Sobre la comunión en tiempo de pandemia (I)

Agradezco al comentarista que escribió la siguiente aclaración sobre el mensaje del obispo de Córdoba en su carta semanal del pasado día 27 de marzo del 2020, un año providencial y extraordinario, como bien se sabe.

Me gusta que los obispos vistan de Obispo, con puntillitas

«Por aclarar lo que ha dicho el obispo de Córdoba: “La inmensa mayoría de los fieles hagan comunión espiritual, cuando asisten a la Misa televisada. Si algún familiar sale a comprar o pasa por la parroquia, el párroco podrá darle la sagrada forma para que, llevada con el máximo respeto, puedan comulguen los de su casa, como se ha hecho en tiempo de guerra”.

Quiere decir esto, que el Obispo delega en el párroco la autoridad para entregar a un laico, en calidad de ministro extraordinario, la comunión para que la lleve a su familia. En ningún caso dice que autorice la reserva del Santísimo Sacramento en las casas para su posterior auto administración. El ministro extraordinario en este caso, llevaría la comunión a su casa con el respeto y dignidad debidas, y nada más llegar, se la daría a los miembros de su familia que RECIBIRÍAN la comunión (no se la tomarían ellos mismos) de manos de quien ha sido autorizado puntualmente como ministro extraordinario. Es esta cosa bien distinta, de reservar el Santísimo en las casas, algo para lo que no ha dicho que dé autorización y de que cada cual coja la comunión y la tome él mismo durante celebraciones "caseras"»

 En efecto, el obispo de Córdoba se decanta como primera y generalizada opción por la comunión espiritual durante la misa televisada y, de forma excepcional y un tanto anárquica, por el reparto y traslado de la comunión eucarística.

Digo que su mensaje muestra cierto grado de anarquía porque en la Iglesia, la Católica, un ministro extraordinario de la comunión no se improvisa con el primero que llama a la puerta de la casa parroquial y saluda con un “ya que voy a por pan, he pensado: a ver si don Tomás me puede dar un par de hostias consagradas para la Benita y para servidor”. Por lo menos no se hace así en años que no sean tan providenciales como este. Ni en lugares que no sean Córdoba, supongo.

En la Iglesia, la Católica, un ministro extraordinario de la comunión ha de ser alguien implicado en la parroquia, es decir, conocido por el párroco, hay ciertos requisitos de edad y también de modo de vida. Además, de acuerdo con la Instrucción Immensae caritatis, la designación la hace el Obispo y solo excepcionalmente, el sacerdote. En el caso de que sea este último quien designa a un ministro extraordinario -¡Ojo! No se designa el laico a sí mismo- es una autorización ad actum. Es decir, no por un tiempo ni mucho menos permanente, sino una autorización de un solo uso, para esa concretísima vez y ninguna más.

Es decir, no se trata de que la señora Remedios Pinto se acerque a la ventanilla de reparto y pida para ella y para su hija -doña Remedios vive con su hija pequeña, con el yerno, que se ha convertido al judaísmo, tres nietos, un periquito y dos chihuahuas-y también para la señá Manuela, que es su vecina de enfrente, que como está cojita apenas sale, y doña Remedios le hace los recados.

No. Lo que tendría que ser es que doña Remedios localice al párroco -tal vez el buen hombre haya puesto un aviso en la puerta de la casa parroquial indicando en que horas estará disponible para el nombramiento de ministros extraordinarios de la comunión ad actum-, el párroco la recibe, conoce a doña Remedios porque la mujer no se pierde un rezo del rosario ni una novena a la Purísima, sabe de su situación familiar y que, aunque convive con dos parientes en edad de comulgar, uno de ellos no pisa la iglesia desde que se quitó el traje de monaguillo a los once años.

Como párroco responsable que es, primero se asegura de que doña Remedios entiende la responsabilidad que adquiere, luego procede realizar sobre ella la bendición con la que la designa ministra extraordinaria de la comunión ad actum.

