Hijos del Camino (I)

 

Cuando yo entré en el Camino Neocatecumenal tenía 13 años. No sé por qué razón los dirigentes del Camino decidieron que con 13 o 14 años una persona ya puede ser considerada "madura" para recibir unas catequesis de "adultos" e ingresar en una comunidad con "adultos". 

Los motivos de tal decisión se deben a las experiencias de los primeros padres y madres que fueron realizando el Camino en sus inicios. Kiko siempre menciona que las experiencias de las familias van mostrando qué necesidades y dificultades se encuentran a la hora de educar a sus hijos en la fe. Así, se encontraron con que a la edad de 13 o 14 años los hijos ya no quieren ser meros espectadores en la comunidad de sus progenitores, se sienten incómodos entre los más pequeños y necesitan un poco de libertad. 

Hasta hace unos años, esta realidad coincidía con el hecho de que entre la Primera Comunión y la Confirmación había cierta continuidad pastoral en las parroquias, pero una vez confirmados los chicos y chicas ya no encontraban una pastoral ad hoc que les mantuviese unidos a la Iglesia hasta su mayoría de edad, a los 18. Por tanto, las Catequesis de Inicio del Camino debían estar abiertas a ellos para evitar que se echasen a perder en la adolescencia. 

En la actualidad Kiko ha introducido varios inventos (celebración de los padrinos los viernes, escrutes en la parroquia para jóvenes y solteros, etc.) que contribuyen a tener a los más jovencitos bien atados. En mis tiempos creíamos que el Opus Dei era el ejemplo más controlador y severo del mundo para con los niños y adolescentes. Ahora es el Camino Neocatecumenal el que construye los guetos más fortificados para sus nuevas generaciones. 

Como decía al principio, entré en mi comunidad con 13 años. Por supuesto, para acercarse al Camino uno tiene que conocerlo a través de alguien. En mi caso fue mi madre. Mi comunidad estaba especialmente llena de hijos de los primeros caminantes de las principales parroquias neocatecumenalizadas de Madrid. 

Es importante destacar que una persona de solo 13 años no se acerca al Camino igual que se acerca a un club deportivo o cultural. Si no es porque su padre y/o su madre acuden a las Catequesis de Inicio de motu proprio o porque sus progenitores ya están previamente en una comunidad, no se le pasa por la imaginación, a no ser que vaya contagiado por otros amigos que estén en alguna de ambas situaciones. Es decir, el Camino Neocatecumenal no es atractivo per se para un crío de esa edad. 

Hay que señalar, en relación con lo anterior, que la mayoría de hijos de matrimonios que ya están dentro (por no decir todos) tienen asimilado que a los 13-14 años ya pueden entrar en una comunidad propia. Saben que hasta que no tengan 18 años tienen que hacer la voluntad de sus padres, que por supuesto es que continúen en el Camino Neocatecumenal. Una vez cumplan 18, legalmente podrán hacer una vida emancipada. Y esto los neocatecumenales se lo toman muy en serio. A los 18 años si no quieres caminar porque el Camino no te convence o no es tu sitio, puedes abandonar la casa paterna y buscarte la vida fuera. 

Eso se traduce, en la práctica, en que si tu plan de vida es seguir viviendo bajo el mismo techo que tus padres, tendrás que ser miembro del Camino sí o sí. No importa qué difícil estén las cosas para encontrar un empleo y poder emanciparte económicamente. Si sigues viviendo con tus padres, ser del Camino Neocatecumenal es una condición sine qua non para poder comer y dormir y vestir y vivir en su casa. Y si no lo haces, tu existencia será muy difícil, puesto que tus padres tendrán que echarte al anatema, tal como les han predicado sus katequistas. 

Por tanto, es una misión casi imposible escapar del Camino si has nacido en una familia neocatecumenal. Desde que eres un bebé de pecho, tu relación con tus hermanos y con tus padres deberá adecuarse a los preceptos educativos dados por Kiko y Carmen -unos ignorantes que no han tenido hijos- y la palabra "comunidad" será para ti algo tan cotidiano como el respirar. Si tus padres están en una comunidad, tarde o temprano toda tu familia tendrá que adaptarse al rígido modelo que el Camino establece acerca de qué es una familia, cómo tiene que hacer las cosas, quién y cuándo tiene que hacerlas. 

El Camino ya ha diseñado para ti cómo tiene que ser tu casa, con una estancia sagrada que será la habitación de tus padres, donde se sitúa el tálamo matrimonial, con otra estancia no menos sagrada donde se situará la mesa para comer y rezar laudes en familia, con una serie de adornos de Kiko y demás artículos litúrgicos obligatorios que constituyen el ajuar de la Iglesia doméstica, amén de otros de carácter voluntario pero muy cotizados como signos neocatecumenales: el Shemá en las jambas de la puerta, candelabros judíos, la Biblia abierta en la entrada de la casa, etc. 

Eso en cuanto a cuestiones de "atrezzo".

