Los itinerantes del Camino no se fatigan ni hilan

El otro día, en una pequeña tertulia con algunos neocatecumenales, salió el tema de los itinerantes. O mejor dicho, del futuro de los itinerantes. Y quien más se explayó sobre el asunto fue una señora que durante unos cuantos años fue chacha-gratis-total en un seminario, donde tuvo trato con algunos de ellos, es decir, que sabe de lo que habla.

Pues bien, esta señora estaba preocupada por la “jubilación” de los itinerantes.

Lo que refleja que, pese al porrón de años que esta mujer lleva en el Camino, pese a la de veces que ha planchado la túnica fantasmal y pese a todas sus degustaciones de leche con miel, sigue buscando la seguridad en cositas tan fútiles como el derecho a una jubilación digna.

Por eso a esta señora le preocupa grandemente el hecho de que hay muchos itinerantes que ya están mayores y que no han cotizado a la Seguridad Social en toda su regalada vida.

En el fondo es de cajón. Quien no trabaja, no cotiza. Y ser itinerante significa eso: se va a hacer proselitismo, a publicitar al CNC, a vender el CNC a los curas, a “abrir” parroquias -lo que en la práctica significa cerrarlas a cualquier otro movimiento-, a hacer kikotesis, a hacer konvivencias, a hacer pasos… No queda tiempo -ni mucho menos ganas- para trabajar. El itinerante vive para kikotizar y no puede perder el tiempo con un trabajo que le reste 40 o a saber cuantas horas a la semana.

Lo de san Pablo, que trabajaba para no ser gravoso a las comunidades que fundaba, es un moralismo de la iglesia primitiva que el Camino tiene superado desde el primer itinerante.

Los itinerantes viven y medran de sus comunidades. Y suelen vivir mejor que cualquiera de sus comunidades. Y además presumen de ello, presumen de que diosito les cuida y les mima y les regala todo lo que necesitan y más. Y cierran los ojos y no quieren ver que haya gente en las comunidades que pasa necesidad para que ellos tengan de todo. Es una muestra más del “amor y la unidad” que brilla por su ausencia en el Camino.

Pero resulta que el tiempo pasa, los itinerantes envejecen, se les empiezan a olvidar los mantras memorizados, suben al atril y balbucean y no hay quien les entienda, enferman, no se pueden mover como antes, tienen artrosis en las manos y cada rasgueo de guitarra es como si le pisasen la cola a un gato…

Y aparece el problema.

Esos itinerantes se siguen aferrando a su posición dentro del entramado del CNC porque viven de las comunidades, y si dejan de ser itinerantes, si dejan de servir a su amo, pierden su medio de vida, pierden su sustento. No pueden volver a su comunidad de origen porque posiblemente ya no exista y, de existir, no se les consentiría vivir a costa de esa comunidad que dejaron atrás, sencillamente porque para una sola comunidad el esfuerzo es insostenible. Así que se quedan donde estén y aguantan y siguen chupando y chupando y chupando y cada vez necesitan más para dar a cambio cada vez menos…, porque ellos dicen que dan. Claro que también dicen que lo hacen gratis total y enviados por el obispo y de parte de Dios y que lo que dan es la salvación y la vida eterna aquí y otras monsergas tan falsas como las ya apuntadas.

Por eso no existe la figura del itinerante jubilado. Salvo que haya un escándalo y se obligue a dimitir, digo, se invite a descansar, al itinerante responsable del escándalo, la itinerancia es una actividad de por vida. Con una excepción. Los curas, digo, los presbis.

Los presbis, por aquello de que son diocesanos, tiene paga y cotizan y tienen derecho a la jubilación. Y supongo que muchos de ellos, tras jubilarse, aspiran a dedicarse por entero a kikotizar el mundo.

Pero me consta que no es así con todos. Me consta que hay presbis del Camino que acaban en una residencia para señores sacerdotes. Ni se dejan atrapar en un equipo de kikotización ni su comunidad de origen se hace cargo de ellos ni reciben visitas de su comunidad en la residencia. Son olvidados.

¿”Mirad como se aman”? Esa frase que tanto gusta a Kiko es una burla cruel.