Traditio postpandémica

 

Quiero pensar que la mayoría de los neocatecúmenos están faltos de un hervor. En general no son tontos, pero ante un argumento de autoridad sus neuronas huyen en desbandada y se suman sin chistar al punto de vista de quien manda, porque les han vendido que el que obedece no se equivoca.

Existen unos cuantos experimentos sociológicos al respecto (ver el de Solomon Asch, por ejemplo). Se busca a unos cuantos conejillos de indias para que participen en unas pruebas empíricas consistentes en algo tan simple como decir cual es la barra más alta en una sucesión de diagramas de barras, o cual es el color predominante en una sucesión de diagramas de colores, ese tipo de pruebas sencillas que es imposible fallar a menos que tengas un deficiencia visual severa.

Lo que los conejillos no saben es que las demás personas que participan en la prueba han recibido indicaciones para señalar una y otra vez la barra o el color incorrecto.

Pues bien, los experimentos demuestran que solo el 25 % se resiste a la presión de la mayoría en todas y cada una de las pruebas, el 75 % restante se deja influenciar para asumir como buena la respuesta incorrecta, solo porque es la que da la mayoría.

Quiero pensar que eso es lo que sucede en la mente de muchos neocatecumenales, deformada por años y años y consignas y mantras perniciosos. Y quiero pensarlo porque la otra opción es que no estén manipulados, que sepan lo que hacen y lo hagan libre y voluntariamente. Y eso es mucho peor.

Todo esto viene a cuenta de la hipócrita indignación de un neocatecumentalmenal escandalizado porque su amado projeta asegure que de no ser por Carmen él saldría «por la noche a buscar niños y cosas de esas» (Tostón de inicio de curso 2011 -2012); indignación que le lleva al absurdo de escribir para declarar pecado grave que se conozcan tales hechos concretos de Kiko (porque es obvio que entre los últimos y los peores lo de ir a buscar niños de noche no es con intención de cantarles nanas) y vaticinar un juicio inmisericorde para quienes a él -el indignadito que se rasca las vestiduras- le pete.

A ver, indignadito. ¿Acaso inventar odios y demonios en los obispos no es calumnia y difamación y mentira?  (ver aquí) ¿No sabes que desear la muerte a alguien es maledicencia? (ver aquí). Pues ya puedes correr a decirle a tu amo y señor que lo lleva crudo, que «uno de los pecados que más daño hacen a la Iglesia es de palabra. Dicho pecado hace referencia a los daños u ofensas que se causan cuando: se habla sin prudencia, se insulta, se inventan chismes, se difama, se da falso testimonio etc. Y todos seremos juzgados por ese y otros pecados». Ale, ale, que vas tarde, escocidito.

Y ahora, puesto que me importa un churro si hay hipócritas que se reconcomen y retuercen al leer este humilde blog, voy a desvelar como se lleva a cabo la traditio post pandémica.

No sé si esto se ha generalizado o es una ocurrencia particular en cierta parroquia en la que, pese a que el párroco es kiko antes que presbi, no se comen un colín desde hace varios lustros, pero el caso es el siguiente: la feligresía de esta parroquia, es decir, quienes viven en el área que corresponde a la parroquia, están hartos de visitas de neocatecumenales, así que a alguien se le ha ocurrido probar con quienes dejaron el Camino. A tan ausencia absoluta ellos le dicen: contactar con quienes "han dejado de venir hace tiempo", para interesarse por su vida.

Sí, sí, interesarse por su vida. Lo que han hecho ha sido sortear los teléfonos de gente que hace mucho que dejó la comunidad entre los neocatecúmenos que están en el paso de la traditio, que suelen ser "hijosde" que no recuerdan a la persona a quien tienen que llamar porque ellos eran niños cuanto "se ausentó" de ir a la comunidad.

Pero además esta persona no es feligresa de la parroquia en cuestión, sino que vive en otro barrio. Es decir, por mucho que el párroco, muy kiko él, se preste -la presión de la mayoría, ya se sabe- a enviar a los neocatecúmenos por las casas en su nombre, sucede que no tiene autoridad para hacerlo cuando se trata de quienes no son sus feligreses.

Sucede también que no es párroco ni los catequistas quienes llaman por teléfono al susodicho exkiko para intentar concertar una cita en su casa para ir a contar su experiencia de fe (esa es la consigna que tienen que intentar colar). Así que de repente, alguien que hace diez años que no pisa la comunidad recibe una llamada de Cuqui, la hija de Moncho y Pituca, ¿te acuerdas?, corresponsables de la segunda comunidad de XXX. Y claro, lo primero que quiere saber el llamado es quién narices le ha dado su número de teléfono privado a Cuqui.

Entonces se entera de que los kikotistas de Cuqui, que jamás han llamado para interesarse por como le va, han dispuesto por su cara bonita sortear los números de teléfono de los exkikos entre los integrantes de la sexta comunidad, que es la que está en el paso de la traditio. Y que el suyo le ha tocado al grupo de visitación formado por Cuqui y Pepi, que piden ser recibidas para cumplir con los deberes que les han puesto los kikotistas antes de la convi del paso, que es en dos semanas.

Esta es la realidad del CNC. Lo de ir por las casa no es para anunciar a Jesucristo, es por cubrir el expediente neokiko. Y si los feligreses ya están hasta el moño y no abren a nadie con la excusa de la pandemia o la post pandemia o lo que sea, se inmiscuyen en la feligresía de cualquier otra parroquia, sin que medie aviso ni notificación al párroco, faltaría más.

Además, tampoco les importa un churro que la persona a visitar no esté alejada de la Iglesia, porque lo indiscutible es que está alejada y liberada del gueto kiko, y de lo que se trata es de captarla de nuevo para el gueto, si posible fuese.

Por lo que sé, está siendo un fracaso clamoroso.

Otro más.

¿Les querrá decir algo Dios?