«Fíjate, cuando fuimos con los itinerantes al norte de Italia, en un
edificio inmenso, maravilloso, nos dijo un salesiano, porque era un castillo de
los salesianos, con escudos de armas, de una de las familias más ricas y más
importantes de Italia, que el último descendiente se había gastado toda la
fortuna en Montecarlo, jugando a la ruleta, y después se había suicidado. El
último descendiente de esta gran familia noble, al ver que no tenía dinero, lo
había vendido a los salesianos por cuatro liras, y ahora estaba en Milán de
vendedor de jabones.
No cremos que la vida es así |
Imaginadlo, yo pensaba viendo aquel castillo enorme con tierras inmensa, te
asomabas al balcón y veías el pueblo que estaba habituado a ver a los señores,
y tantos lacayos, y operarios y sirvientes y doncellas y caballos, todo para
que venga uno y plaf, se lo juega todo a la ruleta.
Lo que pasa es que no nos creemos que la vida es así. El Señor nos quiere
decir: no viváis preocupados por qué comeréis o por vuestro cuerpo, con que lo
vestiréis; mirad las aves del cielo, mirad los lirios del campo, etc.
Buscad el reino de Dios y su justicia, etc. Es indudable que este hombre,
este hombre de la carne que se encuentra en este situación (acosado por la
muerte) no puede aplicar esta ley, no puede vivir el evangelio –minúscula en el
original- como una ley, tratando de no preocuparse por la vida, porque le nace
de dentro, porque si no tiene dinero se suicida. Hoy la psicología dice que el
dinero es una seguridad psicológica, es un símbolo psicológico para la gente
que es avara, no puede dar nada, porque son avaros, su vida es un martirio, en
la familia no participan están obsesionados. Si el hijo dice “papá, préstane 50 pavos”, “pídele a tu madre” no le da nada. Hay familias en la que la mujer tiene que contar cada moneda, una
esclavitud terrible, terrible».
Teniendo en cuenta que la
única familia de la que tiene experiencia es la paterna, ¿a qué familias se
referirá?
«Recuerdo un señor de Zamora que decía que no iba a misa porque tenía que
trabajar, era carpintero, porque no podía; en su casa había mucho sufrimiento.
Desde que el Señor le ha dado este camino, viene a la comuidad sin esfuerzo, es
como una enfermedad que el Señor le está curando poco a poco. Claro, está muy claro. Mientras el hombre siente esta impotencia interior
tiene necesidad de asegurarse con el dinero. Por esto los psicólogos exigen
mucho dinero, no porque sean avariciosos, no, sino porque saben que los
neuróticos no se curan si el tratamiento no les cuesta mucho dinero y entonces,
haciéndoles trabajar para pagar mucho, les obligan a tomarse en serio su
enfermedad, porque el dinero es un catalizados muy serio y muy importante de
nuestra realidad».
¿Sabrá por experiencia propia esas tretas de psicólogo que, según él, en lugar de curar al paciente se aprovecha de su debilidad?
Es lo que pasa cuando no pones cuidado en tu trabajo ;) |
Imaginaos como suenan para nosotros estas frases. “El compromiso cristiano
en el trabajo”, ve a decirle a este señor que “debe comprometerse
como cristiano en el trabajo”. Bien, pero yo no saco del monedero 1.000 pesetas.
A medida que este hombre desciende hacia las aguas del Bautisno, este hombre va
muriendo en la cruz de Jesucristo y Dios le va dando un hombre nuevo. ¿A este
hombre nuevo le tienes que decir que se comprometa? ¿Se lo dirías a Jesucristo?
¡Este hombre es Jesucristo!
Este hombre que está naciendo en nosotros es Jesucristo.
Por eso, hermanos, me podéis llamar angelista, pero no me engaña nadie. ¿Sabéis por qué no me engaña nadie? Porque he estado tres años viviendo con los miserables y he estado
trabajando de albañil con las manos llenas de heridas, tengo testigos que lo
han visto, durante 10 horas al día, he comido basura con los gitanos o he ido
al mercado, a recoger tomates y manzanas agusanadas. Lo he visto y lo he
vivido realmente durante tres años con ellos. A mí no me engañan. No me engaña
nadie poque he visto gitanos que pasaban la vida jugando a las cartas y que
mandaban a las mujeres por las casas a pedir limosna, los niños con el culo al
aire, sucios y llenos de piojos por todos los distritos a pedir limosna, lo he
visto.
He visto también que este hombre vino a hablar conmigo, vino a escuchar la
palabra en la comunidad y yo nunca, porque yo estaba en una actitud de búsqueda
de Jesucristo y me sendía más pobre que ellos, porque el Señor me lo concedió y
sólo me ponía a sus piés como un pobrecillo y compartía su realidad, porque
quería ser como Foucault viviendo en medio de ellos, y nada más, nunca los
reprendí ni les dije nada. He visto como este hombe en la medida en que
caminaba a encontrarse con Jesucristo, dejaba de jugar a las cartas y se ponía
a trabajar, a la mujer no la mandaba a pedir limosna, comenzaba a mandar a los
hijos a la escuela.
Escuchad: ¿Quién le dijo a este señor que debía mandarles a la escuela?
¿Qué no podía dejar a la mujer y a los hijos cubiertos de suciedad? ¿Quién se
lo dijo? Porque yo no le dije nada. El Espíritu Santo. En la medida en que el
Espíritu Santo entraba en el corazón de este hombre, este hombre al que muchos
conocéis, se llama José Agudo, es un responsable de evangelización, un quinqui
(un tipo de gitano), y hoy vive en una casa estupenda, es conductor de camión,
¿quién le dijo que debía promocionar socialmente? A mí, cuando viene uno y
dice: “¡Eih, Kiko, qué fantástico promocionar a los gitanos! Porque para ti la
felicidad consiste en la promoción social, nada más que en eso consiste para ti
la felicidad”.
No, para mí no consiste en eso. Esto es como una consecuencia del hecho de
que este hombre realmente ahora ama a su mujer, ama a sus hijos en una nueva
dimensión. Pero no es esto, no es primero la promoción ni el cambio de
estructura».