La mentira del falso profeta Kiko

 

Estos días pensaba sobre cómo desmontar la perversa mentira de que “faltar a la comunidad es un pecado grave”.

La premisa es tan absurda que resulta difícil atacarla desde la razón. ¿Cómo razonar contra un disparate? El absurdo patea la base del razonamiento lógico y el disparate es el núcleo del pensamiento mágico, es la base de la superstición y de la idolatría.

¡Qué bajo han caído los neocatecumenales!

Tantos años de trípode, de bolsas, de calentar metacrilato, de escuchar tostones, de esfuerzo, de machacar a los hijos y de moralina de la mala para acabar como los más supersticiosos e idólatras del lugar.

En resumidas cuentas, no voy a hacer un alegato razonable para desmontar la mezquina mentira del falso profeta, sino que voy a hacer uso de las fuentes: Puesto que la Iglesia es la depositaria de la sabiduría divina, quien quiera ver y conocer la verdad solo tiene que acudir al catecismo de la Iglesia Católica y buscar en él. Le adelanto que no encontrará en ninguna página que se diga que el no asistir a un gueto es pecado.

Para empezar, la Iglesia aclara que los pecados más graves son aquellos en los que queremos ofender a Dios directamente para romper con Él (para que las explicaciones sean sencillitas, están tomadas de la Iniciación cristiana de niños, vol. 4). Y además da ejemplos concretos: Esto lo hacemos cuando caemos en la idolatría, cuando blasfemamos y, por último, cuando apostatamos.

De manera que poner a la comunidad por delante de la propia familia sí puede ser una ofensa a Dios, por lo que tiene de idolatría y de desprecio a las gracias y dones que Él nos ha dado.

La iniciación cristiana de niños prosigue con la explicación de otros pecados graves: Todo acto de desobediencia a la ley de Dios en materia grave, que se cometa con pleno conocimiento y deliberado consentimiento es un pecado mortal.

Por tanto, para incurrir en un pecado grave es necesario el conocimiento pleno, el deliberado consentimiento y el transgredir uno de los mandamientos de la ley de Dios. Y mira tú por donde no hay un mandamiento que sea “No faltarás a la comunidad”.

Y nadie, ni Moisés ni el Papa ni un concilio ni mucho menos un presbikiko o uno al que le gustaría ser profeta pueden quitar no añadir nada a los mandamientos, porque fueron escritos por el mismo Dios y son inmutables.

Lo pongo aún más claro con el contenido del Catecismo:

«Solo Dios es digno de adoración y de amor porque es nuestro Padre y Creador, nuestro Señor y Salvador y Aquel con quien esperamos vivir eternamente felices» (Catecismo CEE 1986).

Solo Dios es digno de adoración. La comunidad no es digna de adoración, el trípode es un mejunje que no es digno de adoración y el falso profeta que firma lo que no hace no es digno de adoración. Esta es la Verdad y quien no la acepta camina en tinieblas y sombras de muerte porque se ha inventado una reliigioncita y un diosito a su medida.

Dice más el Catecismo:

«El hombre debe amar y servir a Dios ofreciéndole toda su vida: su corazón, su mente, sus fuerzas, su trabajo, sus deseos, su amor y su servicio a los demás».

El hombre -genérico que identifica a todo ser humano- debe amar y servir a Dios. No debe servir a la comunidad, ni al trípode, ni a los kikotistas que viven de fruta madre a costa de otros.

«Amar y servir a Dios es, ante todo, imitar a Jesucristo y cumplir sus mandatos».

Jesucristo, quien no fundo una comunidad ni jamás hizo trípode alguno, quien no despreciaba a beatorros de sinagoga de 12 ni a publicanos ni a cananeos, quien no aceptaba la presunta autoridad de kikotistas y farikikos, a quienes llamaba sepulcros blanqueados.

Pero aún hay más.

«Pecan contra los tres primeros mandamientos de la ley de Dios:

• Quienes niegan a Dios o viven como si no existiera.
• Quienes deforman o se oponen a las verdades de la fe y las enseñan así a otros.
• Quienes reniegan de su fe.
• Quienes rompen la unidad de la Iglesia.
• Quienes adoran a una persona, una cosa, una idea, la propia patria, etc., como si fueran el dios de su vida.
• Quienes confían en el poder de los [profetikikos], adivinos, horóscopos o amuletos, etc.
• Quienes pronuncian con mala intención palabras injuriosas contra Dios o las cosas santas.
• Quienes juran en falso» (Iniciación cristiana de niños. Vol 4).

Esta es la Verdad. Esta es la Fe de la Iglesia. Quien deforma la doctrina es quien peca gravemente, quien rompe la unidad de la Iglesia peca gravemente, quien diga que los falsos profetikikos tienen un poder y un carisma que emana directamente de Dios peca gravemente. Y añado que quien hace uso del nombre de Dios para sus propios fines peca gravemente.

Nadie peca por faltar al club inútil más caro, elitista y coercitivo que conozco, pero sí es pecado idolatrar a tan macabro y maligno grupo.

Y a quienes se creen la sarta de mentiras del falso profeta habría que devolverlo a las catequersis de iniciación cristiana, las de verdad, las de la Iglesia, para que descubriese hasta qué punto ha sido engañado.