Quiero recalcar bien lo siguiente:
«Ocupar el lugar de Dios en la conciencia de otra persona es abuso».
«Censurar el discernimiento y la propia toma de decisiones en nombre de la autoridad divina es abuso».
«Situarse como mediador imprescindible en la relación de otra persona con Dios es abuso».
«Invadir la intimidad de otra persona, su fuero interno, es abuso».
«Exigir secreto, imponer el silencio o querer convertirse en el único confidente de una persona es abuso».
«Aislar a una persona de los suyos con la excusa de su entrega a Dios es abuso».
«Culpabilizar en nombre de Dios a quien decide abandonar una institución es abuso».
«Acallar las críticas en nombre de Dios es abuso».
«Aprovechar la situación de vulnerabilidad de otra persona para amenazarla, atemorizarla y dirigir su vida es abuso».
Utilizar la Palabra de Dios para legitimar prácticas coercitivas y manipular la voluntad de otra persona es abuso.
«Ignorar, justificar, relativizar o malinterpretar el sufrimiento físico o psíquico de otra persona es abuso».
No lo digo yo, lo dice la archidiócesis de Madrid en el vídeo que llama a los abusos por su nombre.
Vuelvo a la escena de la crucifixión que tanto me recuerda el akikolarre de un escruticidio neocatecumenal en el que los kikotistas desempeñan el papel de los ancianos, los escribas, los presuntos sabios e inteligentes que no solo conocen de arriba abajo las escrituras, sino que además se arrogan a sí mismos la capacidad de interpretarlas a su bola, quizá porque han sido convencidos de que no es a su bola, sino que todo lo que ellos dicen es inspiración divina.
Los kikotistas, como los estudiosos de la ley de aquel entonces, pretender estar allí no por su voluntad, sino porque su dios así lo quiere; ellos sostienen que tienen el karisma de iluminar la historia del escruticiado, porque ellos disciernen la voluntad de su dios en la vida de cada pobre escruticiado.
Exactamente igual que los escribas y ancianos que subieron hasta el Gólgota para ser testigos de que su proceder era recto y conforme a los designios de Dios, a quien satisfacía la condenada a muerte del blasfemo, porque de lo contrario habría mandado a sus ángeles para que lo bajasen de la cruz, como está escrito: «El Señor te cuidará; de todo mal guardará tu vida. El Señor cuidará tu salida y tu entrada, desde ahora y para siempre» (sal 121).
Esos individuos, como los kikotistas, creían tener el monopolio de la interpretación de la Palabra de Dios. Por eso, como los kikotistas, reclamaban obediencia a todos los demás, ya que lo que ellos proclamaban era lo que su dios disponía. Guías ciegos que pretendían guiar a otros ciegos.
La relación con Dios siempre es personal e intransferible. Pretender erigirse en mediador necesario es un abuso, reclamar obediencia en función de un presunto karisma es abuso, coartar el libre albedrío y amenazar con consecuencias funestas si no se obedece es abuso.
Los kikotistas no vienen de parte de Dios, no tienen el encargo divino de escrutar mentes y corazones, mucho menos de hacerlo con violencia e intimidación y delante de una caterva de curiosos morbosos, su palabra no es la voluntad divina para nadie y sus presunta superioridad moral es caca de vaca.
¿Queréis una prueba?
Por supuesto que la queréis. Daré dos:
Primera. La HUMILDAD. O la falta de humildad en el caso de los kikotistas.
El demonio se puede disfrazar del ángel de luz y además es sabio y convincente, pero no puede ser humilde, antes explotaría en una nube de pestilente azufre que tener un rasgo de humildad.
Evitad a los kikotistas, porque el rasgo que los caracteriza es la falta de humildad de su padre. Por eso sé que cuando escrutician no llevan luz ni discernimiento a la vida de nadie, lo que llevan es dolor, trauma y miedo, porque es lo que les sale de dentro.
Segunda. El DESCANSO y la PAZ. O, de nuevo, la ausencia de ellos.
Ya he dicho que Dios no estaba en el huracán ni en el terremoto ni el fuego, Dios se manifestó en la brisa, porque lo que caracteriza su presencia es que deja Su paz en el alma que toca. El toque de Dios no provoca quemazón ni violenta la voluntad personal; en cambio, un escruticio revuelve por dentro a quien lo padece y provoca malestar físico, insomnio y lágrimas porque no viene de Dios.
Sí, sostengo que no viene de Dios ni de la verdadera Iglesia el kikotista que reclama a la esposa someterse a su marido en todo tiempo y lugar, menospreciando la situación personal de ella, su cansancio, su enfermedad, su deterioro físico o anímico, antes bien, considerándola una neurótica y una afectiva; no viene de Dios el kikotista que cuestiona a un matrimonio porqué "solo" tienen tres hijos, o dos o ninguno; no viene de Dios ni de la Iglesia de Cristo el kikotista que se burla de los sufrimientos ajenos o reclama en público que se cuenten intimidades de alcoba o pecados truculentos; no viene de Dios quien se enrabieta cuando no es obedecido sin chistar, cuando le discuten o le reclaman explicaciones; no viene de Dios quien pisotea la dignidad del otro, que es Cristo.
Aunque recen con las malos alzadas, canten muy alto, citen la Escritura y parezcan muy místicos, esos tales no vienen de Dios, vienen de su padre el demonio. También los sacerdotes, escribas y fariseos que condenaron a Jesús ocupaban los primeros puestos en las sinagogas y ensanchaban las filacterias y salmodiaban a todas horas, pero no conocían a Dios.
Los escruticidios del Camino son un abuso, y decirlo alto y claro no es persecución, es justicia.
Y esa praxis neocatecumenal es denunciable en el arzobispado.