“Decíamos ayer” que al combinar las premisas de que le es imposible al hombre eludir el pecado con su impotencia natural para enmendar las consecuencias del mismo la conclusión que se obtiene es que para qué esforzarse por actuar con arreglo a ningún principio moral, mejor hacer lo que le salga de dentro a cada cual. Y ya.
Y se decía también que esta actitud machaca a las víctimas.
Un caso práctico: Los presuntos “maestros espirituales” neocatecumenales invitaban a las mujeres y las niñas víctimas de agravios sexuales (acoso, violencia, malos tratos, traición...) a dirigir su atención hacia sus propios pecados, para convencerlas de que ellas no eran menos pecadoras que quien las había agraviado, al contrario, ellas eran peores. En consecuencia, para no ofender a Dios, tenían que perdonar al agresor con una amnistía general y definitiva, o de lo contrario Dios no las perdonaría a ellas sus muchas faltas. De hecho, pretendían que lo correcto era que la víctima asumiera sobre sí misma el peso de la culpa ajena y todas las consecuencias de esa culpa, en particular la obligación de pedir perdón al agresor.
Conviene advertir, pues no es detalle baladí, que las víctimas eran mujeres y los agresores hombres.
El presbítero empatizaba con paternal comprensión ante faltas masculinas que rayaban en el delito; en cambio, trataba a las mujeres con impaciencia paternalista, reprendiéndolas con burlas por rasgos de carácter molestos pero objetivamente menos dañinos. Siempre había comprensión para ellos y reproches para ellas.
Por designio neocatecumenal, aunque ellos pretendieran volverlo divino, se daba a entender que el papel de la mujer, de por sí histérica y neurótica, fuera sufrir y perdonar y someterse al hombre, y el del hombre, pecar sin remordimientos y ser perdonado por la mujer y por Dios todas las veces que fuese preciso. Con tales premisas no es raro llegar a considerar la violencia intrafamiliar como un hecho casi natural, inevitable.
Contando anécdotas de abusos sexuales cometidos contra mujeres y niños, el presbítero habló de la recuperación de los culpables por un Dios misericordioso "que ama al pecador como es". Las víctimas quedaron relegadas al olvido. Siniestro, pero coherente con la doctrina del Camino que sostiene que lo que sucede es siempre porque Dios lo quiere, por tanto el abuso ha sido querido por Dios y debe ser aceptado sin juzgar ni denunciar, pues lo contrario sería renegar de la voluntad de Dios.
Predicaban que solo el Señor puede hacer que el matrimonio funcione, porque amar al otro es imposible para el hombre, pero a la misma vez sostenían que la sola gracia de Dios no es suficiente o bien solo acontecía en grupo, en asamblea, es decir, en un ambiente como la comunidad neocatecumenal. Al darles ejemplos concretos de lo contrario, sostuvieron que algún problema aún oculto surgiría tarde o temprano en esas relaciones, de tal modo que todas estaban destinadas al fracaso, salvo que los implicados buscasen el auxilio de una comunidad.
Lejos de centrarse de forma alentadora en la sólida doctrina católica sobre las relaciones y el matrimonio, describieron dolorosamente todos los problemas posibles e imaginables en las relaciones, y luego invitaron a los presentes, como única solución válida, a seguir al "Señor" en el Camino. Se trataba de la modalidad “venid y ved” que figura en los mamotretos, una invitación sin explicaciones basada en la falsa presunción de que el Espíritu Santo no está en la Iglesia, sino en el Camino.
Junto a algunos hermosos testimonios, hubo otros que encarnaban la idea neocatecumenal del matrimonio como unión forzada y dolorosa destinada a terminar en divorcio porque solo la comunidad puede mantener unida (más tarde descubrí que era un tema dominante en el Camino). También lanzaron el cebo endogámico típico del discurso neocatecumenal de que el cónyuge debe ser del Camino, el cónyuge es tu cruz y si dejas el Camino destruirás tu matrimonio.
