En varias ocasiones he viajado “de
paquete” con hermanos neocatecumenales. Recuerdo un par de ocasiones rumbo a la
convivencia de inicio de curso (cuando la misma tenía lugar en San Pedro del
Pinatar) y otra ocasión con motivo de la boda de un hermano.
Casi siempre viajo en mi propio coche y
son los otros los que vienen conmigo, pero en los casos que refiero, por el
motivo que fuese, me acoplé en coche ajeno.
Tengo un recuerdo imborrable de estas
veces en las que viajé de paquete. El recuerdo es que invariablemente salíamos
a deshora, sabiendo que ya íbamos tarde y que también invariablemente durante
el trayecto transgredíamos todos límites de velocidad habidos y por haber.
En uno de los viajes, el primer piloto,
ya escarmentado, se demoró diez minutos más (total, ya no llegábamos) para consultar
en la web y anotar en un papel el punto kilométrico de cada uno de los radares que
íbamos a encontrar en el trayecto que nos esperaba.
De esta forma, cuando se acercaba al
punto en cuestión, bajaba la velocidad hasta el límite legal y en cuanto lo
superaba, volvíamos a la velocidad de vértigo.
Y no es una práctica que empleen sólo
en viajes largos. Me consta que todas las semanas, para ir a la celebración de
lo que toque, la técnica es la misma: salen sistemáticamente tarde de sus casas
y también sistemáticamente ponen los carros en velocidad de crucero sideral,
para compensar. De esta forma casi nunca llegan con más de 45 minutos de
retraso sobre el horario previsto.
Ellos consideran que su proceder es
razonable y justo, que no perjudica a nadie. Por eso, cuando alguna vez son
multados, no pueden evitar ver en la multa un fruto de la persecución de la
sociedad paganizada que tanto les odia y tanto ansía destruirles a los
pobrecicos míos.
Un hecho concreto. En una ocasión, tal
vez con motivo de una convivencia de mes, la media naranja del conductor
kamikaze que sólo bajaba de 160 Km/h cuando se aproximaba a un radar, nos contó
a toda la comunidad que tal vez necesitase pedir el diezmo porque había
recibido una multa injusta de un policía municipal injusto y perseguidor que se
había tomado injustificablemente mal que ella dejase el coche estacionado en
una calle estrecha mientras recogía a la media docenita de churumbeles del
colegio.
Qué perseguidor tan maloso el policía mosqueado porque el vehículo de esta hermana había bloqueado la calle
estrecha durante un ratito de nada.
Eso sí, tras dejarnos muy clarito a
todos que era una multa injusta porque ella no había aparcado, sólo había
estacionado temporalmente el coche mientras recogía a los niños y no era culpa
suya que la calle fuese estrecha y el coche ancho y que con el coche allí
parado ningún otro vehículo pudiese circular por esa calleja, también nos dejó
muy claro que el cristiano no se resiste al mal, sino que lo vence con el bien.
En suma, que estaba dispuesta a pagar
la multa con el diezmo de la comunidad.
Así es como catequizan los elegidos en
su vida diaria y cotidiana. Menudo ejemplo le dio esta hermana a ese policía a
quien posiblemente le estuviesen pitando los oídos una temporada.