sábado, 1 de noviembre de 2025

Padre nuestro - parte 2 (VII)

 


«Sabemos que somos hijos de Dios por el Espíritu Santo que Él nos ha dado y que habita en nosotros, por el Espíritu Santo que viene en ayuda de nuestra flaqueza. El Espíritu Santo, que habita en ti, te ayuda a no pecar, te dice que no mires esas porquerías en la televisión, que estés atento. El Espíritu Santo te enseña a no amar al mundo y las cosas del mundo, porque el que ama al mundo y las cosas del mundo es enemigo de Cristo. Nos ha dicho S. Juan: "No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él". Y dice Santiago: "¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?"».

En otras palabras, el que pone derechos de autor a unos cantos que ni siquiera ha compuesto él y persigue a quienes los cantan es enemigo de Cristo. Y eso tiene consecuencias. Atento, Kiko, que a continuación tú mismo te profetizas tu destino:

«"El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre". ¡Si tú pones tu vida en las cosas del mundo, si apoyas tu vida en las cosas que pasan, que envejecen, que no son verdaderas, que no valen, tu vida envejecerá, pasará, no será verdadera, no valdrá nada! Si apoyas tu vida en la idolatría, en los ídolos del mundo, que no son nada, te encontrarás con que tu vida no vale nada, que es una desgracia, y tendrás depresiones, empezarás a sentirte mal, empezarás a beber; tu vida se transformará en una miseria, porque la has apoyado en lo que pasa, en lo que es mutable, en lo que no es eterno!

Dios os ha llamado a ser eternos con Él. Por eso habéis escuchado, hermanos: "No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo -la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas- no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre". Esto no quiere decir que tú no tengas que amar las cosas que Dios ha hecho, que son hermosísimas; lo que no tienes que amar, como explica S. Juan, es la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida.

Nuestra carne, corrompida por el pecado, tiene deseos contrarios a la voluntad de Dios: deseos de éxito, de estar bien a cualquier precio, deseos de la mujer del otro, del marido de la otra. Una mujer casada, porque se siente frustrada con su marido, siente deseos de otro hombre; basta que un cretino cualquiera le eche una mirada, que le diga una palabrita, y ella ya piensa que ha encontrado el amor, y cae de cuatro patas, como una tonta; luego ve que es lo mismo y vuelve a caer en mil trampas estúpidas».

Kiko nunca desaprovecha la ocasión de insultar a la mujer, en genérico. Es que no le sale el amor por ninguna parte, solo le sale de dentro el juicio, la descalificación grosera y la murmuración.

«En nuestra carne todos tenemos concupiscencias, ganas, deseos, que vienen del demonio.

¡La verdad es que el amor verdadero, el amor eterno, el amor hasta el fondo, que todos anhelamos, sólo lo podemos encontrar en Jesucristo! ¡Él te ha amado totalmente, hasta dar la vida por ti! No hay otro amor eterno en el que el hombre pueda apoyar su propia vida. El hombre que apoya su vida en otro tipo de amor experimentará la maldición, como dice la Escritura: "Maldito sea aquel que fía en hombre, y hace de la carne su apoyo, y del Señor se aparta en su corazón. Pues es como el tamarisco en la Arabá, y no verá el bien cuando viniere. Vive en los sitios quemados del desierto, en saladar inhabitable" (Jr 17,5-6).

Está la concupiscencia de la carne, y está también la concupiscencia de los ojos, ojos libidinosos, afanosos por mirar, y está la soberbia de la vida: las ganas de tener dinero, bienes, las ganas de triunfar, de tener éxito, fama, las ganas de ser superior a los demás».

Sé de uno que retiene ávidamente su cargo de responsable de un instrumento inútil, porque así se siente con poder sobre los demás.

«Todo eso no viene del Padre, no son cosas que vengan de Dios. Son cosas que vienen del mundo, son las cosas que corren por el mundo: hacer dinero, construirse una buena casa en la playa o en la sierra, ser superiores a los demás, tener un buen trabajo, tener éxito, tener, tener, tener. ¡Son todo cosas que pasan! La salud, el dinero, la casa, todo eso pasa, envejece, se echa a perder. La casa que tienes en la playa ya se está agrietando, tu coche te dejó tirado el otro día, los ladrones han entrado en tu piso y te lo han desvalijado, el médico te ha dicho que tienes cáncer. "El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre", te dice el Señor. Tú has sido llamado para ser eterno; pero si tú no quieres ser eterno, si no quieres hacer la voluntad de Dios, ¿qué podemos hacer nosotros? ¡Pasarás, serás destruido con el mundo y con sus concupiscencias!»

Me repatea cuando Kiko lanza amenazas y anatemas. ¿Tú qué sabes, Kiko, del designio de Dios para cada uno de sus hijos? ¿Tú quién eres para amenazar a nadie, cuando eres el primero que se aferra a su voluntad de cerrar canales sociales sin buscar la voluntad de Dios?

«Dios nos ha llamado a ser hijos suyos, a poderle decir: "¡Papá! Padre! ¡Abbá! ¡Papá!". Dios es nuestro Padre y nos ama inmensamente, con un amor lleno de ternura. Entonces ¿qué nos falta? ¡Dios querría que tuviésemos siempre su alabanza en nuestra boca! ¡Hemos sido llamados a la bendición!

¡Que no te suceda, hermano, no alabar a Dios cada vez que hablas! ¡De lo contrario tu vida no será una bendición, sino una maldición! El que no alaba a Dios es hijo del demonio y quita la fe a todos, se la destruye; ¡su vida está maldita y querría que todos fuesen unos malditos como él!»

Y dale con soltar amenazas y maldiciones. Eso es lo que sale de dentro de Kiko, no la bendición, sino el hablar mal de los demás, sobre todo de las mujeres, y las amenazas de maldiciones y muerte eterna.

De lo que abunda el corazón habla la boca.