Pentecostés

 

Una ñoñería del Greco

La fiesta de Pentecostés, como ya sabréis, no es exclusiva del Cristianismo. Entre los judíos ya se celebraba, aunque con otro sentido, como es lógico.

En su origen, era una fiesta agrícola, sin más, es decir, una fiesta “pagana” con la que los israelitas -y muchos otros pueblos del hemisferio norte- festejaban las primicias de la cosecha, en suma, la llegada de la abundancia de alimento.

Con la inestimable ayuda sacerdotal, entre los judíos la fiesta derivó a la conmemoración de la entrega de la torá a Moisés, que nada tiene que ver con el campo ni con las cosechas, pero tenía su sentido. ¿Acaso no es en la torá donde se establece que las primicias de todo han de ser para Dios? Así que entre los devotos además de agradecer las cosechas se impone la peregrinación al tempo para ofrendar las primicias a Dios.

Por eso shavout o la fiesta de las primicias o pentecostés era una fiesta que congregaba multitudes de devotos en Jerusalén, pues acudían al templo a cumplir con el requisito formal de dar a Dios las primicias.

No es sorprendente, por tanto, que los discípulos de Jesús, que habían regresado a Galilea después de Pascua, volviesen a estar en Jerusalén cincuenta días después.

Y entonces sucedió lo que nadie se esperaba.

Estaban todos juntos dice la Escritura, es decir, estaba la Iglesia reunida en asamblea cuando el Espíritu Santo se manifestó con un signo visible y de un único foco de fuego se repartieron como lenguas individuales sobre cada uno de los presentes.

Esto es importante. Pentecostés es consecuencia y rúbrica de la Nueva Alianza eterna y nadie puede darse a sí mismo el Espíritu Santo, es el Espíritu quien se derrama sobre la Iglesia, no sobre los de fuera, se derrama en la Iglesia.

Un solo Señor, una sola fe, un solo Espíritu y multitud de carismas para el bien de todos, dice san Pablo. Quien considera un horror que le ordenen juntarse en la Iglesia con los cristianos de misa de 12 no tiene el Espíritu y, por tanto, tampoco tiene ningún carisma.