domingo, 13 de abril de 2025

¡Que Dios le salve ahora, si de veras le quiere!

 


En cada anuncio publicitario de Cuaresma se resaltan con ahínco las tentaciones de Jesús en el desierto: la tentación del pan, que consiste en buscar la seguridad vital por encima de Dios; la tentación de la historia, de no aceptar la situación personal, de rebelarse, porque según el kikismo todo lo malo que acontece (la enfermedad crónica incurable, el padre violento, la precariedad, el paro de larga duración, la muerte de un hijo… Lo que sea) viene de Dios; y la tentación de los ídolos, que se refiere al anhelo de triunfo personal.

Sin embargo, el kikismo ignora la segunda parte de esta escena, porque el evangelio concluye diciendo: «Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno».

Ese momento oportuno llegó en la crucifixión.

Hay un paralelismo entre ambas escenas. El demonio espera que su víctima esté débil, sea por el hambre, por las preocupaciones o porque agoniza colgado de una cruz. En el desierto Jesús es tentado por tres veces, en la cruz, también.

Los curiosos se burlan: «–¡Tú, que derribas el templo y en tres días lo vuelves a levantar, sálvate a ti mismo! ¡Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz!».

Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, junto con los ancianos dicen: «–Salvó a otros, pero él no se puede salvar. Es el Rey de Israel, ¡pues que baje de la cruz y creeremos en él! Ha puesto su confianza en Dios, ¡pues que Dios le salve ahora, si de veras le quiere! ¿No nos ha dicho que es Hijo de Dios?».

Y uno de los malhechores condenados con Jesús propone una solución feliz a su desesperada situación: «–Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros».

No por casualidad me recuerda el proceder de los kikotistas.

Me explico.

En el primer escruticidio se “invita” a todos a contar cual es su cruz personal. La cruz, lo que te machaca, lo que no soportas, lo que te humilla, es algo privado, algo que debería quedar solo entre Dios y la criatura, pero en el CNC no se puede continuar si no se cuenta ante la comunidad.

Así que el primer paso es descubrir tu debilidad a los demás, con el falaz argumento doble de que si no lo cuentas no serás amado por tus “hermanos” de comunidad y que además tu cruz no será salada y jamás se volverá gloriosa. Peor aún, si no lo cuentas, acabarás aplastado por ella, terminarás tus días amargado y solo, y quién sabe si no te condenarás por tu obstinación.

Si esto no es coerción, yo soy una monja franciscana.

Una vez obtenida esta información, será empleada contra ti.

En los demás pasos, sea de forma directa o retorcida, a los neocatecúmenos se les requiere que demuestren que ha habido algún avance en aceptar y abrazar la cruz. Los escruticiadores dicen que es su deber, encomendado por Dios nada menos, comprobar la calidad y fortaleza de la fe de los neocatecúmenos.

En realidad lo que hacen es aplicar sus pensamientos humanos a problemas que no están preparados ni capacitados para tratar. Lo mismo que sucedió en la crucifixión.

Los presentes, con lógica profundamente humana, reclaman que Jesús se baje de la cruz. Si en verdad es justo, si es inocente, si Dios está con él, que lo salve. Ha sido condenado por blasfemo, porque se hace pasar por Hijo de Dios y, por tanto, dice de sí mismo que es divino. Que lo demuestre, que obre como Dios y se rescate a sí mismo. Y entonces, ante la evidencia, los que le condenaron reconocerán humildemente su error y le adorarán.

Sus argumentos son impecables… desde el punto de vista humano.

Entre los que presencian el castigo hay ancianos sabios con gran experiencia, maestros de la ley que recitan de memoria la torá y jefes de sacerdotes que interpretan al pueblo la voluntad de Dios. Son los kikotistas del momento, los que deciden quienes son conforme a Dios y quienes no. Y han decidido que Jesús es un blasfemo. Pero son tan majos que todavía le instan a demostrar que ellos se equivocaban y que la Verdad está de su parte.

Eso mismo es lo que sucede en cada escruticio y cada paso cuando los kikotistas reclaman a los neocatecúmenos pruebas y señales de su crecimiento en la fe: dices que tienes fe… ya veremos. Voy a humillarte y burlarme de ti ante toda la comunidad, a ver cómo reaccionas.

Si tu marido ha sido infiel, te soltarán que la culpa es tuya, por no darle todo el cariño y la atención debida; si tu padre es un violento, pretenderá que el origen del problema es que lo has juzgado y tienes que pedirle perdón, de rodillas preferiblemente; si pasas apuros económicos y no das el diezmo, te acusarán de idólatra, de servir al dinero antes que a Dios.

