sabe a quién puede ir a parar.
La función ilegítima se produce en cada “uka” de la comunidad (cuando la comunidad celebra sola) y consiste en interrumpir la liturgia (sin tener permitido hacerlo) para “explicar” a los niños las lecturas (aterrizándolas en sus vidas, dicen) y hacerles alguna pregunta sobre ellas.
Tampoco es un cargo tentador. De todo lo expuesto, las familias patanegra solo aspiran a tener hijos presbikikos, kikotistas y responsables de salmistas, las demás funciones no son dignas de los más pro.