De hecho, los presbíteros también parecían creer que los hombres no están por naturaleza inclinados a amar a las mujeres y, viceversa, las mujeres no están inclinadas a amar a los hombres, sino que todos son enemigos de todos. Y, sin embargo, defendieron que cuando “Dios te envía a una persona” solo caben dos posibilidades: casarse en el plazo de un año (el famoso "¡Fijad la fecha!" neocatecumenal) o dejarlo para siempre. La imprudencia y superficialidad con que estos presbíteros parecían considerar la elección de una persona para el propósito del matrimonio me causaba profunda inquietud.
Voy a referirme ahora en concreto a lo que dijeron los presbíteros deformados por el Camino, no los seglares, los presbíteros.
Gravedad de los pecados
Los presbíteros matizaron la gravedad de los pecados mortales, graves y veniales, pero omitieron la cuestión de los grados de culpa. Sin embargo, según hablaban entendí que para ellos el grado de culpa estaba íntimamente ligado a la naturaleza biológica del pecador. De este modo, sin declararlo explícitamente, la violencia sexual perpetrada por un hombre parecía tener la misma gravedad que los celos histéricos de una esposa; un gesto violento de autodefensa fue considerado peor que el acto más grave que lo había desencadenado. Después supe que estas “enseñanzas”, contrarias a la doctrina de la Iglesia, son fieles a los mamotretos.
En esencia, el pecado más grave para ellos parecía ser el que la mujer no se sometiera al varón incluso al riesgo de su propia vida.
Para predicar con el contraejemplo, los presbíteros que exigían, a veces con altivo desdén, este tipo de paciencia heroica a las mujeres víctimas de violencia, eran los mismos que se rebelaban iracundos ante la simple contradicción de un oyente. Y nada de aguantar con paciencia a gente molesta o burlona contra lo que decían. Estos presbíteros parecían afligidos por problemas no resueltos con el sexo opuesto y tal vez con el suyo propio, y no totalmente curados de los desórdenes de su vida antes de la ordenación que nos habían contado. Por eso no se les podía tomar en serio a la hora de recetar heroísmos a los demás.
Progreso espiritual
Su evaluación del progreso espiritual era simplona: aquellos que seguían sus indicaciones (sacadas de los mamotretos) eran presentados como ejemplos de personas de gran fe; por el contrario, aquellos que en la vida de fe seguían la senda del intelecto eran considerados con condescendencia o reprobación. El dogma kikiano al que se aferraban para discriminar qué venía de Dios era el de la experimentación aquí y ahora: el Señor pasa aquí hoy, Dios te habla hoy a través de mí, el Señor te ha llamado aquí, la Palabra leída en casa no tiene el mismo efecto que la que escuchas aquí hoy.
Malos consejeros
Habiendo catalogado a las personas según las directrices heréticas del Camino, no sorprende que como médicos espirituales sus “diagnósticos” fueran presuntuosos, repetitivos y apresurados. Las consecuencias de sus actos fueron las comunes a toda mala praxis médica, es decir, el paciente acude a otro médico para ser tratado tanto de la enfermedad original como de los daños causados por el tratamiento del mal médico.
Termina aquí esta selección (no exhaustiva) de los rasgos neocatecumenales detectados en las reuniones organizadas por el Camino en la parroquia. Confirmo también el carácter neocatecumenal del método: iniciático, gnóstico, supersticioso, apodíctico, emotivo, contestatario. Todos estos aspectos no alcanzaron la intensidad lograda en las comunidades pero, aunque diluida, la sustancia fue la misma. Otro punto delicado fueron las misas, celebradas al estilo neocatecumenal con cantos, danzas, bongos y palmas, la focaccia, la copa de vino, la comunión sentados, las resonancias.
Las distorsiones se mezclaban con partes ortodoxas de la doctrina y prácticas aceptables, de modo que en la confusión doctrinal reinante y la confianza (y pereza) general de que había curas presentes, los aspectos heréticos no eran fácilmente identificables.