En cada anuncio publicitario de Cuaresma se resaltan con ahínco las tentaciones de Jesús en el desierto: la tentación del pan, que consiste en buscar la seguridad vital por encima de Dios; la tentación de la historia, de no aceptar la situación personal, de rebelarse, porque según el kikismo todo lo malo que acontece (la enfermedad crónica incurable, el padre violento, la precariedad, el paro de larga duración, la muerte de un hijo… Lo que sea) viene de Dios; y la tentación de los ídolos, que se refiere al anhelo de triunfo personal.
Sin embargo, el kikismo ignora la segunda parte de esta escena, porque el evangelio concluye diciendo: «Y terminada toda tentación, el diablo se apartó de él hasta el momento oportuno».
Ese momento oportuno llegó en la crucifixión.
Hay un paralelismo entre ambas escenas. El demonio espera que su víctima esté débil, sea por el hambre, por las preocupaciones o porque agoniza colgado de una cruz. En el desierto Jesús es tentado por tres veces, en la cruz, también.
Los curiosos se burlan: «–¡Tú, que derribas el templo y en tres días lo vuelves a levantar, sálvate a ti mismo! ¡Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz!».
Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, junto con los ancianos dicen: «–Salvó a otros, pero él no se puede salvar. Es el Rey de Israel, ¡pues que baje de la cruz y creeremos en él! Ha puesto su confianza en Dios, ¡pues que Dios le salve ahora, si de veras le quiere! ¿No nos ha dicho que es Hijo de Dios?».
Y uno de los malhechores condenados con Jesús propone una solución feliz a su desesperada situación: «–Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros».
No por casualidad me recuerda el proceder de los kikotistas.
Me explico.
En el primer escruticidio se “invita” a todos a contar cual es su cruz personal. La cruz, lo que te machaca, lo que no soportas, lo que te humilla, es algo privado, algo que debería quedar solo entre Dios y la criatura, pero en el CNC no se puede continuar si no se cuenta ante la comunidad.
Así que el primer paso es descubrir tu debilidad a los demás, con el falaz argumento doble de que si no lo cuentas no serás amado por tus “hermanos” de comunidad y que además tu cruz no será salada y jamás se volverá gloriosa. Peor aún, si no lo cuentas, acabarás aplastado por ella, terminarás tus días amargado y solo, y quién sabe si no te condenarás por tu obstinación.
Si esto no es coerción, yo soy una monja franciscana.
Una vez obtenida esta información, será empleada contra ti.
En los demás pasos, sea de forma directa o retorcida, a los neocatecúmenos se les requiere que demuestren que ha habido algún avance en aceptar y abrazar la cruz. Los escruticiadores dicen que es su deber, encomendado por Dios nada menos, comprobar la calidad y fortaleza de la fe de los neocatecúmenos.
En realidad lo que hacen es aplicar sus pensamientos humanos a problemas que no están preparados ni capacitados para tratar. Lo mismo que sucedió en la crucifixión.
Los presentes, con lógica profundamente humana, reclaman que Jesús se baje de la cruz. Si en verdad es justo, si es inocente, si Dios está con él, que lo salve. Ha sido condenado por blasfemo, porque se hace pasar por Hijo de Dios y, por tanto, dice de sí mismo que es divino. Que lo demuestre, que obre como Dios y se rescate a sí mismo. Y entonces, ante la evidencia, los que le condenaron reconocerán humildemente su error y le adorarán.
Sus argumentos son impecables… desde el punto de vista humano.
Entre los que presencian el castigo hay ancianos sabios con gran experiencia, maestros de la ley que recitan de memoria la torá y jefes de sacerdotes que interpretan al pueblo la voluntad de Dios. Son los kikotistas del momento, los que deciden quienes son conforme a Dios y quienes no. Y han decidido que Jesús es un blasfemo. Pero son tan majos que todavía le instan a demostrar que ellos se equivocaban y que la Verdad está de su parte.
Eso mismo es lo que sucede en cada escruticio y cada paso cuando los kikotistas reclaman a los neocatecúmenos pruebas y señales de su crecimiento en la fe: dices que tienes fe… ya veremos. Voy a humillarte y burlarme de ti ante toda la comunidad, a ver cómo reaccionas.
Si tu marido ha sido infiel, te soltarán que la culpa es tuya, por no darle todo el cariño y la atención debida; si tu padre es un violento, pretenderá que el origen del problema es que lo has juzgado y tienes que pedirle perdón, de rodillas preferiblemente; si pasas apuros económicos y no das el diezmo, te acusarán de idólatra, de servir al dinero antes que a Dios.
Sea cual sea la situación: un hijo con adiciones, un esposo maltratador, falta de trabajo, enfermedad… Los kikotistas buscarán hacer ver que tú has obrado mal, que le has fallado y faltado a Dios y que te mereces lo que te pasa: te mereces la cruz, porque has ido por ahí alardeando de ser hijo de Dios, le decían a Jesús.
Y en consecuencia reclamarán un absurdo para congraciarte con ese Dios al que, según ellos, tanto has ofendido que mereces la muerte: pedir perdón al verdugo, dejarse pisotear por el maltratador, dejar a los hijos en precariedad extrema para no fallar a la comunidad, abandonar al familiar enfermo para ir a kikotizar…
Como en la escena de la crucifixión, reclamarán grandes signos, señales y prodigios, porque piensan como los hombres, no piensan como Dios: Si eres cristiano, que se manifieste Dios ahora mismo, que venga aquí y te defienda.
En la tormenta no estaba Dios, en el huracán no estaba Dios, ni en el incendio, en cambio, en la brisa suave sí se presentó Dios.
¿Me entendéis? Jesús no se bajó de la cruz para que creyeran en él. Tampoco le pidió perdón al soldado que le abofeteó, no se humilló ante los sumos sacerdotes, se preocupaba por las necesidades materiales de los demás, atendía a los enfermos y alimentaba a los que acudían a él, porque sabía que escucharle no llenaba el estómago. Y siempre, en todo momento y ocasión, predicaba y practicaba la Justicia.
Y le crucificaron, acusado de blasfemo, por decir la verdad.
Dios no se va a manifestar en el escruticidio para parar los inmisericordes deprescios de los kikotistas, pero no les temáis, los kikotistas, son como los “maestros” de la ley que se burlaban del crucificado. Inútiles para reconocer a Dios en los demás.