Síndrome del cordón umbikikal

 

Encontré un artículo muy curioso de la Universidad de Granada (Revista de Humanidades, 20 - ISSN 1130-5029) en el que se analiza la dependencia de los neocatecumenales hacia la comunidad.

Este estudio, que se basa en la praxis contrastada de ciertas comunidades andaluzas, sostiene que los neocatecumenales buscan en la comunidad la seguridad que les falta en sus vidas; atenazados por las dificultades y los desafíos de la existencia, buscan la protección de la manada y se dejan conducir con la promesa de que todos los problemas quedarán vencidos.

Algo así como una varita mágica moderna o la lámpara de Aladino en incómodos diezmos.

El estudio matiza que no todas las preocupaciones que atemorizan a los neocatecumenales son materiales, pues el miedo a no alcanzar el Cielo ocupa un lugar destacado ya que todos ellos se consideran “falsos cristianos” por oposición a los “verdaderos cristianos”, que es lo que han comprado que serán, pasado no se sabe cuantísimo tiempo, si perseveran en la comunidad.

La persona que hizo este informe se encontró con que los neocatecumenales no daban razones positivas para explicar el porqué necesitaban de la comunidad neocatecumenal en su vida, sino negativas: por la falsedad de su cristianismo, por su carencia de fe, porque el demonio les engañaba sin remedio, porque sin ella no veían a Dios por ninguna parte, porque sufrían como condenados, porque no tenían esperanza… 

En suma, se aferraban a la comunidad como herramienta defensiva ante sus miedos, sus traumas, sus fracasos…

Con un agravante, la comunidad, lejos de sanar esa dependencia enfermiza, la fortalecía y potenciaba de varias formas. Por un lado con la afectividad desordenada hacia los líderes, los kikotistas y más allá hasta el pomposo equipo internacional del CNC; por otro lado, con una relectura del existencial miedo a la muerte.

«Dentro de las comunidades neocatecumenales, temas como el sentimiento de inseguridad, el abandono, la agresión, la idea del bien y del mal, etc., tienen como corolario el temor a la muerte. La obsesión por ésta ha estado también presente en las palabras de los informantes. Esta presencia de la muerte en sus explicaciones tiene mucho que ver con la idea de la salvación -el bien- y, por tanto, con el hecho de que la muerte les sorprenda sin ser partícipes de “la gracia de Dios”», dice el escrito.

Hay en los neocetecumenales un miedo obsesivo a la muerte que los encadena de por vida a la comunidad («los hombres, por miedo a la muerte, están sometidos de por vida a la esclavitud del demonio», dice Kiko. Lo que se calla es que esa esclavitud tiene una manifestación concreta en la comunidad), pues el pavor los infantiliza hasta el punto de estar dispuestos a creer que si entregan la vida al CNC, al morir irán derechitos al Cielo, sin escala en el purgatorio ni nada, que ya purgan bastante con las exigencias de la comunidad.

Ahora bien, ¿en qué consiste esta entrega de la propia vida al CNC? En obedecer ciegamente a los kikotistas. No a Dios, no a la Iglesia, a los kikotistas y solo a ellos, pues les hacen creer que son enviados por el mismo Dios para guiar a los elegidos y que así no se pierdan.

Y hay un aspecto más, también les hacen creer que por el pecado original al ser humano le es imposible no pecar. Por tanto, uno solo, dejado a sus medios y fuerzas, está perdido, y solo hay una forma de salvarse, que no es Cristo, sino el sometimiento y la obediencia a los kikotistas, que son unos pobrecillos muy ignorantes y, por desgracia, muy engreídos.

A tal punto llega su engreimiento que, según revela el informe, todo conato de rebeldía a las disposiciones de los kikotistas es achacado al demonio. Por lo tanto, jamás un kikotista acepta que sus decisiones sean objeto de discusión, se ha de hacer lo que él dicta y quien se niega es un engañado por el maligno o, directamente, está endemoniado.

Y a ver quien es el guapo que sale en defensa de uno que haya sido declarado endemoniado por los guías, los únicos que conocen el itinerario para llegar al Cielo.

Pero si algo pone de relieve la existencia de estos hermanos declarados endemoniados es precisamente la ineptitud de los kikotistas para expulsar demonios de los presuntos poseídos. Lo que da mucho que pensar, porque una de las señales que acompañan a los verdaderos enviados de Dios es la capacidad de pisotear alacranes y escorpiones, y otra es que expulsan a los demonios.

En el CNC, al hermano declarado endemoniado, declaración que acostumbra a ser pública y amorosísima, por supuesto, no se le exorciza, sino que se le amenaza con todas las penalidades imaginables en este mundo (su destrucción, la de su familia, la ruina, la enfermedad, la muerte ontikika, el descrédito, la depresión profunda, el mal olor de pies y la inspección de Hacienda), y después, la perdición eterna. Todo por no arrojarse a los pies de los kikotistas.

Porque no es por sus pecados por lo que se le vaticina tanto mal, no. Para el CNC, cuyo jefe muy gustosamente inventa pecados que no lo son, solo hay un pecado imperdonable, que no tiene que ver con el Espíritu Santo, sino con el propio CNC: lo único imperdonable es cuestionar al CNC y a su “projeta”.

Lo que pone de relieve otra característica de la malsana dependencia de los neocatecumenales hacia la comunidad: el individuo no importa, solo es un peón y si no funciona bien, se le declara anatema y a otra cosa. Es decir, se sacrifica sin pudor a los individuos en favor de la comunidad. 

Y así, el objeto, la herramienta inútil, pasa a ser el ídolo que los devora a todos.