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El dinero es kk, pero paga helicópteros |
Aspectos
económicos (Concetto)
En las
kikotesis el dinero era presentado como un ídolo. Había que tratarlo como
basura. Por eso, siempre que se recogía dinero se pasaba una bolsa negra,
utilizada para la recogida de residuos.
Al nace
una nueva comunidad, las demás compraban dulces y vino espumoso para celebrar con
los nuevos neohermanos su entrada en el Camino (empezaban a ser considerados hermanos
en Cristo a partir de ese ritual, antes no, antes eran religiosos naturales
cargados de supersticiones). Al final del festejo, llegado el momento de reunir
el dinero para pagar los gastos, si no se recaudaba la suma necesaria, incluso
los de las comunidades más antiguas eran invitados a participar en la colecta.
De esta manera los recién llegados quedaban impresionados por esta hermandad y
se sentían como en familia.
Durante
las convivencias de inicio de curso o los ritos de paso se recaudaba dinero
para pagar hoteles o dejar ofrendas en las casas religiosas que nos hospedaban.
Se pasaba con el “saco” mientras se cantaban cantos del Camino y el katekista
nos animaba a despreciar el dinero: "desprendeos de vuestros bienes y
recibiréis el ciento por uno". A veces incluso animaba a la gente a emitir
cheques, especialmente a aquellos que no tenían dinero en efectivo. En
ocasiones incluso sugirió dejarlos en blanco. Nadie era obligado a punta de
pistola a echar dinero, pero la invitación era apremiante y todos ponían lo que
podían. Alguno, carente de efectivo, echaba objetos de valor.
Al
principio, cuando nos explicaron cómo se realizaban las colectas, nos dijeron
que los hermanos más necesitados podían no “echar” en la bolsa, sino “tomar”.
Luego, cuando presencié una colecta por primera vez, me di cuenta de que sacar
algo de la bolsa era casi imposible. Era muy profunda y sacar dinero de allí
habría sido una acción evidente para todos.
Muchas
veces no se alcanzaba la cantidad necesaria, y entonces se hacía una segunda o
tercera ronda de la "bolsa". Cuando se alcanzaba la suma necesaria,
nos decían que había sido gracias a un hermano que se había convertido, pagando
la importante suma que faltaba. De esta manera quedábamos impresionados y
animados a "convertirnos" también nosotros. Después de cada ronda, en
una sala contigua a la que estábamos reunidos, los "responsables"
vaciaban las bolsas. Habiendo sido yo mismo "responsable", yo las vacié
muchas veces y siempre era una sorpresa. De la bolsa caía de todo: dinero,
cheques (algunos incluso en blanco), objetos de oro (anillos, collares,
broches, incluso con piedras preciosas) y, en ocasiones, quinielas de fútbol
(en el Camino, de hecho, se ponía mucho énfasis en que quienes jugaban a juegos
de azar no confiaban en Dios y por eso jugarlo era considerado pecado).
Las
cifras recogidas eran notables. En las convivencias regionales de tres días en
hotel, éramos normalmente unas 450 personas. La cuenta del hotel rondaba (en
1997) los 80 millones de liras. Hay que tener en cuenta que estas 450 personas
no eran más que un tercio del total de participantes en la convivencia
regional: de hecho, los autorizados a participar (kikotistas y responsables de
toda Sicilia) eran más o menos 1.400. También se recaudaba dinero para las
niñeras que cuidaban a los hijos de los participantes durante su ausencia.
En estas
ocasiones también se recogía dinero destinado al sostenimiento de los seminarios
neocatecumenales y a la construcción del gran centro de acogida para las comunidades
del Camino que, al terminar el itinerario, realizan la peregrinación ritual a
Tierra Santa. La cantidad de dinero recaudada para los seminarios y para el centro
de Galilea superaba a menudo la cantidad para el hotel. Para estos dos últimos
fines, también se recaudaba dinero durante la preceptiva convivencia de transmisión.
Por ser
el responsable de mi comunidad, tenía la tarea de recoger este dinero y
enviarlo a los responsables en Roma. De vez en cuando me daban un nombre y una
cuenta bancaria diferentes. Nunca me quedó claro el motivo por el que me
informaban diferentes nombres y cuentas bancarias, yo pensaba que era más
adecuado hacer referencia siempre a la misma cuenta. De esta forma se habría
podido "pagar" incluso de forma privada, en tiempos en los que no
estaban previstas convivencias e incluso personas no pertenecientes al Camino
podían haber realizado pagos. Podría haberse hecho como las grandes
asociaciones de voluntarios u organizaciones benéficas.
