A propósito de los sistemas coercitivos de reforma del pensamiento y de la dependencia psicológica que pueden provocar en las víctimas, aporto un hecho concreto de mi comunidad.
Antes del kikismo ya había familias numerosas |
La
protagonista es una abnegada madre de familia numerosa que cumple y aun supera la
bíblica cifra de los siete retoños que, según las cuentas que maneja Pako,
debería tener toda mujer que no esté siendo engañada por el maligno.
Esta mujer es hija de kikokúmenos, hermana de kikokúmenos, madre de
jóvenes kikokúmenos, cuñada de kikokúmenos, tía de kikokumencitos… Toda su vida
ha estado dictada por el Camino, pues sus padres entraron en una comunidad
siendo ella pequeña, en un momento de consternación y angustia motivado por la
muerte de un hermanito. Rápidamente, los padres se hicieron adictos a la
comunidad para adormecer el dolor, para darle un sentido a la muerte del hijo, y
se apoyaron en ella para seguir adelante. Para estos padres, dejar el CNC sería
una traición al hijo que dio su vida para que ellos descubriesen ‘el camino hacia Dios’.
Según
las kikotesis, la muerte en cruz de Cristo no pudo ser un sacrificio agradable
a Dios porque a Dios ni le agradan los sacrificios ni los necesita. Pero los mismos
kikotistas que retransmiten estas kikotesis, no dudan en aprovechar una
desgracia para encadenar al CNC a gente debilitada por las circunstancias. Y si
hay que decir que Dios ‘tuvo que provocar’
la muerte de un hijo para que los padres reaccionasen y entrasen en el CNC,
de forma que el Camino fuese ‘la
salvación’ para ellos y para los hijos que les quedaban (y que vinieran después),
pues se dice.
Otra
circunstancia de mi protagonista es que fue la primera hija mujer rodeada de
hermanos varones. Tenía una hermana pequeña, pero de salud quebradiza, por lo
que recaía sistemáticamente sobre mi protagonista el ayudar a la madre en el
quehacer diario. Esto gestó en ella celos hacia su hermana menor y complejo de
Cenicienta: sentía que cualquiera de sus hermanos era más querido que ella,
unos por ser machos y la otra por su naturaleza enfermiza.
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El iniciador del kikismo como forma de vida |
Criada en este ambiente, la mujer de mi relato
hacía lo que fuera por agradar a sus padres y ganarse su afecto, el que tanto
echaba en falta. Se esforzaba en los estudios por contentarles; aprendió a tocar
la guitarra para agradarles; participaba como nadie en las Laudes del domingo por
lo mismo y tenía clarísimo que en cuanto cumpliese la edad mínima estipulada ingresaría en su
propia comunidad, para contentarles y que la quisieran. Todo lo hacía en
función del esquivo afecto de los demás, y Dios era un instrumento más en esta
búsqueda de amor, no el objetivo.
Tenía
también, permitidme la expresión, ‘iluminado
en su historia’, que ella había de ser novia de un kiko y de nadie más,
pues cualquier otra opción no hubiese satisfecho a los padres. Y lo fue, tuvo
breves noviazgos con todos y cada uno de los jóvenes disponibles en la
parroquia (tampoco eran muchos), noviazgos en los que no siempre imperó la
castidad (porque los kikines son exactamente tan dados al fornicio como todos
los demás), y con ventipocos años, acabó casada con uno de ellos.
En el kikismo, el sexo siempre debe acabar ahí |
Y
empezó a tener hijos. Porque otro aspecto en el que mi protagonista fue severamente
adoctrinada desde la infancia es en el falso concepto de que para hacer la
voluntad de Dios el sexo ha de ser procreativo; lo de la faceta unitiva del
sexo es una perversión de los paganos, pues para buscar la unidad del
matrimonio está el trípode, donde pueden tirarse los trastos a la cabeza ante
toda la comunidad con toda confianza. El sexo está ordenado por Dios para la
procreación y nada más. Y a las parejas que hacen mal uso del sexo puede sucederles
que pierdan un hijo, eso sin contar que por supuesto se llevarán mal y su
convivencia será un infierno y se cargarán a los pocos hijos que tengan y
además se separaran…
Lo
que nadie había explicado a esta mujer, educada para ser sumisa al cabeza de la
casa, para atender a las ingentes tareas domésticas sin esperar colaboración
por parte del varón y para tener todos los hijos que Dios dispusiera, es que
los maridos kikokúmenos no son inmunes al adulterio, al contrario, parece que
les gusta.
Tampoco
estaba preparada para asumir toda la carga de humillación, desgaste emocional y aniquilación de la auto-estima
que entraña la traición reiterada y continuada del hombre amado… Las sesiones
de garantes eran dignas de un programa televisivo de higadillos.
Así era la relación de la pareja de mi histori |
Resulta además, que se repite en sus hijos el mismo esquema del que ella fue víctima, pues también en su casa se educa de forma diferencia a los chicos que a las chicas; y también los hijos compiten entre ellos por el fugaz afecto de unos padres que no tienen tiempo para ellos porque están ocupados con 'las cosas de la comunidad'.
Dice
la propaganda kikil que el primer medio o arma de evangelización de los
itinerantes consiste en vivir entre aquellos que necesitan ser evangelizados. Según
Kiko, simplemente siendo lo que son, ya son testigos de Dios, porque los paganos
ven en ellos una forma diferente de relacionarse, un amor y una unidad que el
mundo –asegura- no conoce.
Pues sucedió
en uno de sus últimos embarazos que una compañera de trabajo se dio cuenta de
que mi protagonista empezaba a recurrir a ropa más ancha de lo usual en ella. Y
con la confianza de quienes comparten muchas horas al día desde hace años, le
preguntó.
Mi
protagonista podría haberle dicho la verdad, y hacerlo bien sin adornos o bien
con bodoques sobre el poder creador de Dios blablablá, que ella sólo era un
instrumento inútil para que se manifestase la gloria de Dios blablablá.
Nada de eso.
Lo que hizo fue
responder con subterfugios acerca de que ellos (el matrimonio) siempre tenían
encargado un nuevo hijo. “Pero estás o no estás embarazada”, insistía la
compañera. “Ya te digo que estamos abiertos a la vida”, se enrocaba mi
protagonista sin contestar a la pregunta, totalmente agobiada con este nuevo
embarazo no deseado del que sólo quería olvidarse.
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Ojos tristes, gesto triste, marca del CNC |
Por supuesto, no pasó
mucho tiempo sin que la preguntona y todos los demás compañeros supiesen la
respuesta, puesto que hay cosas que no se pueden ocultar.
Por supuesto también, nadie del entorno
laboral de esta mujer (tampoco en el del marido), se ha sentido ‘tocado’ por la
forma de vivir la vida de esta pareja de ojos tristes y gesto cansado que riñen
de continuo y que tienen más hijos de los que pueden atender. Nadie ansía parecerse
a ellos, nadie se ha interesado por el grupo al que pertenecen, a nadie han
llevado a las kikotesis. Por cierto, este
matrimonio son kikotistas.
Sirva este recuerdo
para ilustrar qué es lo que perciben los de fuera acerca de como viven, como se
relacionan y cuanto se quieren los kikines, que no los cristianos. Y que con su
mera presencia no hacen presente a Dios, sino los traumas, las neuras y las dependencias
enfermizas que acarrean.