Trípode neocatecumenal: más sobre la pata de la comunidad

En una entrada anterior se trató el tema de la pata de la comunidad, a fin de desmontar ese bulo irreal que dice que en la ronda de experiencias no se deja interrumpir ni contestar al queridísimo hermano que, en ese momento y sin que nada lo justifique, ha decidido poner públicamente “en su verdad” a algún otro amadísimo hermano.

Nada más lejos de la realidad cotidiana del Camino, donde precisamente se utiliza la convivencia mensual para “arreglar cuentas pendientes” entre educadísimos hermanos convivientes.

También es cierto que he presenciado convivencias en las que una de las partes “confrontadas” no estaba presente. Puedo asegurar que tal ausencia no ha refrenado la lengua de la parte presente, que se ha despachado informando a toda la comunidad de las circunstancias del enfrentamiento, información que ha sido el punto de arranque de un participativo debate en el que se potenciaba que todos los presentes interviniesen, opinasen y tomasen partido.

¿Cómo va a darse el amor en la comunidad si se ocultan y tapan los problemas, si no se quita cada uno la máscara que lleva? te dicen para justificar lo que no es sino cotilleo.

Así el mal rollo entre Zutano y Mengana, relatado vívidamente por Zutano pese a la ausencia de Mengana, da lugar a que otros den cuenta de cualquier roce que hayan tenido con la ausente, a consideraciones sobre los méritos y deméritos de Zutano para ganarse tal respuesta por parte de Mengana, a acordarse de que también Zutano es para echarle de comer aparte, en suma, para provocar enfrentamientos, digo, para salar la venenosa, este, amistosa relación entre hermanos de comunidad.

Recuerdo una ocasión en que una ‘neohermana’ se despachó contra otra ‘neohermana’ ausente. Se da la circunstancia de que ambas son cuñadas, por lo que podían haber limado sus diferencias en privado y sobre todo, entre ellas, y no que una de ellas, la presente en la convivencia, habló a sus anchas de la ausente. Con lo cual es de suponer que se quedase muy desahogada, pero salvo hacernos partícipes de sus malos rollos y recibir consejos y opiniones de buena parte de los asistentes, no arregló nada con su queridísima cuñada y también ‘neohermana’ de comunidad.

Recuerdo otra ocasión en la que el pique fue entre hermanos de sangre y de comunidad y fue a cuenta de la atención que recibía en anciano y demenciado padre de ambos dos. Aquello fue un echar balones fuera por parte de uno de ellos (varón) que consideraba que todos los cuidados y todas las atenciones y todos los gastos debían correr a cuenta del otro hermano (mujer), asignándose el primero la tarea de supervisar, censurar y reclamar al segundo cuando su desempeño no le pareciese óptimo. El tema fue ocasión de un acalorado debate en el que intervino todo el que quiso: tanto partidarios de que el trabajo se repartiese como aquellos otros convencidos de que lo oportuno es que sea la hija mujer la que dedique su vida entera a atender a los ancianos padres y a la comunidad, que nada más le era necesario a ella, liberando de tal tarea a los hermanos varones, puesto que al parecer ellos sí tienen otras cosas que hacer.

Que los dos hermanos trabajasen fuera del hogar era, por supuesto, accesorio, en el sentido de que unos cuantos veían clarísimo que lo que Dios quería era que ella dejase de trabajar para atender al padre, pero nadie veía que Dios esperase que él dejase de trabajar para atender a ese mismo padre.

Cosas del Camino, o de la ‘kikotina’.

Hubo otra convivencia a la que se invitó expresamente a una hermana que había dejado de caminar porque como dos años antes había sido “enviada” (es un decir, sencillamente se le ordenó y punto) a su casa en “misión conyugal”, es decir, a “konvertir” a su marido. Pese al sometimiento a las decisiones de los ‘karismáticos kikotistas’ que disponen a su antojo sin molestarse en conocer las situaciones ni tratar con todas las partes, la cosa no había funcionado; por el contrario, el matrimonio se había separado, en vista de lo cual la amorosa comunidad llamó a esta mujer invitándola a reincorporarse. Nada censurable de no haber sido porque ya que se presentó por allí, ya que aceptó la invitación, ya que estaba, los presentes se pusieron a cuestionar la separación, puesto que la interfecta había osado separarse sin consultar y ni tan siquiera comunicarlo primero a los  ‘kikotistas’.

Son sólo unos ejemplos, unos botones de muestra de lo que he visto en las convivencias mensuales de mi comunidad que es como casi todas las comunidades y precisamente por ello ha alcanzado la túnica blanca de los bebedores de leche con miel.