Tengo
grabado en la retina el gesto iracundo, crispado, rabioso de una hermana que
aprovechó la rueda de experiencias de una convivencia de mes para recriminarnos
que no habíamos cumplido con lo único que se esperaba de nosotros. A saber: que
rezásemos por la “conversión” de su novio.
Esta
hermana llevaba a sus espaldas varios noviazgos fallidos. Pero con el último, se había auto-convencido de que era el definitivo, porque se habían conocido en la Iglesia,
es decir, en un templo plagado de religiosos de misa de 12. De hecho el novio
en cuestión era uno de esos religiosos naturales que llenaban el templo. Por
eso tenía necesidad de ser “convertido”.
De
hecho a esta hermana, por la historia de noviazgos nada castos que traía
consigo, los kikotistas le habían dicho que nada de comprometerse si no era con
alguien del Camino y no sólo del Camino, sino que por lo menos hubiese pasado
por los segundos, y además que los tuviese cerrados (es decir, que los hubiese
pasado).
Pero
el destino había querido que se cruzase con su novio actual, una excelente
persona, cristiano de toda la vida, digo, religioso de misa de 12 de toda la
vida. Y como les dio por enamorarse, esta hermana pidió a su comunidad que nos
pusiéramos todos a rezar sin descanso por la “conversión” de su querido novio.
Y
sucedió que no hubo manera. Que por más que ella presionó e insistió y por más
kikotesis a las que acudió el sufrido novio, al terminar las mismas salía tanto
o más convencido que al principio de que aquello no era para él.
Y
el noviazgo se rompió. Y la contristada exnovia nos echó la culpa a la comunidad
por no haber rezado lo suficiente.
En
la desquiciada ilógica neocatecumenal los ásperos reproches de esta hermana son
totalmente oportunos. Es decir, en el CNC se propala el bulo de que lo de “la
oración todo lo puede” implica que la oración puede anular el libre albedrío
del otro, de tal suerte que si se juntan varios en nombre de a saber quien a
pedir la “conversión” total de un religioso de misa de 12, el mentado religioso
natural no tiene la menor posibilidad de no “convertirse”, pues su libre
albedrío quedará anulado por la oración de la comunidad.
En
consecuencia, si el religioso natural sigue erre que erre y no se “convierte”,
no es porque Dios respete el libre albedrío de sus hijos, sino porque la
comunidad no ha rezado lo suficiente.
Vamos,
blanco y en botella. Cualquier kiko lo entiende a la primera, porque lo que los
kikos no entienden es el libre albedrío.
En
otra ocasión (me parece que esta anécdota ya la he contado, pero es oportuno
refrescarla), en un escrutinio, el kikotista preguntó a la escrutada si es que
ella no creía que poderoso era Dios para convertir a su marido (se trataba de
un matrimonio más que problemático, pues él era un maltratador). La respuesta
de ella fue que lo que creía es que Dios respeta la libertad del ser humano, tanto
si obra el bien como si obra el mal.
A
este kikotista, si se le saca del guión aprendido, le falla totalmente el
presunto don de estado y sólo es capaz de recurrir a las amenazas.
Así
pues, a la hermana que se quedó sin novio por “culpa” del desinterés de la
comunidad, que no rezó lo bastante para que Dios anulase el libre albedrío del
novio y le hiciese entrar en el Camino, cuando le tocó ser escrutada y reclamó
que se sentía engañada, que se había desprendido de sus bienes más preciados,
tal y como le habían dicho y a cambio lo que había recibido era (reproduzco sus
palabras textuales) ¡una mierda!, la salida del kikotista fue acusarla de estar
endemoniada.
Por
supuesto, la inexistente formación teológica de este kikotista le incapacitaba
para sacar a esta hermana de su error; sobre todo porque era él mismo quien se
había encargado de vendernos que a todo el que se desprendiera de algo Dios le
devolvería el ciento por uno para hacerle saber que aquel desprendimiento era
de su agrado; y que a todo el que pidiese se le daría, sobre todo si lo que
pedía era que alguien entrase en el CNC, porque ¿cómo no iba Dios a querer que
todo el mundo entrase en el CNC?
Así
que cuando la obstinada realidad rompía el cuento y el resultado era que para
Dios el libre albedrío de uno solo está por encima de la oración (mal entendida
y peor aplicada) de muchos, su recurso era acusar de endemoniada a quien le
llevaba la noticia y le reclamaba daños y perjuicios por haberse creído el
cuento.
Dicho
lo cual, ¿alguien adivina qué dispuso el kikotista para esta otra hermana que
le hizo saber que creía que el poder de Dios respetaba la libertad humana para
optar por el mal? En efecto, también a esta la acusó de estar endemoniada.
La
primera, la novia frustrada, cuando se vio tildada de endemoniada, reculó
prestamente.
«Esos
ojos, ese gesto crispado, tú lo que tienes es el demonio dentro. Por eso no
puedes ver la obra de Dios, porque el demonio te tiene engañada para que no
puedas verla y creas que todo es mentira y pienses que todo es una mierda y desprecies
la obra que Dios quiere hacer contigo y te pierdas», tronaba el kikotista
carente de argumentos y de discernimiento.
«Tienes
razón cuando dices que ahora no veo nada. Pero recuerdo que en otros momentos
vi, y bendije a Dios, tengo experiencia de la acción de Dios en mi vida…», se
apresuró a cambiar el discurso la exnovia, al ver el cariz que tomaba el
escrute.
En
cambio, la segunda mujer sostuvo el pulso.
«A
ti lo que te pasa es que te crees más lista que Dios. Dios tiene que caber en
tu razón y lo que no entiendes lo rechazas. Y el demonio te domina y te engaña,
porque te hace rechazar lo que Dios quiere para ti que tú no entiendes. Dios te
ha dado el marido que necesitas para que te conviertas y tú eres una necia y
pretendes saber más que Dios» se desahogaba el kikotista a falta de razones.
«Si
tan bueno te parece, ¿por qué no pides a Dios que conceda a todos tus hijos
cónyuges como el mío, para que ellos pasen por lo que yo paso y así asegurarles
la conversión?», repuso ella.
Inexplicablemente, el kikotista no quería para sus hijos lo que intentaba imponer a su catecúmena.
Inexplicablemente, el kikotista no quería para sus hijos lo que intentaba imponer a su catecúmena.