«Los ministros extraordinarios deben recibir una formación adecuada al encargo que reciben: “Se debe proveer, entre otras cosas, a que el fiel delegado a tal encargo sea debidamente instruido sobre la doctrina eucarística, sobre la índole de su servicio, sobre las rúbricas que se deben observar para la debida reverencia a tan augusto Sacramento y sobre la disciplina acerca de la admisión para la Comunión (Instrucción sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos, art. 8 § 2)».

Y luego pasa al proceloso tema de si la familiaridad aludida por su Obispo se refiere a familiaridad de trato, en cuyo caso no hay problema en que doña Remedios acerque la comunión a la señá Manuela, o ha de ser relación consanguínea o política, y si es así, se fastidia la pobre señá Manuela.

Puede que la intención del obispo don Demetrio fuese dar libertad para que cada párroco ajuste las condiciones en función de las necesidades de la parroquia. Puede ser. Dado que no estoy en posesión de la bola de cristal que permite a tantos kikos meterse en las mentes de otros, que son Cristo, no estoy en disposición de afirmarlo ni de negarlo.

Lo que puedo asegurar, es que sean una, dos o tres las hostias consagradas que se lleve doña Remedios metiditas entre pañuelos blancos de lino dentro de una teca o cajita, deberían ser consumidas tan pronto como lleguen a sus destinatarios.

Porque el traslado de la Comunión en la Iglesia, la Católica, no está pensado para que el pan permanezca en la custodia hasta que en la misa televisada llegue el momento de la comunión, sino que está previsto para enfermos que no pueden desplazarse, a quienes se les administra sin el contexto de la misa.

En fin, este es un año providencial y extraordinario y don Demetrio vuelve a dejar en libertad a párrocos y fieles para que procedan como su conciencia rectamente formada les diga. En suma, tal vez el obispo de Córdoba no quiera que las hostias queden preservadas en casas particulares hasta que los destinatarios vean la misa televisada. No lo sé, porque, como ya he dicho, yo no tengo bola de cristal para poder saber lo que piensan otros, que son Cristo, pero habría estado bien que el Obispo aclararse ciertos puntos.

El caso es que ni don Tomás, el bendito párroco de Nuestra Señora de las Luces, parroquia de doña Remedios, ni cualquier otro párroco, ni el obispo de Córdoba, ni cualquier otro obispo u obispillo de un lugar remoto, ni el Papa, ni ningún Papa de cualquier época pueden disponer a su bola que sea otra persona distinta al ministro extraordinario que ha recibido las hostias quien administre la comunión.

Es decir, doña Remedios sería la única autorizada a dar la comunión a su vecina la señá Manuela, a su hija Mariola y -aquí tengo mis dudas- a sí misma.

«Al ministro extraordinario de la Comunión nunca le está permitido delegar en ningún otro para administrar la Eucaristía» (Instrucción Redemptionis Sacramentum, n. 159).

Tengo dudas porque ya he expresado que considero que lo suyo es primar la Comunión recibida sobre el visionado de la misa, por lo que lo procedente sería que doña Remedios recibiese la comunión de don Tomás antes de salir de la casa parroquial con su teca o cajita bien guardada -preferentemente sin hacer compañía a la lechuga, la barra de pan y las pechugas de pollo que ha comprado ya que pasaba por allí-, que regresase directamente a su casa y que, según entrase por la puerta, diese la comunión a la hija y la vecina.

«El sacerdote o el diácono, o el ministro extraordinario que lleva la Sagrada Eucaristía para la Comunión, irá directamente, en cuanto sea posible, desde el lugar donde se reserva el Sacramento hasta el domicilio, excluyendo mientras tanto cualquier otra actividad profana, para evitar todo peligro de profanación y para guardar el máximo respeto al Cuerpo de Cristo» (Instrucción Redemptionis Sacramentum, n. 133).

Tal vez sea que don Demetrio sabe a ciencia cierta que todos los párrocos de su diócesis están al tanto de la normativa Redemptionis Sacramentum, por lo que es consciente de que no necesitan más indicaciones de las ya dadas, por más que a mí me parezcan imprecisas e improvisadas.