![]() |
Con el agua al cuello |
Una actitud típica en el neocatecumenado es la de cargar a otros con fardos pesadísimos que, por supuesto, los del equipo responsable internacional no ayudan a desplazar ni con un dedo.
Un ejemplo de todos conocido es la obsesión por hacer que los matrimonios empalmen un embarazo con otro, sin descanso, pues lo contrario se mira con suspicacia y despierta la sospecha de no apertura a la vida. El libre discernimiento de los progenitores se pisotea cuando nada vale más que tener embarazo tras embarazo y parto tras parto.
Está también el caso de las mujeres -porque usualmente son mujeres- a quienes cargan con el pesadísimo fardo de hacerlas responsables de la salvación de sus maridos. Puede ser que el marido se niegue a caminar, que haya abandonado el CNC, que sea irascible y violento... o todo junto.
Voy a poner un caso que viví de cerca. Él iba más allá del despotismo para entrar en el maltrato psicológico tanto contra la mujer como contra los hijos. Los denigraba delante de todo el que se prestaba a escuchar, discutía y espantaba a las amistades de los hijos y de la esposa a fin de que sus víctimas quedasen aisladas y sin apoyo exterior, inventaba agravios por parte de la familia de ella para "justificar" no recibirles en su casa y no visitarles jamás y trataba a la esposa como a una sierva inútil, nada de lo que hacía o decía ella le parecía bien, por más que ella se esforzase nada era suficiente, siempre le debía a él algo más y, para "educarla" y corregir su conducta, ella era regañada con dureza y despreciada por no dar la talla.
En unos cuantos años, esta mujer enfermó. Un cuadro clínico de ansiedad de libro. Llevaba sobre sus hombros el peso de la casa, los hijos, el marido del que solo recibía quejas y el trabajo asalariado, adelgazó hasta dar lástima, estaba siempre en tensión, siempre temerosa de provocar el disgusto de él. Ella solo tenía deberes, el marido se había apoderado de todos los derechos.
Los kikotistas, ignorantes y prepotentes, le ordenaron dejarse de niñerías y someterse a su marido, porque la salvación de él era responsabilidad de ella. Y lo redondearon con las amenazas propias de todo adicto a la kikotina, a saber, que si no obedecía, ella sería la causante de destruir a sus hijos, no el marido maltratador, sino ella, la víctima enferma.
Por si le sirve a alguien, voy a aclarar algo obvio: el agua moja y la salvación es personal. Nadie es responsable de la salvación o la condenación de los demás, nadie tiene ese poder.
El cristiano, si de verdad lo es, tiene la responsabilidad de rezar a Dios por todos. Y ya. No puede forzar la salvación de nadie que la rechace. Nada de lo que haga puede forzar la salvación de otro, aunque se deje machacar en vida.
La "salvación" del matrimonio no pasa por seguir en la comunidad; la salvación de los hijos no se compra obligándoles a ser parte del CNC; hacer el trípode y obedecer a los kikotistas no da derecho a ser recompensados por Dios, y los kikotistas, aunque digan y piensen lo contrario, no poseen una varita mágica que obligue a Dios a actuar a su antojo. No someterse a los abusos de los kikotistas no atrae la ira de Dios, que no destruirá con un rayo a los hijos ni a la persona en cuestión.
Ánimo, no temáis. Los kikotistas no tienen más poder que el que vosotros les dais.
Yo les mandé a paseo delante de toda la comunidad y todavía no me ha partido un rayo.
Post fantastico!
ResponderEliminarHablando de Kikos y conversión.
ResponderEliminarNotas para los cardenales
¿Absolver siempre o retrasar a veces la absolución?
Regresando al verdadero significado de la misericordia de Dios
(Luisella Scrosati)
"En este pontificado (de Francisco) hemos asistido repetidamente a declaraciones verbales y expresiones escritas a veces ambiguas y a veces francamente erróneas, que han creado confusión entre los fieles, llevando a pensar que la salvación es obra unilateral de Dios y provocando un peligroso acercamiento a la comprensión luterana de la salvación en el doble supuesto de sola fide y sola gratia.
Se hace más necesario que nunca reiterar el principio brillantemente resumido por san Agustín: «Quien te formó sin ti, no te hará justo sin ti».
Dios siempre quiere perdonar, pero su perdón no siempre llega a los hombres , por su resistencia al arrepentimiento. El arrepentimiento es obra de la gracia, pero al mismo tiempo es un acto del hombre que rechaza el pecado, reconoce la culpa y recurre a la misericordia de Dios. Trae consigo inseparablemente la voluntad de no pecar más; Sin esta voluntad, el pecado continúa aferrándose al corazón del hombre. Es por tanto una contradicción creer que el perdón divino pueda entrar “con fuerza” en el corazón de un hombre que mantiene este corazón cerrado a la misericordia con el apego al pecado.
Por este motivo, se ha prestado particular atención a las ambigüedades sobre el presunto deber del confesor de absolver siempre , así como a la posibilidad de admitir a la Eucaristía a personas que continúan viviendo more uxorio , según la interpretación de la exhortación postsinodal Amoris Lætitia.
Se trata de posiciones que maduran en el supuesto erróneo del perdón como acto unilateral de Dios , independientemente de la respuesta del hombre, y que al mismo tiempo revelan también una concepción inconsistente y deficiente de la Iglesia. Se ha puesto énfasis en la reducción de la responsabilidad de las personas, en la posible falta de plena conciencia y consentimiento deliberado, lo que disminuiría o incluso eliminaría la responsabilidad de la persona en un acto pecaminoso. De esta reducción de responsabilidad derivaría la posibilidad, en ciertos casos, de absolver y consecuentemente admitir a la Comunión eucarística a personas que continúan viviendo en una situación objetiva de pecado.
Seguir este camino significa distorsionar el sentido de la realidad de la Iglesia y de la absolución sacramental. En primer lugar, porque la Iglesia se pronuncia sobre lo manifiesto, en la medida en que contradice la ley de Dios y la disciplina de la Iglesia. Y esto porque el cristiano pertenece a la Iglesia visible, con la que está llamado a reconciliarse. De hecho, la confesión sacramental no es principalmente el “lugar” en el que se desarrolla la relación entre la conciencia personal y Dios; El sacramento de la penitencia es, en cambio, el foro donde el penitente se acerca a Dios a través de la Iglesia y como miembro de la Iglesia. El foro sacramental no coincide con el foro de la conciencia; Y es por esta razón que la Iglesia deja esto último al juicio infalible de Dios –un foro que incluye también la cuestión del grado de conciencia del hombre al realizar un acto moralmente reprobable–, mientras que se reserva el juicio sobre lo que es manifiesto.
Por tanto, si el penitente no manifiesta una voluntad sincera de desprenderse de la conducta pecaminosa, el confesor tiene el deber de aplazar la absolución sacramental así como la Iglesia tiene el deber de negar los sacramentos a quienes viven en una situación de pecado público manifiesto, precisamente porque pone de relieve una incompatibilidad objetiva entre la conducta pública de la persona y los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Apartarse de esta lógica significa necesariamente dejar de comprender la realidad de la Iglesia como sociedad visible, para acabar entre otras cosas en la presunción de creer que se puede saber cuál es la situación interior del penitente, "midiendo" su conciencia".
Con toda seguridad los retorcidos kikotistas le habrán ordenado a la mujer que le pida perdón al marido (siendo ella la víctima), porque en el camino se exalta al pecado.
ResponderEliminar