En el
rito final del segundo escruticidio (o el primero de la etapa de la Iniciación
a la oración) se realizaba el exorcismo del dinero. Colocados ante una Cruz,
cada iniciado arrojaba en una cesta un sobre que contenía una considerable suma
de dinero. Al realizar este gesto, debía pronunciarse una renuncia a Satanás.
Mi
comunidad estaba entre las más pobres, pero sé que en otras comunidades muchos
han renunciado a tierras, apartamentos, automóviles, etc. Las sumas recaudadas
eran siempre muy elevadas. Nos decían que estos bienes irían a la parroquia
anfitriona y al obispo local, como ofrenda de caridad. Claramente a este dinero
había que sumarle el de gastos de manutención: hotel, niñeras, etc. También en
esta ocasión, una vez finalizado el rito, la celebración se lleva a cabo en un
restaurantes de lujo. Los gastos de estos banquetes de lujo corrían
íntegramente a cargo de la comunidad, no de los kikotistas [que eran los que
elegían el sitio y el menú]. Éstos, de hecho, “realizaban un servicio” y nunca
participaban en los gastos. Tampoco participaban cuando venían a visitar a la comunidad
y se sumaban al ágape que organizábamos. En esas ocasiones también traían a sus
hijos.
Al final
de cada convivencia regional o de transmisión regresábamos a casa despojados de
bienes materiales. A menudo regresábamos solo con la gasolina del depósito. Con
dolor pienso en los momentos en los que nos esforzábamos en ahorrar para
destinar ese dinero al Camino. A menudo dijimos "no" a las peticiones
legítimas de nuestros hijos, que se veían obligados a conformarse con lo
mínimo. Los zapatos y la ropa se desgastaban al límite; las diversiones y las
pequeñas propinas que se dan a los niños no entraban en la política familiar:
era dinero destinado al Camino.
El
diezmo
Todos
los que llegan a la "Iniciación a la oración" (momento en que el
Obispo nos entrega el breviario) tienen el deber de pagar el "diezmo":
dar al menos una décima parte del salario mensual a la comunidad. Lo recaudado
debe ayudar a los hermanos menos favorecidos y el responsable de la comunidad
decide quién se beneficia de la ayuda económica y en qué medida, en función del
importe recaudado y las solicitudes.
Muchas
veces se sabía que alguien pedía "ayuda" sin necesitarla realmente y
por eso muchos no diezmaban voluntariamente y a veces surgían fuertes
conflictos. Aproximadamente un año después de la Iniciación a la oración, los
kikotistas vinieron a visitarnos y el responsable les hizo saber que se
recaudaba poco en los diezmos. Entonces los kikotistas nos reprocharon que
todavía estábamos apegados al dinero y nos dijeron que por eso la comunidad no
podía crecer.
Le
preguntaron al responsable, el doctor P.Pg., si daba ejemplo, es decir, si al
menos él echaba la cantidad adecuada. Él respondió que, a pesar de haber
invitado repetidamente a los hermanos a corresponder y pagar el diezmo, no fue
escuchado y por eso decidió, junto con su esposa, destinar su diezmo a las
monjas de la Madre Teresa de Calcuta. En ese momento los kikotistas (y
especialmente don P.P.) se enfurecieron.
Reprendieron
ásperamente al matrimonio responsable delante de la comunidad, acusándolos de
no amarla y de haber desobedecido a los kikotistas y al Camino. El responsable
no tuvo oportunidad de responder debido al excesivo entusiasmo de sus
interlocutores. Estaban especialmente furiosos con la esposa que intentaba
minimizar y defender a su marido. Confieso que, mirando al presbítero, me
parecía ver al pastor transformarse en lobo, tal era la rabia que expresaba,
sin preocuparse por el efecto que causaba en los presentes. Los gritos se
podían escuchar desde la calle y estábamos conmocionados y aterrorizados.
Desde
ese momento P. Pg. ya no volvió al Camino. La esposa asistió a algunas
reuniones más antes de dejarlo. Hoy, con la serenidad de quien se fue sin
presión externa, me pregunto: "Al inicio de esta experiencia, ¿quién nos
advirtió que tendríamos que sacrificarnos económicamente sin siquiera tener la
libertad de elegir a quién dirigir nuestra caridad?". También me pregunto
si hay en la Iglesia asociaciones o grupos que hagan pagar el diezmo a sus
miembros.
Lejos de
nosotros la idea de juzgar o acusar. Nuestro deseo ha sido dar testimonio para
comprender mejor lo que viven y sufren en la comunidad los seguidores del
Camino Neocatecumenal, y para que las autoridades puedan dar respuesta a muchas
dudas.
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Concetto Bonaccorso & Hermine (Marina) Niess