Vara de medir neocatecumenal

El cerebro suele hacer conexiones sorprendentes. Estaba con el ordenador, comprobando que casi todos los jovencitos hijos de la comunidad tienen su facebook y me he encontrado con un rostro que no veía desde hace tiempo.

La imagen en cuestión es de una joven, hija de una catecúmena que hace bastantes años se fue a otra provincia. Y entonces mi cerebro ha decidido rescatar de la memoria la escena que presencié cuando esta catecúmena emigrada a otras tierras, que en aquel entonces tenía menos años de los que ahora tiene su hija, explicó a los kikotistas (que no catequistas) que por supuesto que le habían dado un libro de familia con motivo del nacimiento de su hija, que hoy es una bella jovencita que, por cierto, se parece más a su padre que a su madre.

Para que se entienda la bobalicona incomprensión del kikotista, se da la circunstancia de que los progenitores de la niña no estaban casados; por tanto, no eran una familia. Así que al comprensivo kikotista le parecía de juzgado de guardia que se aplicase el “libro de familia” a la prole habida de una relación que ya se encargaron entre unos cuantos de que fuese poco duradera.

La madre de la criatura que propició ese libro de familia inconcebible para la cerril mentalidad de un kikotista, era, como ya he mencionado, muy joven, estudiante de universidad, sin medios propios para independizarse; el padre era igualmente muy joven, pero en lugar de estudiar una carrera había optado por ponerse a trabajar en cuanto tuvo edad legal para ello. Su gran delito fue no ser caminante ni querer serlo.

Pienso además que los kikotistas fueron muy deshonestos con él.

Por aquel entonces la comunidad estaba en los segundos escrutinios, en los primeros segundos escrutinios por los que pasé. Y la entonces novia optó por no contar nada hasta que le tocó ser escrutada; lo soltó todo en el escrute, en presencia de la comunidad, pero no del padre de su hija: que estaba embarazada, que estaban preparando aceleradamente la boda, que se planteaba dejar la carrera…

Considero que por no estar presente el padre de la criatura, lo correcto hubiese sido que los kikotistas no se lanzasen a disponer lo que había que hacer, que puestos a intervenir en la vida de otros, por lo menos tuviesen la deferencia de permitir que los interesados opinasen... ¡Pero qué tontería la mía! ¡En el Camino no se puede opinar, se obedece y punto! Así que a espaldas del padre y ante un montón de gente que nada pintaban allí, los kikotistas se dedicaron a decirle a la joven madre lo que tenía que hacer.

La boda apresurada se canceló. De hecho nunca se celebró tal boda. El entonces novio, al enterarse de que otros habían estado disponiendo a sus espaldas lo que convenía a su novia, declaró que nunca haría las kikotesis y que tampoco quería que su novia siguiese en semejante grupo. Rompieron al poco de nacer la hija. Sólo perduró el libro de familia que tanto ofendió al bruto del kikotista.

Sucedió, supongo que no por casualidad, que como un par de años después el hermano de esta catecúmena también dejó embarazada a su novia. La historia se repetía, él sin oficio ni beneficio; ella trabajadora por cuenta ajena. Pero en este caso los dos eran catecúmenos. Así que el dictamen de los kikotistas fue justo lo opuesto: que se casasen en cuanto se pudiese para que Dios entrase en su relación.

El resto de la familia de estos dos hermanos nunca ha querido saber nada del Camino. Pienso que no es difícil entender los motivos.