Tus padres, tus hermanos y tú os distinguiréis de los demás por unas cuantas peculiaridades un tanto extrañas en estos tiempos que corren. Por ejemplo, la división tajante entre niños y niñas, hombres y mujeres. Un padre neocatecumenal no debe ocuparse del aseo de sus hijas, igual que una madre neocatecumenal no debe ocuparse del aseo de sus hijos. El respeto al pudor es sagrado. Por aseo me refiero a darles una ducha o un baño como parte de la rutina diaria. Así, un padre neocatecumenal no puede bañar a su niña de 6 años y un niño de 7 años no debe compartir bañera con su hermana de 5. 

En cuanto a la amistad, para un niño del Camino es harto difícil tener relaciones sociales normales con niños que no pertenezcan al movimiento -o lo que sea-. Un niño del Camino no puede ir a casa de sus compañeros de clase a jugar o a celebrar un cumpleaños, no sea que sus padres estén divorciados o ni siquiera estén casados o sean unos perfectos paganos. Los niños son muy listos y rápidamente aprenderán a interpretar las señales que a su alrededor indican dónde hay fe (en sentido neocatecumenal) y dónde no la hay, sus padres neocatecumenales ya les adiestrarán para ser radares efectivos en ese sentido.

Un niño del Camino tendrá muchas dificultades para enrolarse en actividades de ocio y deporte en su barrio o escuela, principalmente porque entre semana sus padres no pueden comprometerse en nada que no sea su comunidad. Incluso si pudieran compatibilizar su vida para y por la comunidad con que sus hijos participen en esas actividades después de la jornada escolar, tendrían otra dificultad añadida que les haría desistir: el domingo es el día del Señor y el sábado es el día de la eucaristía con la comunidad. 

Imposible jugar un partido de baloncesto un domingo, hay que rezar Laudes en familia. Imposible jugar un partido de fútbol en sábado por la tarde, hay eucaristía. Imposible ir de excursión de fin de semana con los boy-scout, hay convivencia el domingo. Imposible participar en el campeonato de tenis en Semana Santa, hay que vivir en la parroquia preparándose bien para la Pascua. Imposible participar en la exhibición de baile programado para Carnaval, eso es pagano. 

Para un niño del Camino Neocatecumenal la vida transcurre en los salones de la parroquia cerrados para cualquier otro grupo, en las casas de convivencia de domingo, en las de fin de semana para los pasos o las convivencias de transmisión, y siempre rodeado de niños del Camino y de cuidadoras. Desde bebé tiene que acostumbrarse a pasar de mano en mano, a formar parte de un grupo numeroso que queda al cuidado de personas más o menos conocidas y más o menos fiables. 

Lo de buscar cuidadoras en una comunidad es un tarea complicada, pues debe ser una persona dispuesta a regresar a su casa a horas intempestivas, cuando los padres de los niños regresan de una celebración de garantes a las 3 a.m. o incluso más tarde o de una simple celebración en la parroquia a las 11 p.m. Si el servicio se presta en los salones parroquiales, puede encontrarse con un grupo de 70 niños con edades por debajo de los 8 años. 

Niños que se aburren, que lloran, que quieren estar con sus mamás, que se pelean por un juguete. Niños que están enfermos y contagian sus virus a todos los demás. Niños que se revuelcan por los suelos sucios y llenos de mugre, que se tumban en alfombras por las que han estado correteando ratas y cucarachas. O tal vez niños estresados o agobiados, que tan solo necesitarían un poco de paz y jugar tranquilamente en la arena de un parque al aire libre. O quizá niños que llevan mal tanto desapego afectivo, niños hiperactivos que no aceptan límites o niños más acostumbrados a vivir en la jungla donde el otro es tu enemigo que en un entorno civilizado.

No importa cuál sea tu situación particular, tendrás que pasar las horas muertas allí, entre gritos, golpes y mocos, a cargo de unas cuidadoras que tienen muy claro que ellas no son las madres ni las responsables de la educación de esos pequeños salvajes. Y que solo hacen eso para ganarse un dinero. Que se saben imprescindibles para esos adultos que darían su vida con tal de poder disfrutar de unas horas lejos de sus niños, pero que en vez de ir al cine o a cenar con sus amigos se pasan las horas metidos en celebraciones kikoligiosas.

Pensemos detenidamente sobre ello. ¿Dejaríamos a nuestros hijos al cuidado de cualquiera, sin referencias, mientras vamos a hacer la compra al supermercado? ¿Por qué entonces nos la jugamos cuando se trata de aparcarlos para asistir a una celebración de la comunidad? ¿Acaso Dios tiene que hacer milagros extra porque corremos riesgos innecesarios? Por supuesto que en el Camino te llamarán neurótico por preguntarte ese tipo de cuestiones. Y afectivo. Y te dirán que vas a destruir a tus hijos con tu afectividad desordenada que no asume sus rígidas reglas de solterones sin descendencia.