Hija del Camino Neocatecumenal

Experiencia de Sara sobre el “amor neocatecumenal”, que no tiene que ver con cualquier otro amor.

Publicado aquí, el 6 de abril de 2015.

"En determinado momento me di cuenta de que era diferente a mis compañeros: casi nadie tenía más de dos hermanos, no diez como yo. Pero, sobre todo, quien era creyente no padecía por ello una enorme carga de obligaciones, simplemente iba misa los domingos, no como nosotros que íbamos el sábado por la noche, además de rezar mucho en casa y de asistir a lo que llamamos "comunidad" todos los martes y algunos fines de semana al mes". Habla con pasión, Sara, que tiene veinticinco años, y ahora está casado y tiene un hijo de tres años y medio. Sus padres forman parte del movimiento de la Iglesia católica llamado "Camino Neocatecumenal", en el que se invita a las familias a tener muchos hijos, ocho, diez, doce.

Una familia con muchos niños desde el exterior puede conmover, especialmente en un país que tiene pocos niños, pero la verdad, desde el interior, es muy diferente. De hecho, la historia de Sara es compleja, marcada por el conflicto y el sufrimiento causado por una religión vivida en forma opresiva. "Recuerdo que detestaba la obligación de hacer las Laudes los domingos por la mañana, todos juntos, no me gusta pasar tantas horas rezando. Los verdaderos problemas comenzaron a los catorce años, cuando mis padres me enviaron con mi hermana de trece a hacer las catequesis para entrar en una comunidad. La adolescencia es de por sí un período bastante difícil, imagina lo que puede ser en una familia hipercatólica, absolutamente cerrada a cualquier tipo de entretenimiento adolescente que no haya sido aprobado por los padres", dice Sara.

"Yo, por supuesto, me rebelé en todo y a escondidas hacía lo que quería, sin poder confiar en mis hermanos o mis amigos, que eran casi todos parte de la comunidad y por lo tanto también estaban bastante reprimidos por su familia" .

La adolescencia de Sara también estuvo marcada por otro gran temor: el temor a que su madre quedase embarazada de nuevo. Teniendo en cuenta los numerosísimos compromisos religiosos de sus padres, de hecho, le correspondía a ella, la primera hija, cuidar de los recién nacidos. "Como dice mi psicoterapeuta, a la que tuve que recurrir a los veinte años, me cargaron con una responsabilidad muy grande demasiado pronto, porque mi carácter me impulsó a dar todo de mí para poder desempeñar mi deber como hija-hermana-estudiante, y mientras los catequistas no hacían más que repetir que éramos unos pecadores, inculcándonos un sentimiento de culpa terrible: he visto llorar a la gente, otros no han resistido la presión psicológica y se han ido".

El verdadero conflicto con la familia por el tema del estilo de vida comienza después de los 18 años. "En ese momento hice lo que este movimiento llama "segundo escrutinio". Es una etapa en la que, además de la “invitación” a deshacerte de todos los bienes materiales,  se somete a los miembros a un durísimo escrutinio interior: así también a mí me llegó el turno de sentarme en esa silla, frente a ocho catequistas y toda la comunidad, y responder a todo tipo de preguntas, incluidas sobre sexo. En ese momento de la vida, a continuación, sólo se plantean dos opciones  en este camino: o casarse, para empezar a tener hijos, o entrar en el seminario o convento, tertium non datur (no existe tercera vía)".

Tal vez por miedo a la clausura, quién sabe, tal vez por la rebelión, a los veinte años Sara queda embarazada de su novio, no creyente y ajeno a la comunidad. "Estaba en el segundo año de la universidad (un grado de tres años en el campo sanitario), y para mí fue devastador: Me avergonzaba estar embarazada de un niño que no quería, pero me fui de la comunidad porque estaba cansada de ser señalada como la María Magdalena del caso. Por supuesto que todos me abandonaron, me encontré sin ningún amigo, aunque afortunadamente tenía el apoyo de quien hoy es mi marido (Me casé a los 21 años, después de numerosas presiones)". Tras el nacimiento del bebé, comienza un período difícil. "Sufrí depresión posparto severa, pero al final me las arreglé para graduarme con honores y ahora estudio una especialidad. Créeme que no era fácil conciliar familia, estudio y problemas de salud de naturaleza psicológica, incluso si la persona que me puso el tratamiento no tenía dudas: mis síntomas derivaban de mi experiencia pasada en la secta extremista católica que, literalmente despedazado mi autoestima y mi capacidad de ser esposa y madre".

Pero Sara no siente rabia contra sus padres: "No, ellos también, en el fondo, son víctimas. Y tampoco quiero enfangar a la Iglesia, aunque creo que debería tener el valor de excavar bajo la superficie de ciertas realidades “cristianas”, que emplean dinámicas que permiten anular totalmente la voluntad y distorsionar la visión del mundo. Sobre una mente joven estos efectos son impresionantes y yo tengo esas cicatrices, aunque creo que si no hubiera tenido la experiencia (negativa) que he vivido, sería una persona diferente, y estoy bastante contenta de la persona que soy hoy".

¿Qué significa ser madre de un niño después de pasar la infancia con diez hermanos?

"Mi hijo es mi razón de vivir, y mi objetivo es asegurarme de que tenga lo que yo no tuve o no podía hacer. Quiero tener más hijos, pero también debido a mi experiencia, creo que la paternidad responsable es fundamental: es escandaloso ponerse a procrear sin tener medios materiales para ello, Dios nos ha dado la razón para usarla. En resumen, no culpar a los jóvenes que no quieren tener hijos porque no serían capaces de mantenerlos".