El demonio en el Camino

De vez en cuando mantengo contacto epistolar con hijos del Camino. No son pocos los que escriben simplemente para dar rienda suelta a su frustración en forma de maldiciones nada cristianas, pero genuinamente kikianas, puesto que los “nenes” hacen lo que han aprendido en la casa de su padre. Esos tales, que no esperen recibir contrarréplica de mi parte, no voy a ponerme a su bajura, digo, a su ínfima altura.
 

Detectores de "demoños" y jueces de tu vida

En cambio, ha habido uno que desde el primer correo captó toda mi atención y mi deseo de apoyarle de alguna manera. La suya es en algunos aspectos una historia usual dentro del CNC: el hijo de unos padres catecúmenos que entra en “su” propia comunidad en cuanto alcanza la edad mínima para ello, que participa en todas las cosas de la comunidad, que cuando descubre por casualidad este humilde blog sus intervenciones en él son para poner a caldo a los que denunciamos las tropelías que conocemos; alguien cuya vida, por inercia, gira en torno al CNC porque siempre ha sido así, porque sus padres le han dicho siempre que tiene que ser así, porque sus “catequistas” le dicen siempre que así tiene que ser, porque el responsable dice que así es como ha de ser, porque sus amigos son del Camino, porque su familia es del Camino, porque todo cuanto ha amado tiene que ver con el Camino…

Pero en el fondo se da cuenta de que nada de lo que hace, nada de toda esa parafernalia que otros le dicen que tiene que ser su vida, le sacia. Y no le sacia por más que se implica y que lo da todo. Estoy escribiendo sobre alguien que se ha levantado y ha pasado años de itinerante, dándolo todo por el CNC, sin quedar nunca saciado ni satisfecho.

Y conforme este hombre maduraba y crecía su propia personalidad, más insatisfecho estaba con las leyes y las imposiciones que recibía. Hasta salirse del CNC.

Hoy es un proscrito para su familia. O dicho en la jerga kikil: “está engañado por el demonio, que le domina y le lleva por donde quiere”. Eso dicen sus tunicados padres, pero tal vez la realidad sea que hoy, su hijo ha elegido ser él mismo, y lo ha elegido al precio de tener que  sobrellevar el dolor de que su familia no le acepta tal y como es y se lo demuestran con hechos concretos a cual más mezquino cuando no despiadado.

Por eso hoy quiero hacer saber a Pablo que no está solo, que aunque le escriba poco, no le olvido y que le deseo éxito en sus proyectos.

Y hay otra cosa que quiero comentar. Según sus tunicadísimos padres (no hace falta que nadie me diga que tunicadísimos no viene en el diccionario; lo sé. Y me trae sin cuidado), es el hijo “rebotado” el que ha sido engañado por el demonio. No así ellos, pues no sé si en virtud de la enoooorme dignidad de la túnica blanca que van a desempolvar para lucir el próximo sábado o  en virtud de los chutes de kikotina que se meten todas las semanas o por todo ello, se consideran inmunes a los engaños del maligno. En resumen, estos padres crueles lo son no por estar engañados por el demonio, sino porque les sale de dentro, porque quieren, con plena conciencia de lo que hacen a su amadísimo prójimo; en cambio si su hijo no es como Kiko y ellos quisieran, no es por maldad ni por decisión personal, dicen, sino por el engaño del pérfido demonio.

Eso es lo que me repugna en tales kikos tunicados: están tan ciegos que se creen que dan gloria a Dios cuando tratan a su amadísimo prójimo a patadas; se creen que colgando de su amadísimo prójimo, aunque éste sea su propio hijo, el sambenito de “engañado por el demonio”, quedan legitimados para tomarse la justicia por su mano, y su “justicia”, indefectiblemente, es inhumana, inmisericorde e injusta, profundamente injusta.

Pero están tan ciegos, que prefieren perder un hijo antes que desobedecer la ley kika que les ordena ser crueles e injustos con el amadísimo prójimo al que tan amorosamente tildan de “rebotado”  y “engañado por el demonio”.

Quiera Dios que se conviertan y sean capaces de ver el daño y el dolor que están causando.