Hoy voy a resaltar un grandísimo error del kikismo: su negativa a reconocer en la Eucaristía un verdadero sacrificio.
Primero una cita del primer mamotreto, correspondiente al rollo que suelta Kiko el sábado por la tarde, en la convivencia de “formación de la comunidad”:
Y ahora voy a servirme de un artículo tomado de aquí donde un estudioso que sabe mucho más que Kiko desmonta la mentira de que la idea sacrificial es un error pagano y que la Eucaristía solo debe ser considerada sacrificio de alabanza, pero no sacrificio sacrificio, que es una monstruosidad, dice Kiko.
Nacido en 1975, profesor de Sagrada Escritura en el Augustine Institute de Greenwood Village en Colorado, Brant Pitre está ahondando desde hace años el fecundo filón de investigación sobre las raíces hebreas del cristianismo, regalando espacios de luz sobre muchos aspectos enigmáticos de nuestra fe.
Con motivo de la aparición de la edición italiana de su libro sobre la Eucaristía (ya disponible en español), Pitre ha sido entrevistado por Luisella Scrosati en Il Timone.
-Normalmente se considera que la Eucaristía como sacrificio, alimento y presencia que hay que adorar es algo "inventado" por el Concilio de Trento. Usted incluso muestra que todo se deja ya ver en los ritos judaicos.
-Si, la dimensión sacrificial de la Eucaristía ya está prefigurada en los antiguos sacrificios judaicos, ¡sobre todo en la Pascua! Si bien actualmente las personas piensan en la Pascua como una comida, en el primer siglo era tanto una comida como un sacrificio.
En la época de Jesús, cuando aún existía el Templo, cada familia hebrea tenía que conseguir un cordero sin defecto, llevarlo al Templo, ofrecerlo a Dios en sacrificio y solo después asarlo y comer su carne como parte de la cena pascual. En la Última Cena, Jesús toma el pan y lo identifica con su "cuerpo" y coge el vino y lo identifica con su "sangre", que será derramada en la cruz. Con estas acciones, Jesús no solo revela ser el verdadero cordero pascual, cuya muerte es causa de redención. Él revela también que la Eucaristía que está instituyendo -como la Pascua anterior- es tanto una comida como un sacrificio.
-Le pido que nos detengamos sobre el Pan de la Presencia. La tradición judaica nos ha transmitido algo extraordinario: la conciencia que los doce panes no eran solo panes.
-Aunque muchas personas no lo saben, la Biblia cuenta que, cuando Dios mandó a Moisés construir el Tabernáculo donde los israelitas debían rendir culto a Dios, también le dijo que pusiera en el Lugar Santo doce hogazas, conocidas también como el Pan de la Presencia. En hebreo, esta expresión significa literalmente Pan del Rostro, es decir, el Pan del Rostro de Dios. Era el Pan santo que cada semana se ponía a la presencia de Dios o ante su "rostro" en el Tabernáculo de Moisés.
-También había una invitación a adorar a Dios, precisamente en presencia de esos panes.
-Según la tradición rabínica posterior, cuando aún existía el Templo, se solía sacar fuera el Pan de la Presencia, elevarlo y decir al pueblo: "Mira, ¡el amor de Dios por ti!". Creo que una de las razones por las que Jesús identificó el pan de la Última Cena con su cuerpo es precisamente porque el Pan de la Presencia era una prefiguración del Pan de la Presencia Real de Cristo, la Eucaristía.
-Otro extraordinario detalle atañe a los corderos pascuales que eran sacrificados en el Templo y su semejanza... con el Crucificado.
-Sí. Según los antiguos rabinos y algunos de los primeros Padres de la Iglesia, en la época de Jesús, cuando los judíos llevaban sus corderos al Templo para el sacrificio, utilizaban dos astas de madera para preparar el cordero que había que asar. Un asta se colocaba a lo largo del dorso del cordero, mientras la otra atravesaba su espalda anterior para colgarlo. El resultado: cada cordero pascual que se comía era antes asado con forma de cruz.
»Un estudioso hebreo contemporáneo [Joseph Tabory] describe este uso como "la crucifixión" del cordero pascual. De nuevo, según una perspectiva cristiana, podemos ver en esta antigua práctica judaica una suerte de preanuncio de la crucifixión de Jesús, que Juan Bautista señala como "el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).