Diezmo en el Camino Neocatecumenal

Hace ya unos cuantos años que para mi comunidad se cerró una puerta y se abrió otra puerta.

Es decir, pasamos del pre-kitekumenado al kitekumenado. Pero es que expresado así, carece totalmente de halo de misterio esotérico. Por eso a Pako, que es muy sensible, le gusta más decir que una puerta se cierra (dígase con voz solemne y acompañándolo con el gesto de bloquear algo) y otra puerta se abre (de nuevo enunciado con solemnidad y con gesto teatral). Así sin más explicación.

Una puerta se abre...

El cambio fundamental que trae esa nueva estancia que hay tras la puerta sellada que se ha abierto para la comunidad con el paso al kitekumenado es el DIEZMO.

En esa época, cuando mi comunidad descubrió la estancia tras la puerta sellada, teníamos de responsable a un hombre cabal, padre de familia numerosa, y economista de profesión para más señas.

Cuando nos contaron lo del diezmo vitalicio, el responsable buscó en privado al catequista, perdón, al kikotista. Pero en el Camino no existe la privacidad, de modo que lo que hablaron en secreto el  kikotista se apresuró a repetirlo para conocimiento y escarmiento de toda la comunidad.

Por eso sé de qué trató su charla.

El responsable, un pobrecillo, me ha dicho...

El caso fue que el responsable había entendido de maravilla en qué consistía el diezmo; le había quedado meridianamente claro que el 10% es el 10% de todos tus ingresos, literalmente, al estilo fariseo que cuenta incluso el diezmo de la menta y del comino. Lo mismo que cuando el kikotista te cuenta que has de odiar a tus hijos porque Jesús en el Evangelio dice que hay que odiarles, literalmente. Pues lo mismo.

Y también había captado a la perfección que no sólo has de ajustarte literalmente al porcentaje que te fijan los kikotistas, fijación que no es para nada una invitación, del mismo modo que no te invitan a odiar a hijos, esposo, esposa y/o padres, sino que te lo imponen; sino que además, al igual que el diezmo de los fariseos, el impuesto caminante es para toda la vida.

Ante esta comprensión, el economista que llevaba dentro había irrumpido en escena y había ido a preguntar cómo se hacía para emitir a cada quien el correspondiente justificante del monto apoquinado a lo largo del año, para presentarlo en la declaración de Hacienda.

Os podéis imaginar el pitorreo y la rechifla del kikotista cuando nos lo contó a toda la comunidad. Nos dejó nítido, diáfano y transparente sin posibilidad de equívoco, que es para nuestro bien que el diezmo no tribute a Hacienda, porque de lo contrario caeríamos en el legalismo, el moralismo, el clericalismo y algún que otro –ismo que se han ido apoderando de la Iglesia a partir de la conversión del emperador Constantino, -ismos que son nocivísimos de la muerte, que vienen del maligno y que hay que combatir.

Porque resulta que eso de dar al César lo que es del César está muy bien para todo lo demás, pero no para el diezmo. Porque el diezmo, obviamente, no es para el César, sino para el CNC, que es muy distinto. Más que nada porque ellos dicen que es para Dios. Y Dios no da justificantes de dádivas recibidas ni falta que hace, porque para eso te devuelve el ciento por uno. Y porque pretender que el CNC se amolde a tus intereses sería, dicen, utilizar a Dios, y eso no es cristiano.

Y se quedan tan panchos.

El responsable no volvió a mencionar el tema. 

Sencillamente optó por domiciliar su donativo en la cuenta del Seminario de Madrid, de forma que Hacienda puede seguir sin problemas el rastro de todas sus dádivas, y dejó para la bolsa del diezmo la calderilla que tenga en cada momento.