Sea cual sea la situación: un hijo con adiciones, un esposo maltratador, falta de trabajo, enfermedad… Los kikotistas buscarán hacer ver que tú has obrado mal, que le has fallado y faltado a Dios y que te mereces lo que te pasa: te mereces la cruz, porque has ido por ahí alardeando de ser hijo de Dios, le decían a Jesús.

Y en consecuencia reclamarán un absurdo para congraciarte con ese Dios al que, según ellos, tanto has ofendido que mereces la muerte: pedir perdón al verdugo, dejarse pisotear por el maltratador, dejar a los hijos en precariedad extrema para no fallar a la comunidad, abandonar al familiar enfermo para ir a kikotizar…

Como en la escena de la crucifixión, reclamarán grandes signos, señales y prodigios, porque piensan como los hombres, no piensan como Dios: Si eres cristiano, que se manifieste Dios ahora mismo, que venga aquí y te defienda.

En la tormenta no estaba Dios, en el huracán no estaba Dios, ni en el incendio, en cambio, en la brisa suave sí se presentó Dios.

¿Me entendéis? Jesús no se bajó de la cruz para que creyeran en él. Tampoco le pidió perdón al soldado que le abofeteó, no se humilló ante los sumos sacerdotes, se preocupaba por las necesidades materiales de los demás, atendía a los enfermos y alimentaba a los que acudían a él, porque sabía que escucharle no llenaba el estómago. Y siempre, en todo momento y ocasión, predicaba y practicaba la Justicia.

Y le crucificaron, acusado de blasfemo, por decir la verdad.

Dios no se va a manifestar en el escruticidio para parar los inmisericordes deprescios de los kikotistas, pero no les temáis, los kikotistas, son como los “maestros” de la ley que se burlaban del crucificado. Inútiles para reconocer a Dios en los demás.

 

viernes, 11 de abril de 2025

No, no es lo mismo el seder que la Pascua

 

Desde hace algunos años, en cada Semana Santa, hay una cantinela que muchos neocatecumenales repiten monótonos, monocordes y empecinados en el error. La cantinela equívoca consiste en afirmar que la última cena de Jesús fue exactamente y paso por paso la celebración del seder judío, como si quienes tal cosa aseveran hubiesen estado allí y lo hubiesen grabado.

Foto de grupo tras montarse un "seder pascual" fetén y kukísimo

A ver, chicos, no, por más afán judaizante que os posea hay cosas que no tienen sentido y una de ellas es que os paséis por el forro la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial para quedaros con la fiestita “kuki” de unos que conmemoran una leyenda viejísima sin visos de realidad histórica.

Más claro todavía: el cuentito de los pobrecitos judíos esclavizados por el malvado faraón y de la intervención prodigiosa del Dios altísimo en su favor, con plagas y portentos, con la muerte de todos los primogénitos de una nación poderosa y no sé cuántas otras plagas, con el paso del mar a pie enjuto y demás son alegorías que prefiguran lo que estaba por venir, pero no hay ninguna evidencia histórica que lo sustente. Es un mito, una leyenda, una fábula, un cuento.

Lo verdaderamente importante es lo que Jesús hizo en su última cena, lo verdaderamente vital es su pasión y muerte y su resurrección, quedarse en el mito y restar importancia a la verdadera intervención salvadora de Dios hace pensar que algunos no han entendido el significado de «Deja que los muertos entierren a sus muertos» (Mt 8,22 y Lc 9,60) y «quien echa mano al arado y vuelve la vista atrás no vale para el reino de Dios» (Lc 9,62), pese a ser frases muy empleadas por los neocatecumenales.

La mesita pequeña es para Elías
 

Para mí es incomprensible que algunos leviten con la simbología del hagada de pesaj -o como se llame- y no sean capaces de advertir que una Misa tiene tanta o más simbología y mucho más sentido, puesto que conmemora un hecho real… Porque se supone que también son cristianos los neocatecumenales que tanto se emociona con el pesaj, el hagada, el seder o lo que les pongan delante con resonancias judías. Y, sin embargo, la misa no les emociona, lo que les emociona es que en no sé qué parroquia han montado una pantomima de cena pascual judía en la que han participado y de la que han salido renovadísimos… 

Para mí que tendrían que hacérselo mirar.

Para empezar, me cuestiono si esos neocatecumenales tan sensibles a las representaciones teatrales caen en la cuenta de que la pascua judía consiste primero en un sacrificio y después, como consecuencia de este, en una cena. Pero primero y fundamental es el sacrificio de una víctima, cordero o cabrito, macho, de un año y sin tara.

