Dietrich von Hildebrand, llamado por el Papa Pío XII “El Doctor de la Iglesia del Siglo XX ,” fue uno de los filósofos cristianos más eminentes del mundo. El siguiente artículo escrito por Dietrich von Hildebrand, titulado “Debería de rechazarse la comunión en la mano”, fue publicado el 8 de Noviembre, 1973.
No puede haber duda que la Comunión en la mano es una expresión de la tendencia hacia la desacralización en la Iglesia en general, así como de la irreverencia en aproximarse a la Eucaristía específicamente. El misterio inefable de la presencia corporal de Cristo en la hostia consagrada pide una actitud profundamente reverente. (Tomar el Cuerpo de Cristo en nuestras manos no consagradas – como si fuese un simple pedazo de pan, es algo que en sí es profundamente irreverente y perjudicial para nuestra fe). Tratar este misterio insondable es como si estuviésemos tratando simplemente y nada más que con otro pedazo de pan, algo que hacemos naturalmente todos los días con un simple pan, y hace que sea más difícil el acto de fe en la verdadera presencia corporal de Cristo. Dicho comportamiento hacia la hostia consagrada corroe lentamente nuestra fe en la presencia corporal y alimenta la idea que es únicamente un símbolo de Cristo. Decir que el tomar el pan en nuestras manos aumenta el sentido de la realidad del pan es un argumento absurdo. La realidad del pan no es lo que importa – también es visible para cualquier ateo. Pero el hecho que la hostia es en realidad el Cuerpo de Cristo – el hecho que se ha llevado a cabo la transubstanciación – es el tema que—debe enfatizarse.
No son realmente válidos los argumentos sobre la Comunión en la mano basados en que esta práctica se ha encontrado entre los primeros cristianos. Pasan por alto los peligros y lo inadecuado de volver a introducir la práctica hoy en día. El Papa Pío XII habló en términos muy claros e inequívocos en contra de la idea que uno puede volver a introducir hoy en día las costumbres de la época de las catacumbas. Ciertamente, deberíamos tratar de renovar en las almas de los católicos de hoy el espíritu, el fervor y la devoción heroica que se encuentran en la fe de los primeros cristianos y en los muchos mártires entre sus rangos. Pero simplemente adoptar sus costumbres es, de nuevo, algo distinto; las costumbres pueden hoy en día asumir una función completamente nueva y no podemos ni debemos simplemente tratar de re-introducirlas.
En la época de las catacumbas no estaban presentes el peligro de la desacralización y la irreverencia que amenazan hoy en día. El contraste entre el saeculum (secular) y la Santa Iglesia estaba constantemente en las mentes de los cristianos. Así, una costumbre que en esos tiempos ya no estaba en peligro puede constituir un grave peligro pastoral en nuestros días.
Tomen en cuenta ahora cómo consideró San Francisco la extraordinaria dignidad del sacerdote, la cual consiste exactamente en el hecho que se le permite tocar el Cuerpo de Cristo con sus manos consagradas. Dijo San Francisco: “Si llegase a encontrarme al mismo tiempo con un santo del cielo y un pobre sacerdote, primero mostraría mi respeto al sacerdote y rápidamente le besaría sus manos y luego diría: ‘Esperad, San Lorenzo, porque las manos de este hombre tocan la Palabra de la Vida y sobrepasan por mucho todo lo que es humano.’”
Alguien podría decir: pero, ¿no distribuyó San Tarciso la Comunión a pesar que él no era sacerdote? Ciertamente ninguno se escandalizaba por el hecho que tocaba la hostia consagrada con sus manos. Y en una emergencia, se le permite a un laico hoy en día darle la Comunión a los demás.
Pero esta excepción para los casos de emergencia no es algo que implique una falta de respeto al santo Cuerpo de Cristo. Es un privilegio que está justificado por la emergencia – que debería aceptarse con un corazón tembloroso (y debería permanecer como privilegio, reservado únicamente para emergencias).
Pero existe gran diferencia entre este caso de tocar la hostia consagrada con nuestras manos no consagradas y aquel de tomar la Comunión en la mano, como un proceder – en todas las ocasiones. El que se permita tocar la hostia consagrada con manos sin consagrar de ninguna manera ha de presentarse a los fieles como una privilegio inspirador. Se convierte en la forma normal de recibir la Comunión. Y esto alimenta una actitud irreverente y, por lo tanto, corroe la fe en la real presencia corporal de Cristo.
Se le da por hecho que todos reciben la hostia consagrada en sus manos. El laico a quien se le otorga el gran privilegio por rezones especiales tiene que tocar la hostia, claro está. Pero no existe razón alguna para recibir la Comunión en la mano: únicamente un espíritu inherente de familiaridad mezquina con Nuestro Señor.
Es incomprensible el por qué algunos insisten sobre una manera de recibir la Comunión que abre la puerta a toda clase de abusos accidentales y aún intencionales.
Primero, existe una posibilidad mucho mayor que algunas partículas de la hostia consagrada se caigan. En tiempos pasados el sacerdote observaba con gran cuidado si algunas partículas de la hostia se habían caído, en cuyo caso él inmediatamente tenía gran cuidado de que las partículas sagradas fuesen levantadas reverentemente y consumidas por él. Y ahora, sin razón aparente, muchos desean exponer la hostia consagrada a este peligro en un grado mucho mayor que antes – estamos en la época en que la hostia se hace cada vez más parecida a un pan y más fácilmente desmoronable.
Segundo, y este es un problema incomparablemente peor, existe el peligro que un comulgante, en vez de ponerse la hostia consagrada en su boca, la coloque en su bolsa o de otra manera la esconda y no se la consuma. Esto, desafortunadamente, ha sucedido en estos días de satanismo revivido. Se sabe que las hostias consagradas se han vendido para usos blasfemos. En Londres, se dice que el precio es de 30 libras por una, lo que nos recuerda las 30 piezas de plata por las cuales Judas vendió el Cuerpo de Nuestro Señor.
Se cree que en vez de aplicar el cuidado más escrupuloso para proteger la hostia consagrada más sagrada, la cual es realmente el Cuerpo de Cristo, el Dios-hombre, de todos los dichos abusos posibles, ¿existirán quienes desean exponerlo a esta posibilidad? ¿Habremos olvidado la existencia del demonio “quien vaga buscando a quien puede devorar? ¿Es su trabajo en el mundo y en la Iglesia no tan visible hoy en día? ¿Qué nos faculta a asumir que no se llevarán a cabo los abusos a la hostia consagrada?
Entre mayor sea nuestro respeto y más grande nuestro amor, entre mayor sea nuestra realización de la santidad inefable de la Eucaristía – mayor será nuestro horror de que sea abusada; y nuestra avidez para protegerla de todos los posibles abusos blasfemos.
¿Por qué – por amor a Dios – debiera introducirse la Comunión en la mano en nuestras iglesias cuando es evidentemente perjudicial desde un punto de vista pastoral, cuando ciertamente no aumenta nuestra reverencia, y cuando se expone la Eucaristía a los más terribles abusos diabólicos? Realmente no existen argumentos serios para la Comunión en la mano. Pero existen las clases de argumentos gravemente serios en contra de esto.
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