 

En la celebración judía ancestral, el componente sacrificial es fundamental. No tengo ni idea de cómo se hace en el siglo XXI, pero lo que dice la tradición es que la victima se sacrifica en el templo -mala suerte, los judíos se han quedado sin templo- a la caída de la tarde y la sangre se recoge en recipientes para rociar con ella las jambas de las puertas.

El plato fuerte de la cena, por supuesto, es la víctima sacrificada, de la que no puede quedar nada. Por eso la tradición manda que se reúnan las familias hasta alcanzar un número de comensales suficiente para que no sobre ni una orejita.

Mención especial merecen las copas.

En la cena judía hay cinco copas. Cuatro se beben, la quinta se deja sin tocar pues es para Elías, por si se presenta a cenar.

Voy a suponer que en la última cena de Jesús se respetase el ritual de las copas, la de Elías y las otras cuatro: la de la bendición, la de las plagas, la de la redención y la de las alabanzas. Pero Jesús «todo lo hace nuevo». En el relato de la cena que hace el evangelista Lucas, Jesús dice: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios» (Lc 22,15). 

El postre, que se reparte al final entre todos

Esta Pascua que Jesús anhela con ansia es la Pascua de la Pascuas: esa noche se realizó de forma plena y definitiva la Liberación y Redención; esa noche Jesús consuma el paso de la Antigua a la Nueva y Eterna Alianza y da las pautas para celebrarla.

Según el relato de Lucas (cap. 22), Jesús bebió de la primera copa, la de “la bendición”, al comienzo de la cena, diciendo las palabras acostumbradas: «Bendito seas Señor, Rey del Universo, por el vino…». Después bebió y dio de la segunda copa (la de “las plagas”) a sus discípulos: «recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios».

Tras la cena tiene lugar el afikomán, que literalmente significa “lo que viene después”, es decir, el postre, que es lo que Lucas narra a continuación: «Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío». Y esto, que para un cristiano es crucial, no tiene nada que ver con el seder.

Esto me da que no aplica en la Pascua judía, por más que se pongan kipá

Acabada la cena, tomó Jesús otra copa, la de la redención, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros».

Pero según las misteriosas palabras dichas con la segunda copa, Jesús no bebió de esta. Más aún, se levanta abruptamente de la mesa y sale al huerto… Este hecho es verdaderamente insólito, pues los judíos tenían que completar los ritos de la cena pascual, o no se daba por cumplido el precepto.

Sucede que de la misma forma que Jesús deja pasar el cordero sin darle nueva significación sino que identifica su Cuerpo con un pan, ahora no bebe la copa de la Redención porque la va a beber en la Cruz. Por eso en el huerto de Getsemaní Jesús dice: «Padre, aparta esta copa (cáliz) de mí, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya». Hay una conexión entre esta copa que quiere evitar y la que no bebió. Poco antes, en el aposento alto, Jesús se ha ido sin beber de la tercera copa. Y ahora pide a su Padre que “la aparte”. Se trata de la copa de la Redención con todo lo que ello significa.

El bailecito me da que tampoco es tradición judía, pero les parecía kuki

Y todo este simbolismo solo está en la Pascua cristiana, no en la pascua judía con la que tanto se extasían algunos neocatecumenales que parecen anclados en una alianza caduca.

Mateo cuenta que en el Calvario «le dieron a beber vino mezclado con hiel, pero después de probarlo, no lo quiso beber» (Mt 27, 34). Jesús, fiel a lo dicho en la cena, rehusó tomar vino. Sin embargo, san Juan, testigo presencial de la muerte de Cristo en la cruz, nos dice que fue el mismo Jesús quien pidió de beber: «Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: "Tengo sed". Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu» (Jn 19, 28-30).

El hisopo era lo que se utilizaba para rociar la sangre del cordero en los marcos de las puertas hebreas en la noche de la Pascua.

El director del teatrillo, que es presbi, disfrazado para la actuación

Tras beber el vinagre Jesús dice: Todo está cumplido. Este vinagre bebido en la cruz da cumplimiento a la misión Redentora de Jesús.

El reino de Dios es el reino de aquellos que hacen la Voluntad de su Padre. Jesús en lo alto de la cruz está en lo más perfecto de la Voluntad del Padre, y es aquí, en esta plenitud de la voluntad del Padre donde Jesús bebe la tercera copa de la cena pascual, su copa de la Redención. De este modo se conecta el Cenáculo y el Calvario, la cena pascual y el Sacrificio y con esto se termina la Antigua Alianza y comienza la Nueva, todo ligado por la cena pascual de Liberación y Redención, la Cena del Cordero.

Por lo tanto, la cena pascual de Jesús termina en la cruz.

 

Parte de esta entrada está sacada de aquí.

Las imágenes del teatrillo pseudo judío son de aquí.